Debate: aprender de la bioeconomía

Luis Rappoport, Pedro Vigneau y Fernando Vilella analizan los desafíos de la bioeconomía argentina en la actividad agropecuaria y sus cadenas de valor

Debate: aprender de la bioeconomía
jueves 19 de mayo de 2022

La Argentina es un país que da sorpresas. El clima social parece o padece pesimismo. Los objetivos de los políticos tienen como horizonte temporal la próxima elección, y sus acciones se concentran en “operaciones” -reales o imaginadas- de una semana. Inflación, pobreza en aumento, desastre educativo, control de precios, inevitable falta de gas para el invierno. Todo llama a la depresión.

Sin embargo, hay personas que reciben los mayores golpes impositivos, y muchos golpes mediáticos, pero protagonizan –como ningún otro sector- la alegría del trabajo y de la creación.

Son los protagonistas de la bioeconomía argentina: incluye a la actividad agropecuaria y sus cadenas de valor, pero trasciende en mucho al “campo”. Va desde la maquinaria agrícola hasta los drones y el software para monitorear cada metro cuadrado de suelo.

Desde el vino hasta los que fabrican enzimas para mejorar el biodiesel y convertirlo en el combustible del presente y del futuro.

Desde la investigación científica que culminó con el desarrollo de variedades de cultivos que se bancan la falta de agua, hasta los que investigan biomateriales para desplazar a las materias primas contaminantes. O se meten en la salud y crean nuevas empresas para la detección temprana de ciertos tipos de cáncer o para diseñar tratamientos personalizados para afecciones de la piel.

Todas esas actividades son parte de la sociedad del conocimiento y de esa experiencia hay mucho para aprender. Por de pronto de la misma actividad agropecuaria: la Argentina de las retenciones compite de igual a igual con países que subsidian a sus productores. Pero claro, cerca del 90% de la producción del país se laborea con siembra directa.

Eso quiere decir menos degradación del suelo y ahorro de combustible, con menor huella ambiental, a tono con lo que requiere el planeta y los consumidores informados. Ningún otro país del mundo llega a esos porcentajes de innovación.

Detrás de ese ejemplo hay dos razones para el éxito: la velocidad de difusión de la tecnología en el agro argentino. Eso tiene una explicación institucional: los grupos Crea, Apresid y el INTA.

Los productores argentinos son extraordinariamente cooperativos. La segunda razón es la tensión competitiva que sufren, viven en una economía abierta y exportadora: o adoptan la mejora continua o pierden.

Esa actitud cooperativa permitió el desarrollo de una red de contratistas que adoptan las mejores maquinarias para abastecer de servicios a un gran número de productores, así amortizan y renuevan su equipamiento constantemente.

Otra originalidad argentina: compartir las máquinas y las capacidades necesarias para operarlas. Nuevamente la sociedad del conocimiento y la inteligencia vincular.

La cooperación reaparece en el vino: en ese conglomerado intervienen la COVIAR (Corporación Vitivinícola Argentina), el INV (Instituto Nacional de Vitivinicultura) y los CDV (Centros de desarrollo vitícola). Las innovaciones se comparten, todos ganan.

En Bioceres, la empresa de los cultivos que resisten la sequía también hay cooperación: la integran un número importante de productores agropecuarios y el desarrollo científico resultó de la cooperación con el Instituto de Agrobiotecnología del Litoral del Conicet, liderado por la investigadora Raquel Chan.

Esa misma generosidad cooperativa está en las enzimas para industrias de aceites comestibles, alimentos, biodiesel y nutrición animal. La empresa es Keclon y el investigador - soñador es Hugo Menzella, también del Conicet, pero que lo trasciende con creces por su valiosa experiencia internacional volcada en la Argentina.

Al cabo, si sumamos toda la cadena de la biotecnología argentina llegamos a una participación del 25% del PBI argentino, y creciendo.

Esta historia podría aportar a una reflexión clásica en los debates sobre la gestión del desarrollo que la jerga de los economistas la expresa –para variar- en inglés: “¿picking the winners o picking de losers?”. “Apoyamos a los ganadores o protegemos a los perdedores”.

Nuestra respuesta escapa a esa dicotomía, diríamos: dejemos de penalizar a los más dinámicos e innovadores y aprovechemos su experiencia de construcción institucional y de espíritu cooperativo.

La experiencia de la bioeconomía puede ser inspiradora para otros sectores productivos que también pueden nutrirse de la ciencia, innovar y competir en el mercado internacional.

 

Luis Rappoport es economista. Miembro del Club Político Argentino y ConstiTuya . Artículo en coautoría con Pedro Vigneau y Fernando Vilella.

 

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