En la Quinta Temporada de “Comunicándonos en Agroempresario.com”, junto a Fernando Vilella, Director de Desarrollo Estratégico de Agroempresario.com, recibimos a Sergio Fernández, Presidente de John Deere Argentina S.A. En un diálogo revelador, Fernández compartió la rica historia de la compañía, su evolución estratégica hacia la agricultura digital y una perspicaz visión sobre el panorama actual y futuro del sector agropecuario en Argentina.
La historia de John Deere se remonta a más de 186 años, cuando John Deere, un herrero visionario, inventó el arado de reja y vertedera, sentando las bases de lo que se convertiría en un gigante global de la maquinaria agrícola. Hoy, la empresa opera en más de 60 países, empleando entre 60.000 y 70.000 personas, consolidándose como líder mundial en equipos para la agricultura.
El portafolio de negocios de John Deere trasciende la maquinaria agrícola. Incluye un segmento significativo de máquinas de construcción (las conocidas “máquinas amarillas”), ofrece servicios financieros para la adquisición de equipos, cuenta con una división de Power Systems que produce motores y transmisiones (tanto para consumo interno como para venta a terceros), y su división Tours se enfoca en equipos para el cuidado de jardines.
Aunque sus raíces están en Estados Unidos, la expansión global de John Deere comenzó a fines de los años 50. Argentina, y particularmente la planta de Granadero Baigorria, en Rosario, ocupa un lugar de honor en esta expansión. "Rosario tiene el honor de ser una de las primeras unidades de John Deere fuera de Estados Unidos. La primera fue en Monterrey, México, alrededor de 1956, luego Alemania, y la tercera fue aquí, en Granadero Baigorria, pegadito a Rosario, donde estamos hace 68 años, desde 1958", relata Fernández.
La planta de Rosario, inaugurada en 1958 como una fábrica de tractores, representaba el paradigma de la manufactura de la época: la integración vertical. "Donde entraba la chapa, la barra de acero, la fundición y salían tractores", explica Fernández. Esta fábrica llegó a emplear a más de 2.500 personas, destacándose no solo por su producción, sino también por la generación de tecnología e ingeniería. "Muchos papers de Ingeniería Mecánica en la Universidad Nacional de Rosario venían de los laboratorios de investigación de John Deere", añade, resaltando el peso de la empresa en diseño y manufactura. Durante la década de 1960, la planta podía fabricar entre 10.000 y 15.000 tractores al año e incluso produjo la popular retroexcavadora 310. En los años 70, la integración vertical se profundizó con una fundición en el sur de Rosario, dedicada a la producción de bloques y cabezas de cilindro para motores, lo que permitía a John Deere fabricar desde transmisiones hasta motores, ensamblando el tractor completo.
La década de los 80 presentó un escenario desafiante para la agricultura a nivel global y, en particular, para la industria argentina. La planta de Rosario sufrió una drástica reducción de personal, pasando de 2.500 a menos de 200 empleados, y la producción se limitó principalmente a repuestos, con la mayoría de los equipos completos siendo importados. Sin embargo, en 1984, John Deere decidió "volver a arrancar", retomando la fabricación en Argentina, y para los años 90, ya se producían equipos nuevamente en el país.
El acuerdo Mercosur con Brasil en 1996 marcó un punto de inflexión. Dado el mayor tamaño del mercado brasileño, John Deere optó por la especialización. "Nos transformamos básicamente en una serie de componentes, pero de componentes interesantes, por ejemplo, el motor. Fabricamos motores, mandos finales y ejes delanteros, que iban todos a Brasil a equipar las máquinas fabricadas allí", detalla Fernández. La producción de tractores se transfirió de Rosario a Horizontina, Brasil, donde John Deere había adquirido una fábrica de cosechadoras. Con el tiempo, las cosechadoras pasaron a ser exclusivas de John Deere, y en 2007 se inauguró una nueva fábrica de tractores en Montenegro, cerca de Porto Alegre. La expansión brasileña incluyó también la adquisición de una fábrica para cosechadoras de caña de azúcar y la instalación de una fábrica de maquinaria vial en Indaiatuba, cerca de São Paulo. "Para todas esas fábricas es que nosotros hacemos los motores. El 90 y pico por ciento de los motores que usa Brasil son motores argentinos", subraya Fernández, destacando el rol estratégico de Argentina en la producción de componentes clave.
