Diseño del Paisaje / Ecología del Paisaje

Cambiar el modo de pensar, pensar el modo de cambiar

Una especie parásita, con pautas de consumo especialmente irracionales, se expande hoy sobre el planeta

Cambiar el modo de pensar, pensar el modo de cambiar
martes 15 de septiembre de 2020
E

s la especie humana. El investigador docente Walter Pengue sobre las consecuencias de ese parasitismo y de esas irracionales pautas de consumo, y sobre por qué la pandemia que alarma al mundo debe ser pensada como el resultado de un proceso de cambio global de nuestro ambiente.

El ingeniero agrónomo Walter Pengue es Profesor Titular de Ecología del Instituto del Conurbano de la UNGS y uno de los principales autores del Sexto Reporte del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, que se presentará en 2022. También es investigador del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente (GEPAMA) de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires. En el marco de la pandemia de COVID-19, que es causa de preocupación y de discusión entre expertos en todo el mundo, el especialista habló sobre las causas del fenómeno, y especialmente sobre el proceso de cambio ambiental global, que incluye como uno de sus indicadores principales una modificación muy significativa de los modos de uso del suelo del planeta.

El problema, dice Pengue, es la persistencia de una creencia muy inadecuada: “Pensamos desde siempre que los recursos naturales estaban a nuestra disposición para ser explotados a nuestro gusto y placer.” Pero ese serio error tiene consecuencias funestas: “El cambio de uso del suelo genera una pérdida brutal de biodiversidad y la desaparición de entornos naturales que hacen que cada vez le quede menos espacio a las otras especies para vivir en sus entornos. Esto hace que las especies supervivientes se desplacen hacia otros lugares. En definitiva, la salida o la emergencia de especies, que son de todo tipo (entre ellas los virus que alcanzan hasta el sistema humano), llegan justamente como consecuencia de estas transformaciones que estamos generando y que la sociedad mundial no está percibiendo claramente”, asegura Pengue.

El especialista alerta sobre el hecho de que estamos ejerciendo una presión sin precedentes sobre los recursos naturales del planeta. “Más del 75% de la superficie terrestre ya se encontraría degradada, y esta proporción podría aumentar a más del 90% hacia 2050. A este paso, no quedará nada. Cada año, la humanidad se come el equivalente a la mitad del tamaño de una Unión Europea (4,18 millones de km²). Los números indican también que la mayor parte de la degradación se producirá en la India, la China y el África subsahariana, donde el deterioro de los suelos podría reducir a la mitad la producción de los cultivos, un fenómeno que también está ocurriendo en América Latina y el Caribe”.

En 2014, Pengue le advirtió al ex Director General de la Oficina de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente Achin Steiner sobre la relevancia de los suelos, a los que llamó entonces y llama todavía “la canasta de alimentos de la humanidad”. Pengue destaca, didácticamente, que primero viene la deforestación, después la mala e insostenible explotación agropecuaria, luego la degradación y la erosión de los suelos, más tarde la desertificación y finalmente la migración humana. “Uno de los más dramáticos procesos de éxodos humanos”, subraya.

Son todos indicadores, observa Pengue, de la grave desaprensión con que la humanidad viene tratando a la naturaleza, con la que desde hace demasiado tiempo sostiene una relación torpemente instrumental. El ambiente se nos presenta como si fuera una fuente inagotable de recursos disponibles para alimentar la tendencia consumista que anima a la organización económica del mundo, y que por el otro lado produce la brutal deforestación de vastas áreas del planeta, la pérdida de su biodiversidad, las bioinvasiones, la contaminación y sus múltiples efectos y el cambio climático. Con todo eso unido y combinado, explica Pengue, “tenemos un cóctel perfecto, una tormenta perfecta”. Esta pandemia que padecemos, dice, “es solamente una muestra de los catastróficos efectos que genera la naturaleza cuando no es considerada”. Por eso prefiere hablarnos de sistemas y no de cuestiones coyunturales, y atender, más allá de estas, al tipo de mirada que es necesario tener sobre el cambio ambiental global.

