l jengibre forma parte de las zingiberáceas, una extraña especie a la que pertenecen la cúrcuma y el cardamomo. Científicamente conocido como Zingiber officinalen, se trata de un tubérculo poco usado por los argentinos. Proveniente del subcontinente indio, se produce localmente desde la década del sesenta, con grandes cultivos en el noreste de nuestro país.
Compartimos algunos de sus beneficios y modos de uso para animarte a conocerlo e incorporarlo en tus comidas.
Al momento de elegir el jengibre en la verdulería, verificá que sea de piel lisa y brillante, sin arrugas en su superficie. En casa, se puede congelar –pelado y cortado en láminas– y guardar en la heladera, donde pueden mantenerse frescos por un mes.
Si es tu primera vez, es recomendable comenzar con las versiones fáciles, incorporándolo en infusiones, jugos, comidas saladas y dulces.
El jengibre seco o en polvo es utilizado en la elaboración de platos dulces como confituras, caramelos, panes de jengibre, para saborizar galletas o agregar un toque especiado en mermeladas.
Por otro lado, la raíz fresca de jengibre abre otro mundo de posibilidades gracias a su picor y frescura. Los jengibres encurtidos en sándwiches, salteados, arroces, ensaladas y carnes son exquisitos.
Para las infusiones, se aconseja usar láminas finas y hervirlas en líquido de té, caldo o sopa. El jugo exprimido del jengibre puede usarse para completar aderezos, salsas o vinagretas.
Los beneficios más valiosos del jengibre pasan por su sabor único y su potencia bactericida y antiséptica al infusionarlo o incluirlo en jugos. Sus gingeroles, principales componentes activos del jengibre que le otorgan ese peculiar gusto picante, son aceites volátiles con propiedades antiinflamatorias.
También se le atribuye un gran potencial para aliviar el sistema digestivo, los resfríos y los dolores de garganta.