Por Agroempresario.com
En el extremo noroeste de Santa Cruz, a pasos de la frontera con Chile y abrazado por la cordillera de los Andes y el lago Buenos Aires, se encuentra Los Antiguos. Una localidad que no sólo carga con una historia de resiliencia frente a la naturaleza, sino que también supo reinventarse para transformarse en una potencia inesperada de la fruticultura: exporta cerezas de altísima calidad a mercados tan diversos como España, Estonia, Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos.
El 8 de agosto de 1991, a las 11 de la noche, algo comenzó a caer del cielo. “Pensamos que era lluvia, pero salimos y no... era otra cosa. Luego escuchamos explosiones”, recuerda Jorge Seguel, productor, ex concejal y alma mater de la cooperativa El Oasis, mientras pasea por su chacra El Tambito. A 114 kilómetros del pueblo, el volcán chileno Hudson había entrado en erupción. Lo que caía no era sólo ceniza: era una lluvia de piedra pómez molida, que cubrió el suelo con hasta 17 centímetros de un material gris y sofocante. Durante cuatro días, Los Antiguos quedó sumida en una nube tóxica. No hubo fruta esa temporada y apenas algo la siguiente.
Sin embargo, la comunidad no se rindió. Con esfuerzo colectivo, se creó una comisión de emergencia y, en tres meses, se araron todas las chacras. Se limpió, se sembró, se resistió. “Estudiamos la ceniza, no le hizo ni bien ni mal al suelo”, cuenta Seguel, quien en 1988 había fundado la cooperativa que hoy nuclea a pequeños y medianos productores de cerezas del valle. “El volcán nos dejó sin nada, pero el BID nos dio un crédito, y con eso logramos reactivar”.
Hoy, con 4.600 habitantes, Los Antiguos tiene mucho más que un pasado épico: es una tierra de futuro. Nació como colonia forrajera en los años 20, cuando se loteó la estancia La Ascensión, pero en los 80 mutó hacia la producción de cerezas. No es un detalle menor: las de aquí son las más australes del mundo y, por lo tanto, las últimas en ingresar al mercado internacional, lo que les da una ventaja competitiva clave. La llegada del asfalto hace 20 años fue otro punto de inflexión. Facilitó el transporte y permitió escalar la producción.
El motor económico del pueblo es ahora este fruto rojo, que tiene su monumento en la entrada de la localidad. Hay puestos callejeros que las venden a granel y restaurantes que las integran incluso en sus pizzas. En Viel Glück, por ejemplo, un local gastronómico destacado por su cocina con identidad, se pueden probar combinaciones únicas con cerezas como ingrediente estrella.
La cooperativa El Oasis, fundada por Seguel, fue clave para el crecimiento del sector. Coordinan empaque, transporte y exportaciones. “Siempre creí en las cerezas. Empezamos con mi hermano Ángel en los 80. Hoy, además de producir, ayudamos a otros”, comenta con orgullo. Y no es para menos: acaban de obtener la denominación de origen “Cerezas de Los Antiguos - Patagonia”, una etiqueta que las coloca en el mapa premium de la fruticultura mundial.
El valle, encajonado entre álamos que protegen del viento, está salpicado de chacras modelo. Dos de las más reconocidas son La Querencia, de perfil agroecológico y con fuerte impronta en el agroturismo, y 6 Hermanas, líder en exportación y con un salón de ventas donde es posible adquirir fruta de calidad superior. Ambas ofrecen visitas guiadas y degustaciones.
Seguel, que tiene 75 años, es nieto de un inmigrante de Medio Oriente que fue rebautizado Jorge Seguel en el puerto de Buenos Aires. “Si preguntás por la chacra del turco, te mandan para acá”, dice entre risas. Su padre construyó la finca familiar y él debió abandonarla a los 13 por necesidades económicas. Fue albañil, militó en el peronismo, y volvió al valle en los 70. “En el 82 me casé y arranqué con las cerezas. Nunca más paré”.
El pueblo también tiene atractivos turísticos de primer nivel. Tres miradores lo rodean: el Del Valle, con vista panorámica a las chacras; el Uendeunk, sobre el centro urbano y junto a una hostería muy recomendable; y el Del Lago, frente al lago Buenos Aires, binacional, que del lado chileno se llama General Carrera. Desde allí, la pesca deportiva de truchas arcoíris y salmones es una experiencia destacada.
Para quienes llegan de lejos, la infraestructura turística acompaña. La Hostería Tierra de los Antiguos ofrece habitaciones con vista al lago, balcones y atención personalizada. El Mirador Uendeunk, más reciente, se destaca por su gastronomía y comodidad. Chelenco Tours organiza excursiones a maravillas naturales como las Capillas de Mármol en Chile, el Parque Patagonia o la Cueva de las Manos. Y la Oficina de Turismo brinda atención personalizada todos los días del año.
Hoy, la economía de Los Antiguos está anclada en la producción y exportación de cerezas, pero también crece en torno al turismo, el agroturismo y los servicios gastronómicos. Con su calle principal embanderada y su historia de superación, este pueblo del sur profundo argentino ofrece una lección de coraje, comunidad y visión de futuro.
El próximo paso, dicen los productores, es ampliar mercados y seguir invirtiendo en tecnología de empaque y frío, para mejorar aún más la calidad exportable. Pero también quieren que más argentinos conozcan Los Antiguos y descubran, entre álamos y viento, cómo un pueblo puede renacer de las cenizas y florecer, literalmente, en rojo brillante.
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