Por Agroempresario.com
El mercado de los bioinsumos agrícolas en Argentina atraviesa una transformación clave. Con un crecimiento sostenido del 10,9% interanual, ya mueve más de u$s124 millones anuales, aunque todavía representa apenas el 4% del volumen total del mercado de fitosanitarios. El dinamismo de este sector se refleja en nuevas inversiones, como la planta inaugurada por Agricultores Federados Argentinos (AFA) en Ramallo, y en el interés creciente de firmas extranjeras, como lo demostró el masivo primer Congreso de Bioinsumos organizado por Casafe en Rosario.
La tendencia es clara: los bioinsumos —bioestimulantes, biofertilizantes, bioinsecticidas y otros productos desarrollados a partir de microorganismos naturales— están posicionándose como parte fundamental de una agricultura más sustentable y eficiente. Con la presión creciente del mercado por prácticas menos agresivas con el ambiente, y con consumidores que exigen alimentos más sanos, estos insumos biológicos aparecen como protagonistas de un cambio estructural en el agro.
Uno de los hitos recientes que marca el ritmo del mercado fue la apertura de la primera planta de bioinsumos de AFA en Ramallo. Esta inversión de u$s6 millones permitirá producir inicialmente entre 200.000 y 250.000 dosis de productos, con la capacidad de escalar hasta 600.000. Según José Luis Nardi, gerente de agroinsumos de la cooperativa, se trata de un paso estratégico que busca complementar —no reemplazar— a los productos químicos, apostando por una sinergia productiva que maximice resultados y minimiza impacto ambiental.
"Este es un mercado con picos y valles. Hay empresas que ingresan sin comprender que se trata de un producto que requiere acompañamiento y seguimiento técnico. Pero cuando el productor ve los resultados con una inversión accesible, sigue apostando por estos productos", explicó Nardi. AFA ya tiene experiencia con formulaciones químicas en la misma localidad bonaerense, lo que refuerza su capacidad logística y de distribución.
El especialista Luis Mogni, de la consultora Somera, fue uno de los protagonistas del Congreso de Casafe. Allí presentó datos contundentes: los inoculantes —particularmente los de soja— representan el 51% del total del mercado biológico, seguidos por los bioestimulantes (26%) y los biofertilizantes (10%). Además, los bioinsecticidas fueron la categoría de mayor crecimiento en 2024, con un 109% de aumento en facturación.
“Hoy los márgenes ajustados obligan a buscar eficiencia. Y cuando se aplican buenas prácticas agrícolas, los biológicos pueden mejorar rendimientos entre un 3 y 7%. En un contexto de menor inflación y mayor necesidad de precisión, eso es muchísimo”, apuntó Mogni.
Según Frederico Elorza, coordinador técnico de Casafe, uno de los grandes desafíos es comunicar con claridad el rol de los bioinsumos: “Esto no se trata de químicos o biológicos, sino de entender cómo se complementan. No podemos hablar de agricultura regenerativa sin incorporar esta mirada mixta”.
El rol de los asesores y técnicos es esencial en esta transición. La “venta artesanal”, como la definió Nardi, implica educación y acompañamiento. Se trata de convencer a un productor tradicional de que estas soluciones no son una moda, sino una herramienta concreta para aumentar la productividad de forma más amigable con el ambiente.
La otra cara del fenómeno es la creciente atracción que genera el mercado argentino entre compañías extranjeras. Ignacio Moyano Córdoba, de la firma Dunham Trimmer, explicó en el evento que desde Brasil observa un renovado interés de empresas globales por ingresar —o regresar— al país. “Vemos consultas frecuentes para volver a vender en Argentina e incluso para instalar plantas. Esto no es solo por el potencial productivo, sino por el cambio en la percepción del riesgo país”, remarcó.
Uno de los puntos fuertes de esta tendencia es la demanda del consumidor final. Según Moyano Córdoba, ya no es el Estado el que empuja estas prácticas, sino los propios supermercados y cadenas de alimentos que exigen productos cultivados con insumos biológicos para sus góndolas.
“Desde la pandemia, el consumidor es más exigente. Quiere alimentos con menos carga química. Y eso se está traduciendo en un cambio de reglas en toda la cadena de valor”, comentó el especialista.
La apertura de importaciones es un factor ambivalente. Para algunos representa una amenaza a la producción local, pero para otros —como AFA— puede transformarse en una ventaja competitiva. “Nosotros tenemos una red de distribución que nos permite evaluar caso por caso. Si un producto de baja concentración se puede formular mejor localmente, lo haremos. Pero si es más rentable importar, también lo analizaremos”, comentó Nardi.
Este enfoque flexible, basado en eficiencia y no en ideología, parece ser el camino que muchas empresas están comenzando a recorrer. Y el potencial del mercado acompaña. Solo en 2024, el área tratada con biofertilizantes creció 21%, y la facturación se disparó un 69%, lo que demuestra que los productores ya comenzaron a valorar las ventajas productivas de esta nueva generación de insumos.
Con el foco cada vez más puesto en la sustentabilidad, los bioinsumos se alinean perfectamente con las metas de neutralidad climática, cuidado del suelo y agricultura regenerativa que promueven organismos internacionales. En ese sentido, Argentina —que ya es pionera en inoculantes de soja— puede posicionarse como líder regional si logra combinar desarrollo local, reglas claras y apertura inteligente al capital extranjero.
Pero para llegar allí, aún quedan desafíos por delante. Es necesario consolidar marcos regulatorios que favorezcan la innovación, acompañar a las pymes que desarrollan biotecnología y, sobre todo, brindar información clara a los productores.
Como lo expresó Moyano Córdoba: “Argentina es el segundo mercado más grande de Latinoamérica. No es una cuestión técnica lo que ha frenado su crecimiento, sino decisiones políticas y económicas. Pero eso está empezando a cambiar. Y muchas empresas ya lo están notando”.