En la Quinta Temporada de “Comunicándonos en Agroempresario.com”, junto a Fernando Vilella, Director de Desarrollo Estratégico y Contenidos de Agroempresario.com, el especialista en desarrollo tecnológico Carlos Pallotti ofreció una radiografía precisa y provocadora sobre la encrucijada que enfrenta Argentina: ser una potencia de talento reconocida a nivel mundial y, al mismo tiempo, una economía que duda en aplicar esa misma capacidad para transformar sus industrias tradicionales. Para Pallotti, la tecnología no es un sector aislado, sino una capa transversal indispensable. "Necesitás servicios tecnológicos para resolver temas de salud, alimentos, bancarios, de educación. La diferencia la hacen los países cuando a sus producciones básicas o profesiones tradicionales le empiezan a agregar un contenido tecnológico. Eso crea un valor diferencial definitivo".
Desde esta perspectiva, Pallotti analiza al país en dos planos paralelos y contrastantes. Por un lado, una Argentina que mira hacia adentro y muestra un considerable rezago. "Argentina es un país que todavía tiene mucho por hacer en transformación digital. No tenemos una tecnificación acorde al siglo XXI, en parte por los vaivenes políticos, los tipos de cambio, las crisis económicas. Uno deja las inversiones tecnológicas para más adelante pensando que lo que produce ya tiene mercado". Pero por otro lado, existe una Argentina que mira hacia afuera y ha protagonizado una explosión silenciosa. "La industria tecnológica, no solo la informática sino también la nuclear, la energética, la biotecnología, se dio cuenta de que el mercado es el mundo. En los últimos 20 años, Argentina ha crecido en el mercado internacional de una manera espectacular, pasando de exportar 150 millones de dólares en el año 2000 a cerca de 9 mil millones de dólares hoy".
Este éxito, sin embargo, encierra una profunda paradoja que, según Pallotti, define nuestro principal desafío como nación. "Es bueno y es malo. Bueno porque genera 9 mil millones de dólares y un superávit importante. Malo porque, en realidad, estamos vendiendo lo que nos sobra. Como la economía argentina no consume tanta tecnología, exportamos esas capacidades. Ojalá tuviéramos más compañías que demanden tecnología y que ese talento salga embebido en productos alimenticios, en productos industriales, y no necesariamente vendamos las horas o los servicios para el exterior".
El recurso más valioso de la economía del conocimiento es, por definición, el capital humano. Y Argentina posee una fuente de talento de altísima calidad, pero con un flujo limitado. Pallotti advierte sobre las restricciones en la "tubería" educativa que impiden escalar el potencial del país. "Hay un tema mundial, y es que los jóvenes hoy no quieren estudiar carreras de ciencias duras. En Argentina, las ingenierías no superan el 5 o 6% del total de los estudiantes", señala.
A esta tendencia global se suma un filtro local. "Tenemos que pensar que estos oficios son terciarios o universitarios. A ese nivel educativo llega solo el 30% de los argentinos, y de esa parte, muy pocos terminan la carrera. Tenemos, si se quiere, una universidad de élite a la que solo una porción de la población accede".
A pesar de estas limitaciones, el volumen y la calidad del talento existente son impresionantes y su potencial económico, gigantesco. "La educación pública ha sido una gran ventaja para Argentina. Si bien no tenemos 10 millones de personas capacitadas, sí podemos mantener 1 millón de personas en este sector, y 1 millón es mucha gente", calcula Pallotti. "La productividad por persona en el mundo tecnológico está entre 50.000 y 60.000 dólares por año. Si tenés 1 millón de personas, tenés un potencial de 60 mil millones de dólares para generar".
El principal obstáculo, entonces, no es la falta de oportunidades en el exterior. "La demanda es casi infinita, pensándolo desde el punto de vista argentino. No tenemos preocupación por la demanda. El problema es nuestro. Las empresas de tecnología probablemente tengan más gente trabajando en Recursos Humanos buscando talento que en el área comercial. Primero tengo que tener la gente para poder vender el servicio". La verdadera batalla es por la oferta de capital humano capacitado.
Uno de los fenómenos más transformadores de los últimos años, acelerado por la pandemia, ha sido la descentralización del talento. El trabajo remoto rompió las barreras geográficas y está redibujando el mapa económico del país. "Con la pandemia se incentivó el home office, y eso tiene una implicancia enorme", explica Pallotti. "Ahora, un joven con habilidades digitales ya no tiene que salir de su pueblo natal para ser un profesional exitoso".
Las estadísticas respaldan esta tendencia de manera contundente. "El empleo registrado en el sector crece al doble o al triple en las provincias que en los grandes centros urbanos. Mientras la Ciudad de Buenos Aires, el Conurbano o Rosario crecen al 4 o 5%, en las provincias se crece al 10, 12 o 15%". Y el impacto se siente sobre todo en ciudades intermedias como San Rafael, Río Cuarto, Villa María o Sunchales.
Pallotti ilustra este poder transformador con un ejemplo micro, pero de un impacto macro local inmenso: "En La Quiaca, Jujuy, un municipio muy al norte, lindante con Bolivia, el Ministerio de Trabajo registra a cuatro personas que trabajan en relación de dependencia para una empresa de tecnología. Eso significa un ingreso aproximado de 120.000 dólares al año que entran a La Quiaca para estas personas, que después gastan ese dinero en la verdulería, en alquilar una casa o en construir. Este fenómeno federal se ha acrecentado muchísimo".
