Con las manos en la masa: nueva generación de padres, nuevos alimentos

n la llamada “era de la información”, muchos padres, hiperinformados, quieren que sus hijos coman lo más sano posible. Menos azúcares, sin grasas trans ni harinas refinadas en las casas. Las nuevas generaciones a cargo cocinan comida saludable y evitan comprar alimentos procesados en el supermercado. El desafío para jardines y colegios a la hora de articular este cambio de paradigma.

De a poco, las instituciones escolares van recogiendo el guante y se animan a implementar modificaciones en la dieta de sus alumnos. En el jardín La Vaca de Humahuaca, ubicado en el barrio Almagro, comenzaron a recibir las inquietudes de una comunidad de padres que proponía cambios en la alimentación de sus hijos.

En este sentido, la institución fue aceptando sugerencias y concretando pequeñas iniciativas, como el abandono del jugo en polvo y la puesta en marcha de un taller para que los niños entiendan el origen de los alimentos que les gusta comer. Al poco tiempo, los padres llevaron comida casera para compartir, y al final del curso armaron un recetario compartido. El último paso fue un replanteo completo de desayunos y meriendas.

De esta manera, se pasó de un cuarto de galletitas compradas por semana a un esquema en el que un tercio de la sala debe llevar frutas, otro tercio algún alimento natural listo para ser consumido (tomates cherry, aceitunas o frutos secos) y el último tercio algún tipo de panificado, idealmente casero. “Puede ser fainá, chipá, budines o galletitas. La idea detrás es que cualquier alimento preparado en casa es bienvenido, no importa cuál sea”, explica Natalia Kiako, autora de la iniciativa y especialista en alimentación saludable. Desde su experiencia, cuando los chicos ayudan a preparar un alimento existen altísimas probabilidades de que después lo quieran probar. Su segundo libro, llamado “A cuatro manos”, apunta a ello. “Hay una frase que me pone los pelos de punta y es eso de que con la comida no se juega. Si la comida es un  momento donde se suspende el juego pasa a ser una obligación. Solo se puede volver interesante si les dejamos que sea lúdica y eso se logra cocinando con ellos, todos juntos en la mesa”, propone.

Deconstruyendo paradigmas

Junto a Sabrina Critzmann (pediatra) y Soledad Barruti (periodista y autora de los libros “Malcomidos” y “Mala Leche”), Natalia brinda un taller llamado Deconstrucción Alimentaria. La propuesta está dirigida a padres, profesionales de la salud y curiosos para conversar sobre el sistema alimentario actual y lo que se ofrece en las góndolas.

Para Claudio Pérez, un operador de radio de 44 años, la industria de la alimentación le quita espacio de calidez a la vida. “Tiene un poder de facilitar: apretás un botón y está la comida lista, pero ese es un mensaje que a nosotros nos hace ruido”, dice.

En su caso, sus expectativas de alimentación y las de la escuela confluyen en paz. Tomás (10) y Manuel (6) asisten a un colegio de impulso Waldorf en zona sur. En la escuela no hay kiosco y en el jardín los niños comen un cereal distinto por día, que cocina la maestra. Allí, se cocina de lunes a viernes un menú que incluye guisos de arroz, cebada, mijo, centeno y avena.

Por su parte, los padres colaboran con verduras cortadas que acercan a la escuela y se agregan al guiso. En verano, la comida pasa a ser ensalada de frutas. Lo importante parece ser no aplicar el fundamentalismo, sino evitar una presencia preponderante de lo industrializado en el día a día. Más allá de la importancia de la buena nutrición, para Claudio se trata de transmitirle a sus hijos el valor de que aprendan a resolver cosas con sus propias manos. “Agarrar los ingredientes y cocinar algo, que para ellos es natural, tiene mucha más fuerza que decir “tengo plata y compro la comida”. Es no depender de algo externo, que en este caso es el dinero, que no tiene nada de malo, pero hay un poder más fuerte y es el que uno tiene en las manos”, concluye.