Por Agroempresario.com
En el corazón de Martínez, una casona de esquinas violetas y jardín florecido guarda un tesoro social que va mucho más allá del aroma a café recién hecho. Casa Monarcas, un emprendimiento familiar e incluso, se transformó en un espacio único que no solo sirve medialunas y lattes, sino que genera oportunidades reales de empleo y desarrollo personal para más de 140 personas con discapacidad.
Fundada por Fernanda Bardon Font, una ingeniera agrónoma convertida en activista por la inclusión tras el nacimiento de su hija Malena, quien tiene síndrome de Down, este proyecto es un verdadero ecosistema de integración: combina cafetería, vivero, talleres artísticos, showroom de emprendedores, arte y cultura. Todo impulsado por una misión clara: ofrecer herramientas reales para una vida autónoma a personas que, históricamente, han sido marginadas del mercado laboral.
“Casa Monarcas nació con Malena, hace siete años. Pero cobró forma cuando me despidieron de mi trabajo. Sentí que era el momento de invertir en un sueño que tuviera un impacto real”, cuenta Fernanda. Junto a su esposo, transformaron una casona antigua de Martínez en un espacio lleno de vida y color. Allí todo fue pensado para incluir: desde baños adaptados hasta menús con pictogramas para personas neurodivergentes.
La mariposa naranja de hierro en el jardín no es decorativa: es un símbolo de transformación. Y quienes cruzan el umbral de este café lo saben. “Nunca un trabajo me hizo tan feliz”, asegura Fernanda, que hoy coordina a más de 140 colaboradores directos e indirectos con discapacidad.
Sofía, de 40 años, tiene retraso madurativo y trabaja como moza y artista en Casa Monarcas. Cuando tiene tiempo libre entre mesas, pinta cuadros que luego son exhibidos en el local. “Soy otra persona desde que empecé a trabajar acá”, dice. Como ella, otras cinco mujeres integran el staff permanente del café.
Federica, de 24 años y con síndrome de Down, atiende a los clientes con una simpatía contagiosa. “Me gusta recibirlos bien para que vuelvan”, cuenta. En la cocina, Silvia, de 55, hornea medialunas y panes. Para todas, este es su primer empleo formal, con horarios, sueldo, tareas definidas y propinas. “Eso cambia la vida de toda una familia”, dice Fernanda.
El impacto de Casa Monarcas no termina en su equipo directo. Cada detalle del café involucra instituciones que también trabajan por la inclusión. Los productos del menú –brownies, focaccias, cuadrados de coco– son elaborados por Fundación Pertenecer, El Lucero del Alba y Celi, organizaciones que emplean a más de 90 personas con discapacidad.
En el jardín, las flores nativas provienen del vivero Los Huerteros de San Isidro, donde trabajan otras 30 personas. Los cuadros que decoran las paredes son del Proyecto Eje, que nuclea a 21 artistas plásticos con discapacidad.
Y en una gran estantería de madera, hay un showroom con más de 100 emprendimientos: cerámica, textiles, papelería, velas, adornos. “Una chica llegó con carteras tejidas y me preguntó si podía dejarlas. Ahora están exhibidas y se están vendiendo. Eso abre un mundo nuevo para muchos”, relata Fernanda.
Además de la cafetería, Casa Monarcas tiene tres salas para talleres artísticos, culturales y recreativos. La idea es que puedan dictarlos y asistir personas con y sin discapacidad, fomentando el intercambio real. Desde fotografía y cerámica hasta manualidades, el cronograma crece semana a semana.
Silvina, de 55 años, es artista visual y docente de arte. “Siempre soñé con un espacio así, donde el arte se viva y se comparta desde la diversidad”, dice. Ella será quien dicte uno de los talleres más populares: manualidades creativas, abierto a toda la comunidad.
Fernanda tiene claro que la verdadera inclusión no puede depender únicamente de la buena voluntad. “Casa Monarcas tiene que ser rentable. Queremos pagar sueldos, costos y crecer sin depender de donaciones. Nuestro modelo está pensado para ser sostenible en el tiempo”, asegura.
Por eso, además de las ventas del café y del showroom, los talleres tienen una modalidad arancelada. “La idea es que todos puedan aportar: el que enseña, el que aprende, el que consume, el que apoya”, explica.
Incluso cuentan con detalles pensados para que todas las personas se sientan cómodas: luces externas para personas sordas, rampas de acceso, menúes adaptados y un clima general de calidez y respeto que se palpa en cada rincón.
“Lo que más nos preocupa a las familias es qué va a pasar cuando ya no estemos. Por eso es clave que nuestras hijas e hijos aprendan a trabajar, a tener rutinas, a valorarse”, dice Fernanda. Y agrega: “Incluir no es forzar. Es convivir. Entender que todos tenemos capacidades distintas y algo para aportar”.
Casa Monarcas no es solo un café inclusivo. Es una declaración de principios. Un espacio donde el trabajo, el arte y la comunidad se entrelazan para cambiar realidades, para desafiar prejuicios, para demostrar que la discapacidad no es un límite, sino una oportunidad de hacer las cosas distinto.