En un artículo, Pengue confirma que en 2016 el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), programa del que también forma parte, alertó sobre las epidemias zoonóticas y especificó que “el 75 % de las enfermedades infecciosas emergentes en humanos son de origen animal, y que dichas afecciones están estrechamente relacionadas con la salud de los ecosistemas”. El investigador también resalta enfáticamente el último reporte de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), de 2019: “El informe nos alertaba sobre la desaparición de un millón de especies en las próximas décadas y nos decía que nuestro irracional sistema alimentario es uno de los principales drivers (factores directores) de esta transformación y desaparición. Estamos destruyendo el hábitat de estas especies”.

Pengue participó del primer encuentro virtual mundial de autores del IPCC. Fue la primera vez que un encuentro de este calibre se llevó adelante por esa vía, dada la cancelación, debido a la pandemia de COVID, a la reunión presencial que estaba previsto desarrollar en Quito. El encuentro contó con las intervenciones y los aportes de 270 expertos de 65 países. Preguntado sobre las causas y el desarrollo de la pandemia que conmueve al mundo, explica: “Un virus, presente en el excremento de un murciélago, se deposita sobre un follaje y es consumido por un animal salvaje (posiblemente un pangolín que se alimenta de hormigas). Ese animal llega a los mercados, “los mercados mojados”, de una modernísima ciudad china a través de nuevas ideas provenientes del consumo irracional de los humanos, vinculados con los cambios en algunas pautas alimentarias de ciertos segmentos de altos ingresos en búsquedas de sofisticaciones nutricionales o de nuevas delicatessen, o hasta de algunas medicinas tradicionales que utilizan partes de animales salvajes.”

El problema, indica el investigador, es que esos cambios producen alteraciones en los ritmos de la naturaleza. Y esto, dice Pengue, “es algo en lo que no deberíamos incursionar. Por un lado, destruimos espacios y, por el otro, traemos nuevos elementos hacia nuestros propios entornos. Y hasta dentro de nuestros propios cuerpos. En relación con ello, no pasaría por alto el hecho de que Wuhan, donde se iniciaron los contagios de coronavirus, es una ciudad donde se aloja uno de los laboratorios de biotecnología más destacados de toda Asia”, reflexiona. La crisis biológica, social y ambiental en la que estamos atrapados es muy seria, pero justo por eso, opina Pengue, puede ser una oportunidad para cambiar nuestra mirada y empezar a pensar muy seriamente en una serie de transformaciones trascendentes en las economías nacionales y en la economía global. Pengue cita además un artículo de Walden Bello, quien coincidentemente destaca también la relevancia de no perder la oportunidad abierta por la crisis para producir cambios necesarios.

En efecto: “Estamos frente a una oportunidad para proponernos un cambio civilizatorio, una nueva hoja de ruta hacia una transición socioambiental sostenible”, sostiene Pengue. “La ciencia ha venido avisando sobre los enormes costos que iría a enfrentar la civilización de no cambiar sus formas de producción y de consumo”, dice, y además afirma que “la mirada convencional de la ciencia sobre los problemas ambientales ha sido limitada y hasta sesgada. Es más, nuevamente frente al problema de la pandemia, la expectativa solamente radica en la creación de la nueva vacuna. Ciertamente habrá una vacuna, es cuestión de tiempo, y salvará algunas vidas, quizás hasta las nuestras. Pero de no transformarse las miradas, la intensidad y recurrencia de los impactos ambientales serán cada vez más duras y, de una u otra forma, nos obligarán a cambiar”.

Pengue alerta sobre el impacto inmediato en la post pandemia, que, según su visión, estará vinculada con la provisión de comida y el sistema alimentario. El equipo de Agroecología y Economía Ecológica (Agroeco2), que lidera Pengue en el ICO, viene desarrollando, entre otros, el proyecto MASA (Modelos Agrícolas y Sistemas Alimentarios), que ya ha producido algunos avances y resultados vinculados con la compleja situación del sistema agroalimentario global y regional, y que viene señalando que este modelo de producción de alimentos está resquebrajado. “Ya antes de la pandemia global, la crisis económica, social y ambiental era dramática”, subraya Pengue, y agrega: “Es claro que hoy en día, y en la post pandemia, la cuestión será aún peor.”

