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a producción agropecuaria se encuentra en la actualidad ligada a la utilización de numerosas herramientas productivas, y el crecimiento en investigación y desarrollo ha permitido la difusión masiva de nuevos instrumentos de fundamental ayuda a los productores. De este modo, los avances alcanzados, asociados a la tecnificación, permiten lograr hoy niveles de eficiencia que hubieran sido imposibles de alcanzar en otras épocas.
Estos avances han tenido un favorable impacto en la sociedad, permitiendo el acceso a mayor cantidad de alimentos de mejor calidad a sectores más amplios de la población. Una de las principales herramientas que permitieron estos avances en la producción de alimentos de origen animal han sido los medicamentos veterinarios.
Hoy en día no se puede pensar en producción animal eficiente sin la utilización de estos medicamentos veterinarios, a excepción de la producción orgánica, en la cual se obtienen menores rendimientos con un costo más elevado, en respuesta a demandas específicas de determinados grupos de consumidores.
Los medicamentos veterinarios deben promover tanto la sanidad animal como la salud humana (a través de la prevención de enfermedades comunes a los animales y al hombre) así como la provisión de alimentos seguros para el consumidor. Sin embargo, la utilización irracional de estos recursos productivos, entre ellos los antimicrobianos, ha tenido su contrapartida en la aparición de efectos indeseables en los ecosistemas y la salud humana, por lo que se hace cada vez más necesaria la utilización responsable de los recursos tecnológicos, en el marco del manejo racional de estas herramientas con las que el productor cuenta.
Nuestro país es productor y exportador de agroalimentos por excelencia desde los comienzos de nuestra historia como nación.
Actualmente, podemos dividir a nuestro sistema productivo en dos grandes categorías:
En Argentina, como ejemplo de sistema extensivo se puede citar la cría de ganado bovino donde gran parte de la vida de los animales transcurre en praderas, siendo confinados (en algunos casos) los últimos tres meses de vida en corrales donde son alimentados con concentrados energéticos para llegar a su peso final; también la cría de subsistencia o familiar donde los animales (bovinos, cerdos, aves, etc.) son consumidos por la misma familia o son comercializados dentro de pequeñas comunidades. Por su lado, a la cría de cerdos podemos decir que parte de lo producido se realiza en forma extensiva y parte en sistemas intensivos pertenecientes a grandes empresas.
Finalmente, el sistema más intensivo es el de la producción de pollos y huevos. Todas las granjas productoras se encuentran nucleadas en integraciones avícolas lideradas por grandes empresas, las cuales proveen a las mismas el alimento, medicación, planes sanitarios (vacunación) y servicio veterinario.
Se estima que un argentino consume anualmente 120 kg de proteína de origen animal, donde 40 kg corresponden a carne de ave, 60 kg a carne bovina y 20 kg a carne de cerdo.
Como se expuso anteriormente, la cría intensiva se realiza confinando a los animales aumentado la densidad de éstos por unidad de superficie. Es entonces que los factores de estrés y posibilidad de propagación de patógenos aumenta exponencialmente, por lo cual si no se aplican correctamente medidas de bioseguridad, planes sanitarios de vacunación y bienestar animal, el uso de antimicrobianos es una forma de contener infecciones o mejor dicho una forma de subsanar las “malas prácticas pecuarias”.
En el ámbito de la producción animal, se utilizan antimicrobianos para el tratamiento de las infecciones en forma individual o colectiva. Los tratamientos pueden ser de tres tipos:
Adicionalmente, en las producciones intensivas, particularmente cerdos y aves en nuestro país pero también en acuicultura en aquellos países que tienen desarrollada la cría de peces, se emplean bajas dosis de antimicrobianos como agentes promotores del crecimiento. Estos se añaden al “pienso” (alimento elaborado para animales que, según la normativa legal europea, es “cualquier sustancia o producto, incluido los aditivos, destinado a la alimentación por vía oral de los animales, tanto si ha sido transformado entera o parcialmente como si no”) con el fin de acelerar su crecimiento y con ello el rendimiento de la producción.
Los antimicrobianos actuarían a través de la reducción tanto de la microbiota que compite con el huésped por los nutrientes como de las bacterias patógenas, las cuales pueden afectar el rendimiento al producir enfermedad subclínica.
Esta práctica se realiza administrando dosis subterapéuticas durante períodos prolongados aumentando considerablemente la posibilidad de selección de bacterias resistentes.
Las buenas prácticas pecuarias tienden a reducir la mortalidad de los animales, previniendo la incidencia de enfermedades y reduciendo el gasto en medicamentos y pérdidas en la producción. Estas prácticas buscan optimizar la eficacia en los niveles de producción, respetando el medio ambiente y las condiciones de los individuos que desarrollan tareas vinculadas al sector agropecuario y los consumidores de los alimentos.
Lamentablemente esto no siempre se cumple y el uso de antimicrobianos para enmascarar las “malas prácticas pecuarias”, suele ser una opción elegida.
El uso de antimicrobianos como promotores de crecimiento en forma sostenida durante años sin duda ha generado la aparición de cepas resistentes en el sector productivo al someter a la microbiota de los animales a una presión de selección constante. Las cepas resistentes a través de las excretas llegan al medio ambiente y a través de éste a todos los seres vivientes de todo el ecosistema, pudiendo afectar en forma indirecta la salud de la población al adquirir, mediante los alimentos o agua de bebida por ejemplo, bacterias patógenas o determinantes (genes) de resistencia que luego incorporan otras bacterias.
