Esperamos que prontamente se puedan encarar políticas tendientes a una disminución de la carga fiscal que afecta a la producción e industrialización del cultivo de trigo de forma de potenciar a esta cadena y su aporte a la economía de nuestro país”, dice Diego Cifarelli al ser reelegido como presidente de la Federación Argentina de la Industria Molinera (FAIM). Pero además es Vicepresidente de la COPAL, entidad que nuclea a todas las cámaras de la alimentación y de bebidas, y tesorero del Consejo Agroindustrial Argentino.
Cifarelli es Licenciado en Comercialización, con una Maestría en Negociación y Gestión contable y comercial de la Escuela Superior de Estudios de Madrid (ESEM), entre tantas capacitaciones y representaciones en la industria alimenticia. Por eso dice con certeza que “la exportación debe ser un objetivo para toda la industria del país ya que entre otros beneficios genera ingreso de divisas genuinos y mayor empleo”.
- Entre los logros más destacados está la estabilización de las tasas de interés —aunque siguen siendo altas, ahora son más predecibles—, la reducción de la inflación y la disminución de la brecha cambiaria. También se ha alcanzado cierta estabilidad en el valor del dólar, lo que genera un entorno menos volátil. Todo esto ha contribuido a mejorar el ánimo empresarial, permitiendo a muchos empresarios comenzar a planificar inversiones o, al menos, mirar hacia el futuro con menos incertidumbre. Sin embargo, esto solo representa una parte del panorama, el “medio vaso lleno”. El “medio vaso vacío” sigue siendo la pesada carga impositiva que recae sobre las empresas. Este nivel de presión fiscal no solo dificulta el desarrollo empresarial, sino que también impide alcanzar costos lógicos y competitivos. Cuando un país atraviesa un largo período de inflación, las empresas se acostumbran a que sus resultados contables dependan más de la revalorización de sus inventarios que de su actividad principal. Pero, en una economía más estable como la actual, las empresas deben centrarse en la eficiencia de costos para competir con productos de cualquier parte del mundo. Y aquí surge el problema: por más que se implemente tecnología de punta o se optimicen procesos, la elevada participación del Estado en el costo final del producto —a través de impuestos y cargas fiscales— sigue siendo una barrera enorme para la competitividad. Por eso, una de nuestras principales demandas al gobierno es la necesidad urgente de reducir esa carga fiscal.
- Sí pero no es el único factor. Si bien la estabilización cambiaria ha ayudado, todavía existen desafíos relacionados con la competitividad que deben ser abordados para que nuestras empresas puedan competir en igualdad de condiciones en los mercados.
- Creo que es fundamental mejorar esta situación. Confiamos en que pronto se implementarán reducciones en las retenciones, lo cual sería un gran avance. Respecto al tipo de cambio, sería ideal que se ajuste para brindar mayor competitividad, pero también es importante reconocer que el Ministerio de Economía está monitoreando de cerca la situación y tomando decisiones en consecuencia. Es evidente que, a nivel global, la exportación de productos nacionales se entiende como una vía rápida para generar riqueza, y Argentina no es la excepción. Tenemos una matriz comercial amplia, tanto para el mercado interno como externo, y debemos fortalecerla fomentando la competitividad en lugar de penalizar las exportaciones. Estas son claves para generar empleo formal y divisas para el país.
- Yo creo que Argentina es una de las cinco potencias en la industria alimentaria a nivel mundial. Al ir al supermercado, uno se asombra con la variedad de productos que ofrecen las empresas, no solo en términos de innovación en envases, sino también en sabores y productos nuevos. Cuando llevamos esto al contexto global, se hace evidente que Argentina es un jugador destacado, con una notable capacidad de innovación y una enorme capacidad de producción. Además, contamos con el "fuego sagrado", que significa tener la materia prima para generar esos alimentos a la vuelta de la esquina. El futuro para la industria alimentaria es prometedor, pero es fundamental que existan políticas públicas que apoyen este crecimiento. Lo que nosotros queremos no son políticas que nos ayuden, sino que no nos castiguen; esa es la diferencia.
- Sí, por supuesto. El sector de los alimentos siempre será optimista, porque su potencial es enorme. Los empresarios de la alimentación continúan invirtiendo en sus plantas, mejorando la tecnología y los procesos, lo que refleja ese optimismo. Además, en un modelo donde se han estabilizado las variables macroeconómicas, lo que queda por hacer es aumentar la producción para mejorar los costos. El sector tiene un enorme potencial y no tiene techo en ese sentido. Hay muchos sectores dentro de la industria alimentaria que operan a casi la mitad de su capacidad actual. Por ejemplo, en la industria donde yo me desarrollo, en las fábricas de harinas, hay un 50% de capacidad ociosa. Y hay una gran cantidad de productos que también tienen un alto potencial de producción no aprovechado. Así que tenemos un empresariado ávido por producir e invertir, que aún no ha alcanzado su límite, ni mucho menos. Esperamos poder poner toda nuestra capacidad al servicio de los consumidores de Argentina y del mundo.
LMNeuquen