Europa consume menos pescado: Señales de alarma por la contracción del consumo

Caída del consumo de pescados y mariscos en Europa. Cambio de hábitos condicionados por el poder adquisitivo de los consumidores. Asia gana protagonismo

Europa consume menos pescado: Señales de alarma por la contracción del consumo

En el entramado de la economía alimentaria europea, se está consolidando un fenómeno que despierta creciente preocupación entre productores, distribuidores y responsables de políticas públicas: el progresivo retroceso del consumo de pescado en el continente. Más que un simple cambio en los hábitos de compra, los datos revelan un ajuste estructural con implicancias nutricionales, económicas y sociales de largo alcance.

Según el últimos sondeos, el consumo per cápita de pescado en la Unión Europea registró en 2024 una caída del 15,28 % respecto al año anterior. Esta reducción —la más pronunciada en más de una década— arrastra al bloque desde la posición 12 a la 17 en el ranking mundial por consumo individual. Aun cuando las proyecciones de la OCDE y la FAO anticipan una leve recuperación del 3 % en el corto plazo, la tendencia de fondo continúa siendo claramente descendente.

El termómetro aporta una dimensión más cualitativa al diagnóstico. El 55 % de los consumidores europeos identifica el precio como el principal factor que condiciona sus decisiones de compra, por encima incluso del aspecto o la frescura del producto. Esto ha provocado un aumento en la demanda de productos congelados y enlatados en detrimento del pescado fresco, impactando no solo en los volúmenes de venta, sino también en la calidad de los alimentos que llegan al hogar.

España: de referente a retroceso

España, históricamente uno de los países con mayor consumo per cápita de productos del mar, tampoco ha escapado a esta tendencia. En 2023, el consumo per cápita fue de 18,56 kg, marcando una disminución del 3,3 % respecto al año anterior y acumulando una caída del 34,3 % desde 2008. El volumen actual representa el nivel más bajo de toda la serie histórica.

Paradójicamente, mientras el consumo disminuye, el gasto total en pescado aumenta. El precio medio por kilo subió un 7,1 %, alcanzando los 10,70 €/kg, lo cual refleja una inflación persistente en productos básicos que erosiona el poder adquisitivo de los hogares. Este fenómeno no solo implica que los españoles comen menos pescado: pagan más por obtener menos, comprometiendo la accesibilidad y la variedad nutricional.

La pérdida de protagonismo del pescado fresco, acompañada por una caída aún más pronunciada en los productos congelados, solo ha sido parcialmente compensada en términos de facturación por el alza de precios. La ecuación actual —menos unidades vendidas, mayor coste— redefine las reglas del mercado e introduce desafíos significativos para toda la cadena de valor pesquera.

El repliegue europeo contrasta con el dinamismo de Asia. En el mismo período, China, India e Indonesia han consolidado su liderazgo en el consumo total de productos pesqueros. En 2024, la UE cayó al cuarto puesto mundial, con 10,66 millones de toneladas consumidas, un 8,45 % menos que en 2023. Asia no solo aumenta su volumen, sino también su influencia estratégica en el comercio internacional de alimentos refrendando con precios sostenido las principales especies de consumo, como el calamar.

Las razones detrás de la contracción europea no se explican únicamente por el factor precio. Variables geográficas, socioculturales y demográficas también desempeñan un papel relevante. Los habitantes de zonas costeras consumen más pescado y prefieren productos salvajes frente a los de cultivo, mientras que en países sin litoral predomina una cierta indiferencia respecto al origen del producto. Este desequilibrio también evidencia la falta de una política alimentaria común que garantice acceso y equidad entre regiones.

En paralelo, el consumo fuera del hogar —restaurantes, comedores, catering— tampoco logra compensar la caída del consumo doméstico. Aunque un tercio de los europeos consume pescado al menos una vez al mes fuera del hogar, las cifras se mantienen estancadas, e incluso retroceden en determinados segmentos poblacionales.

La situación actual plantea interrogantes que trascienden el presente. La combinación de bajo consumo, alta inflación y pérdida de competitividad global expone al sector pesquero a una presión creciente. Y si no se adoptan medidas correctivas eficaces, las consecuencias podrían extenderse a ámbitos como la salud pública, la seguridad alimentaria y la sostenibilidad de los ecosistemas marinos.

Revertir esta tendencia requerirá más que ajustes coyunturales o campañas de promoción. La Unión Europea se enfrenta al desafío de reformular sus políticas alimentarias, fortalecer las cadenas de valor locales y garantizar el acceso a productos pesqueros de calidad a precios razonables, donde una variante es proteger su industria local mediante aranceles, como se impone en la moda mundial del comercio, liderada por los Estados Unidos de América.

Con la caída de consumo de pescados y mariscos de la dieta cotidiana de los europeos, no solo se perderá un elemento fundamental de su identidad cultural, sino también un componente clave de su equilibrio nutricional y económico con repercusiones en toda la cadena de valor; ello quizá justifica la apatía de demanda y caída de precios que desde hace algunos años se registra en productos de origen argentino.

 

AgroNoa

 



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