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Por Agroempresario.com
La ribera de San Isidro, uno de los espacios verdes más valiosos y mejor conservados del norte del Gran Buenos Aires, está en camino a convertirse en un paisaje protegido. Vecinos y ambientalistas impulsan esta iniciativa con el objetivo de preservar un tramo costero casi virgen que conecta importantes reservas naturales y ofrece un contacto directo con la naturaleza en un entorno urbano cada vez más saturado.
El sector ribereño en cuestión se extiende desde el predio conocido como Águila Club hasta el área comercial Malloy’s, situado entre la calle Sebastián Elcano y el Río de la Plata. Este corredor biológico conecta la Reserva Natural Ribera Norte, ubicada en San Isidro, con la reserva del municipio vecino Vicente López, formando un espacio clave para la biodiversidad regional.
Lo que hace especial a esta zona ribereña es su estado casi natural: sin caminos pavimentados, sin iluminación artificial, ni bancos instalados. Esta característica permite la conservación de una fauna variada, donde es posible observar especies como biguás, garzas, patos, picaflores y cardenales, muchas veces desde la costa o los senderos naturales. Además, la ausencia de contaminación lumínica favorece actividades nocturnas como la observación astronómica, que cuenta con gran interés entre la comunidad local.
El área cumple además funciones ecológicas fundamentales: actúa como una barrera natural contra inundaciones, filtrando contaminantes antes de que lleguen al río, y funciona como sumidero de carbono, ayudando a mitigar el cambio climático local. También contribuye a moderar la temperatura del entorno, aportando beneficios climáticos a la zona urbana.
Con la posible declaración como “Paisaje protegido”, la normativa vigente se actualizará para proteger este entorno y regular el tipo de actividades permitidas. Se mantendrán aquellas que no alteren la naturaleza ni el paisaje, tales como caminatas, observación de fauna, actividades recreativas pasivas, educación ambiental, talleres y visitas guiadas. También se fomentarán programas de conservación y voluntariado, así como propuestas culturales respetuosas del medio ambiente.
En contrapartida, quedarán prohibidas actividades que generen un impacto negativo o alteren la tranquilidad del lugar, como recitales masivos, ferias comerciales, food trucks, instalaciones de pantallas o parlantes, eventos deportivos con estructuras, nuevas construcciones o intervenciones urbanísticas que modifiquen el entorno. Además, se restringirá la circulación vehicular, la iluminación artificial intensa y se implementarán controles para evitar la disposición incorrecta de residuos y vertidos contaminantes.
Uno de los aspectos más destacados del proyecto es la protección del cielo nocturno. Se prevén medidas para reducir la contaminación lumínica, permitiendo preservar la oscuridad natural necesaria para la vida silvestre y la calidad ambiental. Esto también mejora las condiciones para la observación astronómica, que podrá desarrollarse en forma pública y organizada, aprovechando la cercanía de vecinos interesados y eventos especiales como las noches de luna llena.
La reducción de la luz artificial se considera esencial para mantener los ciclos biológicos de las especies animales y vegetales que habitan la ribera, además de mejorar la calidad de vida de los habitantes cercanos. La regulación de la iluminación buscará un equilibrio entre seguridad y conservación.
La figura de “Paisaje protegido” es una categoría de conservación ambiental que reconoce el valor ecológico, cultural, histórico y paisajístico de un área. A diferencia de figuras más estrictas como reservas naturales o parques nacionales, este tipo de protección permite cierto grado de uso público, buscando un balance entre la preservación del entorno y la interacción comunitaria.
Esto significa que la ribera de San Isidro no solo se conservará para proteger su biodiversidad y sus servicios ambientales, sino también para garantizar que las generaciones futuras puedan disfrutar de este espacio natural como un recurso cultural y recreativo. La ordenanza busca, además, fomentar la participación ciudadana y la educación ambiental, involucrando a la comunidad en su cuidado.
La iniciativa de San Isidro se enmarca en una creciente conciencia global sobre la importancia de integrar espacios verdes en el diseño y planificación urbana. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó ya en 2016 que las ciudades cuenten con al menos 0,5 hectáreas de espacio verde a menos de 300 metros de cada vivienda, para mejorar la salud física y mental de sus habitantes.
El esfuerzo local por proteger la ribera es un ejemplo concreto de cómo las comunidades pueden defender y recuperar estos espacios vitales para el bienestar social y ambiental. En un contexto donde la expansión urbana y la contaminación amenazan estos enclaves, lograr su reconocimiento como paisaje protegido es un paso fundamental para asegurar su preservación a largo plazo.
