Por Agroempresario.com
Desde inicios de 2024, los pronósticos anticipaban la llegada de La Niña, pero no fue sino hasta enero cuando la realidad de esta fenómeno climático se mostró en todo su esplendor, poniendo en jaque a los cultivos en la región núcleo. A pesar de un diciembre muy prometedor, con lluvias que hicieron dudar sobre la certeza de los pronósticos, el primer mes de 2025 trajo consigo un enero demoledor: escasez de precipitaciones, altas temperaturas y niveles de humedad relativa muy bajos. Estos factores afectaron principalmente a los maíces sembrados en octubre, que atravesaron su período crítico bajo condiciones extremas, y a las sojas de primera que también entraron en sus etapas de mayor vulnerabilidad.
El verano de 2025 se presentó como un verdadero desafío para los productores agrícolas. La falta de lluvias afectó no solo a los cultivos más vulnerables, sino también a las sojas de segunda, que en algunos lotes apenas lograron cerrar el surco debido a las altas evaporaciones en los intersurcos. De esta forma, la escasez de agua y las altas temperaturas comenzaron a acelerar el secado de los lotes, especialmente en aquellos con un crecimiento vegetativo comprometido desde el principio.
Este clima tan adverso también favoreció la proliferación de malezas difíciles, siendo el yuyo colorado (Amaranthus quitensis) el mayor enemigo de los cultivos. Este tipo de maleza se adapta bien a las condiciones de sequedad y calor, lo que incrementó aún más el estrés de los cultivos y redujo la efectividad de los tratamientos de control.
En un contexto tan complicado, las decisiones previas en cuanto a siembra y elección de cultivos resultan ser clave para determinar la suerte de la campaña. Por ejemplo, los maíces sembrados en septiembre en el sudeste de Córdoba lograron atravesar con mejores resultados su período crítico, aprovechando las condiciones relativamente favorables de diciembre. Esta decisión, que en su momento pareció arriesgada por la falta de lluvias, terminó siendo beneficiosa, ya que permitió a estos cultivos sortear con mayor éxito las duras condiciones de enero.
Por otro lado, aquellos productores que optaron por sembrar girasol en lugar de maíz, debido al temor de la chicharrita (Dalbulus maidis) y las dificultades que traía un cultivo de maíz tardío, también vieron resultados más favorables en comparación con quienes se mantuvieron con el maíz. Este tipo de decisiones estratégicas ha sido determinante en un escenario tan incierto.
El panorama para los maíces tardíos y la mayoría de las sojas de segunda sigue siendo incierto. Aunque estas cosechas no atraviesan aún su período crítico, el estrés hídrico sufrido durante su crecimiento vegetativo podría comenzar a deteriorar su potencial de rendimiento. Si las condiciones climáticas siguen igual de desfavorables en las próximas semanas, el impacto será evidente en la calidad de los granos y en el rendimiento final de la campaña.
A medida que avanzamos en el mes de enero, los pronósticos para el resto del verano no son alentadores. Las lluvias siguen siendo escasas y desiguales, con grandes variaciones de milímetros en distancias relativamente cortas. Esto deja en evidencia que el fenómeno de La Niña no solo no ha dado tregua, sino que sigue marcando la pauta climática de la campaña. Con este escenario, la suerte de la cosecha dependerá en gran medida de la calidad de los lotes, las decisiones estratégicas tomadas y, sobre todo, de la capacidad de adaptación de los cultivos a estos desafíos climáticos extremos.