El sector del langostino congelado a bordo atraviesa hoy un punto de inflexión que excede lo coyuntural y se instala como un replanteo profundo de su lógica productiva. No se trata ya de una caída abrupta, sino del desgaste prolongado de un modelo que, durante al menos cuatro campañas, operó sin rentabilidad operativa efectiva. Las empresas, sostenidas por la ilusión de márgenes financieros generados a partir del volumen de divisas que las operaciones generaban en un contexto financiero acorde, la cotización del dólar y las distorsiones propias del mercado argentino, lograron postergar lo inevitable. Pero ese tiempo se agotó.
La zafra de langostino en aguas afuera de la Zona de Veda Permanente de Juveniles de Merluza, para la flota tangonera congeladora, parece ya haber quedado en el umbral de lo irrecuperable. La campaña, concebida como uno de los ejes productivos más relevantes del año, se diluye lentamente entre tensiones no resultados, demoras que se eternizan y un silencio institucional que inquieta más que cualquier pronunciamiento, con el agravante que varias empresas donde sus casas centrales están en España y en China, ya anticiparon que después de perder dinero durante dos años, no hay más remesas para subsidiarias argentinas.
Los temores ahora se proyectan más allá del presente: crece la incertidumbre sobre los plazos y sobre la posibilidad de que el conflicto termine por comprometer también las operaciones en aguas nacionales dentro de la ZVPJM. Se dibuja, con líneas cada vez más gruesas, un escenario de riesgo sistémico con implicancias sociales. La pesca, esa actividad que supo ser sostén estratégica de las economías regionales, hoy se ve relegada por urgencias macroeconómicas que captan la atención y los recursos del Estado.
Mientras tanto, las partes —flota, gremios, cámaras y arcas del Estado Nacional— se aferran a posiciones como náufragos de un naufragio anunciado donde por no ceder pretensiones se perdieron dos mareas de las 8 que ofrece el caladero en el año. Lamentable. No hay puntos de encuentro. No hay avances. Solo un clima de estancamiento que comienza a mutar en preocupación estructural. Y ya no es solo una inquietud del sector: la caída de exportaciones empieza a escalar posiciones en la agenda de los despachos oficiales, donde los datos duros hablan con crudeza de un retroceso que se acelera.
Pero por estos días, incluso esa señal de alarma queda sofocada por el estrépito de otras urgencias: la inflación persistente, la inestabilidad cambiaria, los desafíos del ajuste, el marco internacional con subas de aranceles y sobre todo un tipo de cambio adverso. En ese contexto, la actividad pesquera —con su compleja red de trabajo, divisas y valor agregado— queda relegada a un tercer plano, invisibilizada por un país que marcha al ritmo de emergencias encadenadas y recurrentes.
Lo preocupante ya no es solo la pérdida de una temporada. Es la pérdida del tiempo. Y, con él, la posibilidad de evitar que el deterioro se vuelva definitivo perdiendo una marca que supo ganar en años el estandarte de un producto premium de origen argentino salvaje y natural.
Con el sinceramiento macroeconómico y la desaparición de utilidades de origen financieras, quedó al desnudo lo que ya era estructural: una pérdida operativa sostenida que hoy impacta directamente en la salud económica del sector.
Ya no hay matices ni distancias entre la posición de las cámaras empresarias y las compañías independientes. La coincidencia es total: no se puede seguir operando con barcos que son deficitarios desde que zarpan. El esquema de costos lo dice todo: más del 50% del gasto se consume en salarios y cargas sociales, lo que convierte al tangonero congelador en una unidad productiva inviable bajo estas condiciones del mercado internacional del comercio de la especie. Los armadores han hecho todo lo posible por mantener la rueda girando, pero ya no hay más amortiguadores. El tiempo de la resistencia terminó. El presente exige rediseño o resignación.
En ese escenario de extrema cautela y con una flota paralizada por la simple razón de que prender motores es sinónimo de pérdida de dinero, hubo un movimiento que se destacó por su singularidad y su atrevimiento. El BP Mar Sur se convirtió en el único buque congelador operativo en plena campaña de langostino al norte del paralelo 42°S y fuera de la ZVPJM, en un contexto marcado por fuertes tensiones gremiales y una crítica falta de rentabilidad que mantiene al resto de la flota amarrada. Desde su partida el 1 de abril desde Mar del Plata, el buque registra capturas diarias cercanas a las 10 toneladas de langostino de tamaños comerciales (L1 y L2), con escasa presencia de acompañantes, lo que representa un desempeño prometedor en esta fase inicial.
Este avance cobra especial relevancia no solo por su resultado operativo, sino por el simbolismo que carga: el Mar Sur ya había sido protagonista en 2020, cuando fue el primero en zarpar en medio de otro conflicto gremial-empresarial. Esta vez, sin modificar convenios ni firmar acuerdos nuevos, volvió a salir al mar, lo que fue interpretado por el SOMU como un logro gremial frente a los intentos empresariales de renegociar condiciones laborales. Aunque es cierto: una golondrina no hace verano.
En un contexto donde cada dato cuenta y cada jornada en el mar puede marcar la diferencia, la presencia abundante del recurso ofrece una ventana de esperanza frente a una estructura que se debate entre la reconversión y el colapso. La imagen de pocos barcos faenando en un caladero otrora saturado de tangoneros habla de un cambio de época. Y quizás, también, de la posibilidad de diseñar otro tipo de futuro.
Elegante en su forma y rotundo en su mensaje, el sector necesita menos parches y más decisiones, aunque se duda de la capacidad de sus interlocutores, ya que es destacable que al momento, que el sector jurídico del SOMU no lleve a una presentación judicial la actual situación, donde los buques, habiéndose abierto la temporada de pesca, no zarpan a la captura de la especie. Y tal vez, este puñado de buques que aún salen a pescar, sin certezas comerciales pero con la convicción de que vale la pena probar aun en el marco de lo que exige su permiso de pesca, marquen el inicio de una nueva forma de pensar la pesca. Con equilibrio. Con inteligencia. Y con un modelo que, esta vez, cierre para todos.
Pescare