La situación cambió en 2011 debido a "una cuestión geopolítica", como la describe Fernández, que impedía la importación de equipos completos y exigía un cierto contenido de fabricación local. Esto impulsó a John Deere a reiniciar la producción de tractores y cosechadoras en su planta de Granadero Baigorria a través de la "Operación CKD". Este proceso implica traer kits de componentes desde Brasil y sumar un 40% de contenido local, incluyendo ruedas, contrapesos, baterías y, por supuesto, los motores fabricados en Argentina. "Eso empezó en 2011, todavía los estamos haciendo, realmente sin problema y con mucho éxito. Muy buena parte de nuestra facturación son esos equipos", afirma Fernández, consolidando la importancia de la producción local.
Con la producción de tractores y cosechadoras consolidada, John Deere identificó la necesidad de expandir su portafolio hacia la pulverización y siembra. En lugar de desarrollar nuevas líneas de producción internamente, la empresa optó por una estrategia de adquisición inorgánica, comprando Pla, una empresa local de la provincia de Santa Fe. "Pla siempre se caracterizó por un buen prestigio de marca, una buena máquina, una empresa innovadora. Y un poco nos dimos cuenta que también fabricaban plantadoras", explica Fernández.
La adquisición de Pla planteó a John Deere el dilema de integrar completamente la empresa o mantenerla como una entidad separada. Se optó por un proceso de integración gradual. "Empezamos buscando las oportunidades inmediatas en costo, por ejemplo, el motor. Obviamente, a todas las máquinas de Pla les pusimos motores de John Deere; a las plantadoras, les pusimos unidades de siembra de John Deere", detalla Fernández. Este proceso culminó con una inversión de entre 15 y casi 20 millones de dólares el año pasado, destinada a "casi duplicar la capacidad que tenía la empresa y fundamentalmente prepararla también para nuevos productos".
La estrategia central de John Deere hoy es la agricultura digital, que se define como agricultura de precisión gestionada por datos. Este enfoque se alinea con la innovación, uno de los valores fundamentales de la compañía. "Al venir la transformación digital, la empresa dice: tengo que estar acá arriba de la ola, soy el primer productor de equipos, tengo que ser el primer innovador en todo lo que es transformación digital", asegura Fernández.
Más allá de la visión filosófica, la estrategia de agricultura digital responde a una clara necesidad de negocio. La industria de la maquinaria agrícola es cíclica, con periodos de bonanza seguidos por "vacas flacas". Para una empresa de capital intensivo como John Deere, el gran desafío ha sido siempre manejar estos ciclos. La tecnología ofrece la posibilidad de generar ingresos recurrentes a partir de la venta de servicios tecnológicos, mitigando así la dependencia de los ciclos de venta de equipos. Esto se traduce en una estrategia que Fernández denomina "Smart Industrial". Aunque John Deere es una empresa tradicional de diseño y manufactura, busca acercarse a modelos de negocio de empresas tecnológicas como Google o Amazon, sin pretender serlo.
Esta estrategia se sustenta en tres pilares:
Sergio Fernández hace hincapié en una característica particular del agro argentino: la alta carga de trabajo de los equipos. "Nuestras cosechadoras a veces pueden hacer 3.000 horas en el año, cuando en Estados Unidos hacen 400. Parece raro, pero...", comenta. Esta intensidad de uso, combinada con la lenta renovación del parque de maquinaria, representa un obstáculo significativo para la eficiencia y productividad del sector.
La situación es preocupante. Argentina produce anualmente alrededor de 145 millones de toneladas de granos. Sin embargo, el mercado de tractores en Brasil, que produce el doble, es de 50.000 unidades, mientras que en Argentina es de solo 6.000 o 7.000. Esta disparidad se traduce en un parque de maquinaria envejecido. "Uno ve que una máquina moderna, una cosechadora de diez años, comparada con una actual, tiene un 20-25% más de productividad. La inteligencia artificial te permite ver la limpieza y la calidad del grano en la noria... son varias cámaras que van configurando automáticamente la trilla y la separación para optimizar la calidad del grano, es decir, un 20% más de cosecha, e incluso menos pérdida", explica Fernández.
La falta de renovación está costando caro. "Las cosechadoras, el 70-80% tienen más de diez años", advierte Fernández. Si bien las máquinas más nuevas se concentran en la zona núcleo, la obsolescencia generalizada implica que se está perdiendo una parte significativa del potencial productivo. Además, las ventanas de cosecha y siembra son cada vez más estrechas, y un parque de maquinaria anticuado y escaso dificulta el cumplimiento de los tiempos óptimos, impactando negativamente en el rendimiento.