Conscientes de esta oportunidad, algunas provincias han decidido pasar de ser espectadoras a protagonistas. "En Entre Ríos estamos trabajando en un proyecto que tomó la decisión de generar un gran centro tecnológico. Se llama el Mirador Tech. Fue una decisión del gobernador Frigerio a partir de un edificio público que se estaba construyendo. Dijo: 'esto tiene que ser productivo', y lo reconvirtió". Este hub, que se inaugurará en los próximos meses, busca ser un imán para empresas de biotecnología, software, inteligencia artificial y blockchain, generando empleo de calidad y externalidades positivas para toda la región. El éxito de la convocatoria ha sido tal que, antes de su apertura, ya tienen casi toda la superficie reservada y están reconsiderando otros espacios para poder alojar más proyectos.
Si hay un ámbito donde la fusión de los dos grandes potenciales de Argentina —el campo y la tecnología— puede generar un valor exponencial, es en el Agtech. Pallotti ve con entusiasmo cómo este ecosistema comienza a florecer, impulsado por una característica intrínseca del ADN argentino: el espíritu emprendedor.
"Argentina es una gran fuente de emprendedores", afirma. "Algunos sociólogos dicen que tiene que ver con nuestra gran inmigración europea. El inmigrante que vino era cuentapropista: carpintero, plomero, tendero. Quería ser su propio empresario. Y eso brota acá, a veces a pesar de los gobiernos".
Este espíritu se ve en cada exposición rural. "Vamos a los grandes eventos del campo y encontramos un montón de startups. El 70% son emprendedores desarrollando cosas nuevas: qué hacer con un residuo, cómo fumigar con drones planta por planta, vehículos autónomos, análisis de clonación para transgénicos. Todos los días aparece algo".
Sin embargo, aquí es donde Pallotti identifica la principal barrera cultural y financiera que frena la aceleración del Agtech. "Lo que está faltando todavía es que ciertos actores clave del sector agropecuario decidan invertir más fuerte en este tipo de cosas. Es como que todavía le sigue tentando más el ladrillo que la tecnología". Esta preferencia por la inversión tangible y tradicional por sobre la apuesta en innovación es, para el especialista, un freno que el propio sector debe remover para capitalizar la revolución tecnológica que tiene a su alcance.
A esto se suma la endémica inestabilidad macroeconómica, que dinamita la confianza y la previsibilidad necesarias para cualquier negocio a largo plazo. "La locura que hacemos en Argentina: una empresa cierra un contrato de servicios a cinco años con un cliente del exterior y a los dos años le toca la puerta para renegociar porque el dólar cambió. El cliente no lo entiende. Lo que no podemos es vender un vino caro que a veces es barato, y viceversa. Cuando no se entiende lo que vendés, perdés credibilidad".
En el epicentro de la revolución tecnológica actual se encuentra la Inteligencia Artificial (IA), una fuerza que, según Pallotti, transformará todas las actividades humanas de una manera tan profunda como lo hizo en su momento la planilla de cálculo. "La IA, junto con Blockchain, viene a revolucionar todo. Blockchain es como el container de los datos, permite un almacenamiento certificado y trazable. La IA tiene la capacidad de auto-reformarse, de auto-capacitarse".
El especialista advierte que muchos usuarios, incluso en el sector productivo, están utilizando la IA de manera superficial. "En algunos lados se está usando casi como un Excel avanzado. Le preguntan: '¿me podés armar un reporte de tal cosa?'. Eso es hacer 'prompts', es el uso más básico".
El verdadero poder, explica, reside en la creación de "agentes" de IA. "El uso más profundo es crear un programita de IA que metés dentro de algo, por ejemplo, el portal de ustedes. Ese agente puede detectar patrones y cambiar el contenido de forma autónoma, sin que un ser humano se lo diga. Es ahí donde empieza la barrera ética y la necesidad de marcos regulatorios, pero también donde reside la mayor capacidad de generar productividad".
Pallotti es categórico: la IA no es opcional. "Desde un tambo hasta una empresa de logística, pasando por un contador o un médico, todos tienen que empezar a entender cómo trabajar con la IA". El mayor riesgo es el gap generacional. En un congreso de ingeniería, relata, el 90% de los estudiantes usaban IA, pero solo el 20% de los profesores lo hacían.
Para ilustrar el potencial, propone un ejercicio disruptivo: "Imaginen enseñar Derecho Romano. Es una materia que no cambia hace 2000 años. Si ponés todo ese conocimiento en una IA y, por otro lado, cargás la base de datos del historial académico de cada alumno, podés hacer que la IA le enseñe Derecho Romano a cada estudiante de una manera personalizada, con un sesgo diferente, adaptado a su forma de aprender". Esa misma lógica, concluye, es aplicable a cualquier disciplina, incluida la capacitación en el agro.
En definitiva, para Carlos Pallotti, el camino de Argentina hacia un desarrollo sostenido y de alto valor agregado no pasa por la inversión en capital físico, sino por una apuesta decidida y estratégica por el capital humano. "La economía del conocimiento, esta actividad cerebro-intensiva, debería tener los factores que hagan la diferencia, no tanto en la inversión de capital, sino en la de capital humano". El desafío es claro: capacitar, innovar, estabilizar las reglas de juego y, fundamentalmente, convencer al sector productivo más importante del país de que el futuro no se construye con ladrillos, sino con neuronas, datos y algoritmos.