Si consideramos que muchos de los antimicrobianos empleados en medicina veterinaria se comparten con salud humana, la presión de selección que se produce en producción pecuaria tiene repercusión directa sobre la población.
Si partimos de la base que el 60% de las enfermedades infecciosas del hombre provienen de los animales, además de todo lo expuesto en los párrafos anteriores, resulta evidente que trabajar bajo el concepto de “Una Salud”, propuesto oportunamente por la OMS, es la única forma de reducir el impacto que la resistencia antimicrobiana tiene sobre la salud.
Más allá de la investigación y desarrollo de nuevas moléculas de antimicrobianos, prohibiciones y restricciones de uso, controles sobre la comercialización, vigilancia epidemiológica y otras políticas que puedan implementarse, la difusión y educación de la “población toda” será la herramienta más efectiva que puede hacer variar en nuestro favor los niveles de prevalencia de la resistencia antimicrobiana.
A la hora de difundir debemos ser prudentes con el mensaje que pretendemos dar para no generar un estado de alarma o pánico en la población. Se debe apuntar a lograr un estado de prudencia en cada eslabón que puede colaborar para la prevención, no solo de las cadenas productivas sino también de los consumidores de alimentos que son quienes deben demandar alimentos seguros e incorporar a sus vidas cotidianas prácticas preventivas en la manipulación de los alimentos y cuidados personales.
A partir de la firma de la resolución conjunta entre los ministerios de Salud de la Nación y de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación (N° 834/2015 y 391/2015 respectivamente) donde se aprobó la Estrategia Argentina para el Control de la resistencia Antimicrobiana, el Senasa se encuentra trabajando en diversas líneas estratégicas entre las cuales la vigilancia de la Resistencia Antimicrobiana en animales de consumo es el eje central, que ha permitido obtener información sobre los niveles de resistencia en nuestro sistema productivo y de esta manera abordar el problema con real conocimiento de la situación.
Dicho programa se aprobó mediante Resolución Senasa Nº 591/2015 en el marco de la Estrategia Nacional y tiene por objetivo determinar y monitorear de forma sostenida en el tiempo la prevalencia de la resistencia a diferentes antimicrobianos en bacterias comensales (E. Coli y Enterococcus spp) y zoonóticas (Campylobacter spp y Salmonella spp). Pretende contar con la información suficiente para evaluar eventuales medidas que permitan retrasar o impedir la emergencia y diseminación de bacterias resistentes, minimizando su riesgo en la salud pública y animal.
Es importante destacar el trabajo intersectorial realizado, en este caso entre el Laboratorio del SENASA y el del ANLIS/Malbran (Servicio de Antimicrobianos) armonizando los métodos de determinación de la sensibilidad y resistencia en las bacterias buscadas en los animales, según los parámetros empleados en la salud humana.
Contando con datos reales de niveles de resistencia en nuestro sistema productivo obtenidos por el programa de vigilancia, se evaluó junto a todos los actores de las cadenas productivas el impacto que pudiera causar la retirada del uso de la colistina en medicina veterinaria. Planteando alternativas terapéuticas, buenas prácticas agropecuarias y bienestar animal, en enero de 2019 la decisión se plasmó en la Resolución SENASA Nº 22 que prohibió el uso de colistina en medicina veterinaria, preservando tan preciada herramienta terapéutica para su uso exclusivo en humanos.
En esta estrategia debe mencionarse una vez más la importancia del trabajo en conjunto (en esta situación particular, entre el Senasa y la Sociedad Argentina de Infectología) pues se solicitó a esta sociedad científica un informe que detallara la importancia de esta droga en la salud humana y sus usos. Ello contribuyó a completar la perspectiva de la necesidad de eliminarla de los productos veterinarios.
Actualmente, el uso de antimicrobianos como promotores del crecimiento se encuentra permitido en nuestro país. No obstante, en el marco de la estrategia nacional y contando con la suficiente evidencia científica, se prevé la prohibición en el mediano plazo. Si bien no se ha establecido hasta ahora una fecha específica para la implementación de dicha prohibición, existe bastante consenso entre todos los sectores de que hay que trabajar con ese objetivo. Se aplicará en forma gradual, por grupos de antimicrobianos, de acuerdo a su importancia en salud humana (tomando como base la lista de antimicrobianos esenciales de la OMS) y en base a un análisis de riesgo y de impacto, con el objeto de dar el tiempo necesario al sistema productivo a realizar las adecuaciones necesarias, según sus posibilidades de adaptación o flexibilidad de sus sistemas, para prescindir de los promotores de crecimiento sin que se vea afectada la producción. En este sentido, el diálogo y el intercambio de información con el sector productivo es clave para lograr el consenso de posturas e implementación de políticas.
Lamentablemente, la era post antibiótica ha comenzado y somos nosotros quienes debemos resguardar las pocas alternativas terapéuticas que nos quedan. El tiempo de los antibióticos se terminó, no dejemos que el nuestro siga el mismo camino.
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