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Superalimentos: ¿mito o realidad?

Científicos plantean que no se debería llamar a la palta, la quinua o el kale con este término, ya que si bien brindan muchos nutrientes, no hay pruebas que garanticen sus aportes a la salud

Superalimentos: ¿mito o realidad?
lunes 04 de noviembre de 2019

Con el boom de las redes sociales y la tendencia mundial que se inclina hacia formas de alimentación más saludables, no sorprende que varias personas hayan incorporado a su dieta productos como palta, kale, quinua, arándanos, té matcha, semillas de chía o nueces, pensando que a partir de ellos pueden frenar el envejecimiento de la piel, prevenir patologías o aumentar su rendimiento atlético y/o académico. Si bien nadie puede negar que estas comidas son saludables y poseen varias virtudes, la comunidad científica prefiere evitar la utilización del término “superalimento”, ya que considera que aún no se realizaron pruebas fehacientes que garanticen sus aportes a la salud.

“Si por superalimento se entiende a aquel que cubrirá todas las necesidades nutricionales, esa definición solo se puede aplicar en la leche materna, limitada a los primeros meses de vida de un bebé. No existe ningún alimento que sea tan completo”, plantea José Miguel Mulet, licenciado en Química y doctor en Biología y Bioquímica Molecular de la Universidad de Valencia (España).

Autor de varios libros que enlazan el conocimiento científico con la salud humana, Mulet asegura que la moda de los “superalimentos” no posee ningún sustento académico y se trata más bien de un proyecto de marketing que define una solución simple para mejorar la calidad de vida de las personas. “No es un término regulado por la ley. Además, como estos productos forman parte de una tendencia, sus precios pueden ser muy elevados. Por otra parte, todas las ventajas que aportan se pueden obtener de otras fuentes. Esto no quiere decir que comer kale sea malo; es un buen alimento, pero se puede seguir una dieta equilibrada con o sin él”, expresa.

En su libro “¿Qué es comer sano?”, el químico le dedica un capítulo completo a los “superalimentos” y las “superdietas”, donde desmiente muchos mitos apoyándose en su formación, aunque –en general– los deja bien parados y les reconoce su cometido al ayudar a promocionar hábitos alimenticios más saludables. “El problema llega cuando se mezclan las cosas y se empieza a hablar de que tal o cuál alimento previene o combate el cáncer. No hay que entrar en ese tipo de conversaciones”, advierte.

La coordinadora de la Unidad de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición del Hospital Clínico de Santiago, quien también ejerce como vicepresidenta de la Fundación Dieta Atlántica de la Universidad de Santiago (Chile), Rosaura Leis, tampoco es partidaria de usar la expresión “superalimento”, al sugerir que su popularidad se basa en estrategias publicitarias e influencers que los promocionan a través de las redes sociales. Sin embargo, comparte con Mulet la idea de que la moda sirve para impulsar nuevas costumbres entre los más jóvenes. En sintonía, cree que productos como las frutas y verduras contribuyen a mejorar el metabolismo, controlar los niveles de colesterol y la presión, y mantener a línea el peso corporal. “Son alimentos que cuentan con ingredientes probióticos-gérmenes vivos que colonizan la microbiota intestinal, con una acción sobre la salud y el bienestar”, alega.

De todas formas, Leis sostiene que el fenómeno de los superalimentos nació como una reacción ante las preocupaciones por las dietas occidentales industrializadas, donde predominan las comidas rápidas y los productos manufacturados, ricos en grasas saturadas, trans y azúcares simples, pero pobres en fibras Omega 3.

“No se puede declarar que un alimento concreto tiene efectos preventivos sobre determinadas patologías o atribuirle propiedades curativas sin el aval de ensayos clínicos, porque hacerlo puede llevar a conductas alimentarias riesgosas. Hay una parte importante de la sociedad que eliminó el gluten sin haber sido diagnosticada con celiaquía o intolerancia a dicha proteína. También hay un porcentaje relevante de gente que redujo el consumo de productos lácteos en base a publicidades que –sin estar apoyadas en evidencias científicas– le atribuyen a la leche la culpa de catarros en niños o intolerancias no diagnosticadas”, puntualizó.

Para Leis, el problema está en que cuando se suprime alguno de estos alimentos en la dieta, paradójicamente, el riesgo de desarrollar una intolerancia o alergia al mismo aumenta considerablemente.

El hecho de que los superalimentos estén tan masificados se debe a que forman parte de un estilo de vida “healthy” (saludable), ligado al vegetarianismo y todas sus corrientes. Aunque no se puede obviar que se trata de hábitos de consumo saludables y sustentables, para la comunidad científica es importante que a la hora de decidir qué comemos prime la sensatez y el conocimiento. “Las dietas restrictivas o que se apoyan en un solo grupo de alimentos pueden desembocar en carencias nutricionales”, señala Leis.

A su vez, Mulet subraya que si bien estas tendencias limitan los problemas que producen las dietas ricas en carne, al contener menos grasas saturadas, azúcares simples y calorías, pueden provocar otras deficiencias como falta de vitamina B o yodo. “A largo plazo pueden incidir en la aparición de otros problemas menos conocidos e infrecuentes. Los vegetales son ricos en ácidos insolubles como el ácido oxálico o ascórbico, que pueden precipitar el riñón y formar cálculos o piedras renales”, especifica.

En una misma línea, Mulet sugiere que tampoco se deberían adoptar las denominadas dietas “detox” (desintoxicantes), ya que asumen que el cuerpo acumula toxinas que se podrían expulsar tomando determinados jugos de frutas o verduras. “No se puede jugar con esta clase de marketing del miedo, porque está muy mal asustar para vender. Si nuestro cuerpo está intoxicado, la solución no es tomar un jugo, sino ir al médico y hacerse un lavado de estómago”, concluye.

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