Otro reporte en el que Pengue contribuyó activamente, “Midiendo lo que hay que medir en la agricultura y la alimentación”, de Naciones Unidas Ambiente, lo alertaba, y ponía el foco en lo que Pengue da en llamar los Intangibles Ambientales. Es decir, aquellos valores ambientales y sociales a los que la sociedad global hasta ahora no les había prestado atención y menos aún, valoración. Los enormes volúmenes biofísicos consumidos en el planeta para la satisfacción de un modelo alimentario global irracional muestra, dice el especialista, “la enorme irresponsabilidad de los países en dejar el aspecto más crucial de los humanos, el alimento, bajo el dominio de unas pocas corporaciones mundiales. Hasta ahora, ni gobiernos ni compañías tomaban en cuenta estos valores”.

A Pengue le preocupa que el mundo, como dice, “no haya comprendido hasta ahora que para producir esta biomasa se necesitan muy importantes volúmenes de recursos naturales, en especial, suelo, agua y recursos genéticos”. Y ejemplifica: “Cuando exportamos una vaca, exportamos todo lo que ella consumió y se va con ella. Es mucho más que el peso exportado. El caso del suelo es muy importante en tanto, el cambio de uso del suelo como lo hemos dicho inicialmente, es uno de los factores que mayor presión producen sobre los ecosistemas naturales. El cambio es dramático. Pero a veces, los números monetarios de la agricultura pesan por encima de la caja de ahorros natural que existe en el suelo.” Pengue advierte que “la huella ecológica, es decir, la cantidad de tierra necesaria para satisfacer las necesidades básicas y no básicas de cada persona, crece radicalmente. Cada uno de nosotros utiliza al menos dos hectáreas y media para satisfacer sus necesidades. Si dividimos la superficie disponible de unos 14.000 millones de hectáreas por los más de siete mil millones de humanos que somos, nos es claro que nos estamos comiendo el mundo. Y esto es imposible de soslayar. Cada año tenemos menos planeta …”

Pengue sonríe y reitera, en tono de alerta, que no podemos perder la oportunidad que nos da la crisis. “Esta puede llegar a ser civilizatoria, y ciertamente es posible que desde allí se logren transformaciones notables, empezando quizás por lo más sencillo: la comida. Cambiar e ir hacia un sistema ecoagroalimentario. Que quiebre las lógicas de las formas de producción actuales, irracionales y contaminantes por otras de base agroecológica, que promuevan el autoconsumo y el consumo local y se acompañen de procesos de rescate a través de la economía social y solidaria. La sociedad que hoy está sufriendo este sistema puede aprovechar la crisis y entender cómo a través de la agroecología es posible comer mejor, barato y soberano y generar un cambio paradigmático, que en un país como la Argentina sería el que pudiera llevarnos de una economía de monocultura sojera a una natural”. Pengue piensa que “esta globalización está terminada”, y que posiblemente haya oportunidad para rescatar otras miradas. “Vivir con lo nuestro”, dice, y la frase lo conduce al recuerdo del momento en que logró reunir en la UNGS, para charlar sobre temas ambientales en unas Jornadas de Economía Ecológica, a Aldo Ferrer, Jorge Morello y José L. Coraggio. “Vamos aprendiendo”, reflexiona.

De estos temas habla Pengue en sus cursos, como el de Cuestiones Ambientales Contemporáneas para la carrera de Ecología, donde destaca que en realidad esos futuros ecólogos, son, más que eso, los “médicos de la naturaleza”. Y así les habla. Ellos, como este grupo de más de treinta alumnos que se reúnen semanalmente (a través de sus charlas remotas) son la base de esta transformación educativa que se propone desde una universidad pública como la UNGS, que ha decidido –dice Pengue– “poner en el centro de sus preocupaciones el problema del ambiente y los derechos de todos los humanos y de todas las especies”. Pengue nos dice que abriga la esperanza de que estas ideas que semana a semana transmite a sus estudiantes alcanzarán y transformarán a miles, y le cambiarán la vida a millones.

 

 

 

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