Por Agroempresario.com
En la ciudad más austral del planeta, donde el mundo parece detenerse entre los glaciares y el mar, una pregunta se impone entre montañas nevadas y cruceros de lujo: ¿cuánto tiempo podrá Ushuaia mantener su esencia salvaje frente al crecimiento imparable del turismo antártico?
En pleno verano austral, la capital fueguina bulle de visitantes que llegan en masa para embarcarse rumbo a la Antártida. Esta pequeña ciudad de poco más de 83.000 habitantes, ubicada entre el Canal Beagle y la Cordillera de los Andes, vive un boom económico sin precedentes, impulsado por un turismo que se ha triplicado en apenas una década. Sin embargo, esta prosperidad también ha traído consigo profundas tensiones sociales, urbanas y ambientales.
Con una ubicación estratégica, a solo 965 kilómetros de la Península Antártica, Ushuaia representa el 90% de las salidas de cruceros hacia el continente blanco. Aunque también existen puntos de partida desde Chile, Australia y Nueva Zelanda, es esta ciudad argentina la que se ha convertido en epicentro de una industria que promete aventuras épicas a cambio de cifras igualmente extraordinarias: los paquetes promedio oscilan entre los 15.000 y los 18.000 dólares por persona para un viaje de diez días.
En la última temporada, más de 111.500 pasajeros partieron hacia la Antártida desde Ushuaia, y se estima que ese número crecerá un 10% este año. Este turismo de alto poder adquisitivo ha dinamizado la economía local: restaurantes, agencias de viaje, artesanos y guías encuentran trabajo, y muchos vecinos alquilan habitaciones a los visitantes, multiplicando sus ingresos.
Gabriel Chocron, cofundador de Freestyle Adventure Travel, lo resume con una frase: “Ir a la Antártida es lo más cercano que se puede estar a visitar otro planeta”.
Pero mientras los turistas disfrutan de experiencias únicas —como nadar en aguas gélidas junto a ballenas o sobrevolar icebergs en helicóptero—, muchos trabajadores locales enfrentan una realidad muy distinta. La falta de viviendas asequibles, los altos precios del alquiler y la expansión urbana desordenada están poniendo en jaque la calidad de vida de quienes hacen posible que el engranaje turístico funcione.
Nolly Ramos León, madre soltera de cuatro hijos, vive en una casa construida por ella misma en una ladera donde los bosques fueron talados para abrir paso a asentamientos informales. No tiene agua corriente ni electricidad, y debe caminar largas distancias por senderos peligrosos para llegar a su trabajo como empleada doméstica. Gana 175.000 pesos al mes (unos 500 dólares al tipo de cambio oficial), y destina gran parte de ese ingreso a mejorar su vivienda improvisada.
Casos como el de Nolly no son aislados. Al menos el 10% de los habitantes de Ushuaia viven en condiciones similares. La población de la ciudad creció un 45% desde 2010, impulsada por quienes buscan un futuro mejor en la tierra del fin del mundo. Pero la infraestructura no acompañó ese crecimiento.
“Nos llevó mucho tiempo construir esta casa”, cuenta Ramos León. “A veces ni siquiera teníamos dinero para comer, porque lo estaba destinando a esta casa.”
La escasez de terrenos disponibles, sumada al alto costo de construcción en una región geográficamente aislada, ha disparado los precios del alquiler. En Ushuaia, un departamento de dos ambientes cuesta alrededor de 900.000 pesos mensuales, el equivalente a 1.000 dólares. Se estima que el 80% de los ingresos de un inquilino promedio se destinan a la vivienda.
En 2023, los precios de los alquileres en Ushuaia superaron incluso los del barrio porteño de Palermo. Y la derogación de la ley de alquileres por parte del gobierno nacional solo agravó el problema en Tierra del Fuego, la provincia con mayor proporción de inquilinos en relación con propietarios.
Organizaciones como “Que Nos Escuchen” advierten sobre una creciente gentrificación de la ciudad. “Va a llegar un momento en que todo será de turistas en Ushuaia”, alerta su presidenta, María Elena Caire. “¿Y quién los va a atender? Porque los residentes no pueden encontrar un lugar para vivir.”
Según datos oficiales, Ushuaia cuenta con unas 6.200 camas turísticas, de las cuales al menos el 30% corresponde a alquileres temporarios. Sin embargo, las autoridades admiten que la cifra real podría ser mayor debido a la proliferación de propiedades no registradas. Para intentar controlar este fenómeno, se impuso una moratoria al registro de nuevos alquileres temporarios, pero la implementación ha sido limitada.
Los operadores turísticos sostienen que la mayoría de los cruceristas se hospedan en hoteles y que el turismo genera conciencia ambiental. La Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos (IAATO) expresó su compromiso con un desarrollo sostenible, aunque reconocen la necesidad de “encontrar un equilibrio” entre la actividad económica y el bienestar de la comunidad.
El impacto ambiental también genera preocupación. Cada pasajero que viaja a la Antártida emite unas cinco toneladas de dióxido de carbono, lo que equivale a un año completo de emisiones de una persona promedio. Y si bien los cruceros son una fuente de concientización sobre el cambio climático, su proliferación podría acelerar el deterioro del entorno que los turistas buscan preservar.
La Antártida se está calentando más rápido que el resto del planeta, y los efectos se sienten también en Tierra del Fuego. Este verano, una formación rocosa e icónica del Parque Nacional Tierra del Fuego colapsó debido a las temperaturas más cálidas de lo habitual.
Además, la presión turística ha llevado a proyectos de expansión del puerto, que en 2023 sumó más de 3.000 metros cuadrados. A eso se suma el anuncio de la cadena Meliá, que invertirá 50 millones de dólares en un resort de lujo con spa y piscinas, para captar al segmento más exclusivo.
Desde la Fundación Ushuaia XXI, su presidente Julio Lovece plantea una visión crítica pero esperanzada: “Vendemos un aura. A diferencia de otros lugares que venden cascadas o ballenas, nosotros vendemos el fin del mundo. Pero si perdemos ese carácter único, lo perdemos todo”.
Lovece propone frenar el crecimiento desmedido y priorizar un turismo que beneficie a los habitantes sin destruir el entorno. “Creemos que podríamos seguir recibiendo a muchos más visitantes, pero también creemos que este es el momento adecuado para pensar en cómo no perder el control de ese crecimiento.”
En este sentido, la ciudad se enfrenta a una encrucijada: expandirse para seguir captando divisas o preservar su equilibrio natural y social. No hay soluciones simples. Algunos proponen limitar el número de cruceristas por temporada; otros, declarar zonas intangibles en la Antártida donde no se permita el turismo.
Ushuaia vive una paradoja: cuanto más se acerca al paraíso turístico que vende al mundo, más se aleja del bienestar para sus propios ciudadanos. Las historias de progreso y precariedad conviven a pocos metros de distancia: en un mismo día, una turista nada junto a una ballena y una trabajadora busca agua en un arroyo para su familia.
El sueño de ver la Patagonia sigue vigente para millones en todo el mundo. Pero ese sueño puede tornarse una pesadilla si no se gestiona con cuidado.
Porque en “el fin del mundo”, donde termina el mapa y comienza el hielo, también podría comenzar una nueva forma de pensar el turismo: una que ponga en el centro a las personas y al planeta.