Un manejo holístico que mida los impactos sobre el medioambiente: el futuro de la actividad agropecuaria

omo consecuencia de la globalización y el rápido acceso a diferentes fuentes de datos, en los últimos años creció notablemente el interés de ciertas personas por el origen de los alimentos. El ingeniero agrónomo Leandro Pontaroli, director de Chacra Experimental Miramar, explica que casi el 100% de los productos que consumimos provienen del campo, de allí pasan a la industria y luego a su respectivo distribuidor minorista. El destino final son las manos del público.

El proceso está compuesto por una enorme cantidad de pasos. Por ejemplo, para producir pan es necesario que previamente se hayan generado y sembrado las semillas de trigo. Una vez finalizada dicha campaña, se elaborará la harina con la que más adelante será posible procesar los panificados. Sin embargo, este mecanismo no termina de exponer del todo como se originan los alimentos.

A partir de 1960, se produjo un proceso de agriculturización, marcado por el creciente incremento en el área sembrada de cultivos que, junto con el aporte de insumos externos, engendró un gran desarrollo en los niveles totales de producción de granos destinados a la alimentación humana y animal.

Si bien esto provoca importantes beneficios relacionados a la producción en nuestro país, también genera impactos negativos sobre el medioambiente y el paisaje. Pontaroli plantea que el desafío es entender cuáles son y cómo se originan, con el fin de apuntalar los procesos y las consecuencias de la industria.

A lo largo de estos años, el sector agropecuario nacional fue cambiando de forma drástica su manera de producir, pasando de la labranza convencional a cero, para más tarde darle lugar a la siembra directa. El escenario se sucedió como respuesta al evidente deterioro de los suelos. Esto marca que si se realizan diagnósticos con autocrítica, el cambio es posible.

Actualmente, existe un consenso acerca de qué es necesario ajustar y mejorar de cara al perfeccionamiento de los sistemas agrícolas. Entre los principales enemigos a vencer, se destacan la degradación de suelos, la pérdida de hábitats y la contaminación medioambiental. De 1960 para acá se hizo mucho al respecto; sin embargo, con el exceso de información que se tiene a disposición gracias a los avances tecnológicos, es preciso seguir esforzándose, manteniendo o incluso aumentando la productividad.

Para que la producción se mantenga es necesario que sea rentable. De todas formas, dicha rentabilidad no se puede obtener a cualquier costo. En este sentido, el análisis de la actividad debe tener en cuenta rendimientos y precios, sin olvidar las revisiones y planificaciones indispensables para no generar inconvenientes en el entorno y la sociedad. Por ejemplo, si se usan agroquímicos, deben aplicarse de manera segura y responsable, según las legislaciones vigentes a nivel nacional, provincial y municipal que correspondan.

Un manejo holístico basado en la intensificación productiva respecto a procesos, conocimientos e insumos, que aspire a ser cada vez más eficiente en el uso de recursos y contemple los balances de nutrientes en el suelo, es la mejor alternativa posible, ya que propone desacoplar el impacto ambiental del sector.

En Chacra Experimental Miramar, propiedad del Ministerio de Desarrollo Agrario de Buenos Aires, el equipo de Pontaroli dialoga desde hace más de un año con diferentes instituciones acerca de la importancia de impulsar la creación de un espacio experimental donde se trabaje esta temática. Integrantes de la Asociación Cooperadora del establecimiento, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Balcarce, la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Mar del Plata, la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Centro, el Movimiento CREA y la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID) están trabajando en un proyecto a mediano plazo donde se comparará una rotación agrícola siguiendo tres lógicas de manejo distintas. La idea es contrastar la intensidad del uso de tecnologías de insumos, procesos y conocimientos.

En sí, el propósito es analizar las diversas maneras de producir a partir de indicadores productivos, socioeconómicos y de impacto ambiental. Las técnicas y estrategias empleadas en el experimento se analizarán en función de los aportes a realizar en pos de los siguientes objetivos de desarrollo sostenible:

1- Promover prácticas agroeconómicas que minimicen el impacto ambiental, manteniendo y/o incrementando la productividad.

2- Generar opciones de manejo dirigidas a sistemas agrícolas periurbanos simulando sus condiciones reales.

3- Impulsar la creación de un espacio de intercambio técnico, formación y capacitación para organizaciones sociales, instituciones educativas, municipios y la sociedad en general, mediante visitas, jornadas, becas y pasantías.

Se trata de un proyecto de investigación que busca generar un espacio de trabajo interinstitucional, donde se destaquen la articulación y coordinación de las capacidades técnicas, científicas, tecnológicas y económicas de cada una de las instituciones que colaboran. El fin es impulsar iniciativas de abordaje amplio, que puedan ser analizadas desde múltiples enfoques y produzcan debates internos que estimulen impactos productivos a nivel social y medioambiental. La propuesta cuenta con el aval de las empresas Corteva y Bayer.

Pontaroli asegura que las capacidades de innovación y colaboración son fundamentales a la hora de encontrar soluciones que satisfagan la demanda futura de alimentos, además de que sirven como vía para aprovechar las oportunidades que tiene el país en relación al desarrollo equitativo de los territorios a bajo costo ambiental. En sus palabras, este proyecto público-privado permitirá encontrar respuestas en la zona, que a largo plazo podrán ser reproducidas en otros puntos geográficos. “El sector se encuentra frente a un gran desafío. Es nuestro deber aunar esfuerzos para cumplir estas metas”, concluye.