Fernández vincula directamente esta problemática con las retenciones y la matriz impositiva que históricamente ha gravado al sector agropecuario. "Las consecuencias de eso tienen que ver con baja fertilidad, reposición de nutrientes, aparición de resistencia a las malezas a herbicidas, y la ineficiencia en la cosecha", enumera. La rentabilidad del campo, especialmente en campos arrendados, se ve severamente afectada. Se menciona que, en campo arrendado, la rentabilidad positiva se limita prácticamente a una zona acotada entre Rosario y Pergamino.
La industria de la maquinaria agrícola en Argentina también resiente esta situación. "No es una industria brillante. Estamos en valores incluso casi un 40-50% menos de lo que debería ser un año medianamente normal para una reposición más o menos aceptable", lamenta Fernández. Un país con el potencial de producir entre 250 y 280 millones de toneladas, si las condiciones lo permitieran, se ve limitado por estos factores.
El debate sobre la importación de equipos usados en Argentina es un tema complejo. Sergio Fernández se posiciona firmemente en contra de esta medida desde una perspectiva estratégica de país. "Cuando uno piensa en un país que tiene que tener cada vez más tecnología, traer usadas no ayuda conceptualmente a lo que creo que debería ser una estrategia de país a futuro, con máquinas, nueva tecnología, etcétera", argumenta.
Aunque reconoce que los equipos usados pueden tener un precio menor, incluso que los disponibles en el parque de usados nacional, Fernández subraya los riesgos fitosanitarios asociados, especialmente en cosechadoras, sembradoras y pulverizadores, donde la introducción de plagas y enfermedades puede ser severa. Si bien el riesgo es menor en tractores, sigue presente.
Otro punto crucial es la diferente configuración de las máquinas para el mercado argentino, lo que genera desafíos en cuanto a garantía y disponibilidad de repuestos. "Si es un equipo que se fabrica acá, no vamos a dejar al productor con la máquina parada, pero si no, no se va a traer un repuesto caro para tenerlo en stock por si acaso", explica. Fernández anticipa que la diferencia de precio entre máquinas nuevas y usadas importadas no será tan significativa como se cree, ya que los precios de los equipos nuevos están bajando gracias a una revisión de la carga impositiva.
La carga impositiva y el costo laboral hacen que las máquinas en Argentina sean más caras. "Hasta hace poco nosotros, para traer cualquier componente para producir, teníamos que pagar un 50% en impuestos: percepción de IVA, IVA, percepción de ganancia, ganancia, tasa estadística", ejemplifica. Si bien el gobierno actual está avanzando en la dirección correcta al eliminar algunas percepciones, el camino es largo. Además, la falta de financiación y garantía para los equipos usados importados, sumado a los costos logísticos, limita su atractivo.
Actualmente, el movimiento de maquinaria usada importada es muy bajo, aunque se espera que, de intensificarse, sea más notorio en cosechadoras. No obstante, el mercado ya está cambiando con la entrada de máquinas importadas de China e India, especialmente en potencias bajas, lo que obliga a la industria a adecuarse.
La reflexión final de Sergio Fernández se centra en la imperiosa necesidad de transformar la actividad agropecuaria y las cadenas agroindustriales en verdaderas políticas de Estado. "Esto, por ejemplo, de las usadas, me parece que son cosas puntuales que deberían estar enmarcadas en una política que realmente dé soporte a una actividad que sabemos que es el 30% del producto bruto, el 60% de las exportaciones y nuestra principal generación de divisas", enfatiza.
Argentina cuenta con ventajas naturales innegables, pero Fernández advierte que "ya no es como antes, tirar la semilla esperando que llueva". La competitividad global exige más que solo recursos naturales. "Tenemos que pensar en infraestructura, desde los caminos rurales hasta el transporte por tren, y un calado adecuado de la hidrovía. Hay muchas cosas que hacer como política de Estado", afirma.
Para Fernández, Argentina tiene la posibilidad de ser "los más eficientes a nivel mundial" en la producción agropecuaria. Esto requiere un cambio de mentalidad, reconociendo que la competitividad no se basa únicamente en los recursos naturales, sino en una visión estratégica que fomente la tecnología, la inversión y la infraestructura. Es crucial dejar de lado la coyuntura y construir un camino sólido que permita al sector agropecuario argentino alcanzar su máximo potencial a nivel global.