Por Agroempresario.com
La tierra bajo nuestros pies guarda el secreto para resolver muchas de las crisis globales más urgentes: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la seguridad alimentaria y hasta la escasez de agua. Así lo asegura el profesor costarricense Eduard Müller, rector de la Universidad para la Cooperación Internacional (UCI) y referente internacional en agricultura regenerativa. Su propuesta es tan simple como transformadora: copiar los ritmos de la naturaleza para recuperar los suelos y restaurar ecosistemas sin agredirlos.
Según Müller, el 80% del daño ambiental planetario está directamente vinculado con la manera en que producimos alimentos y fibras para la industria textil. Pero ese mismo porcentaje —asegura— representa también el potencial de solución si se modifica el enfoque productivo hacia uno regenerativo.
“El error más grande es mirar al cielo esperando soluciones, cuando la clave está bajo nuestros pies”, advierte Müller mientras recorre el bosque de Río Seco, en la costa pacífica de Costa Rica, donde impulsa el proyecto Costa Rica Regenerativa. Allí, entre hojas secas y ramitas que cubren el suelo, demuestra cómo esa simple cobertura vegetal evita la erosión, conserva la humedad, mantiene el suelo fértil y protege a los microorganismos que lo habitan.
Cada cucharada de suelo sano, dice, puede albergar hasta 8.000 millones de microorganismos, el equivalente a la población humana mundial. “Más de la mitad de la biodiversidad planetaria vive en el suelo, pero lo tratamos como basura. Lo exponemos al sol, a la erosión, a los químicos, y lo convertimos en tierra muerta”, lamenta.
En contraste con la agricultura convencional, que depende de fertilizantes, pesticidas y monocultivos, la agricultura regenerativa promueve la salud del suelo, la diversidad biológica y la captura de carbono. Según Müller, este enfoque puede secuestrar más CO₂ del que el mundo emite anualmente.
Cita un estudio del Instituto Rodale (2020): “La economía global emite 37,5 gigatoneladas (Gt) de CO₂ al año. Si pasamos a una ganadería regenerativa, podríamos capturar 43 Gt. Y si además sumamos agricultura regenerativa, agregamos 12 Gt más. Eso representa casi el 150% de las emisiones actuales. ¿Cómo es posible que esto no sea prioridad global?”.
Para él, el camino está claro: detener la destrucción y acelerar la regeneración. Su método no es teórico: lo aplica en la práctica, con resultados concretos y medibles.
Durante la pandemia, Müller lideró un experimento con 500 familias costarricenses que comenzaron a producir sus propios alimentos sin agroquímicos. Con cobertura vegetal, diversidad de cultivos y técnicas de regeneración, lograron cosechar en apenas seis semanas y llegaron a producir 10 toneladas mensuales de vegetales en menos de una hectárea.
“No necesitamos químicos para alimentar al mundo. Esa idea es una falacia sostenida por quienes lucran con el modelo actual”, sostiene. Con 35 variedades de cultivos regenerativos, logró no sólo producir alimentos nutritivos, sino también resistir inundaciones causadas por dos huracanes, demostrando la resiliencia de los sistemas regenerativos.
En la finca Kosmos, también en Costa Rica, Müller aplica manejo regenerativo del pastoreo con rotación intensiva por parcelas. Así, logró liberar 100 hectáreas para restauración, al tiempo que los animales se alimentan mejor. “Al rotar, el suelo se recupera y la biomasa crece rápidamente. Es un sistema más eficiente y sostenible”, explica.
Además de beneficios ecológicos, el modelo genera empleo rural, un factor clave para el desarrollo social. “Este tipo de trabajo no lo puede hacer la inteligencia artificial. Restaurar ecosistemas es intensivo en mano de obra y una fuente de empleo con sentido”, asegura.
Müller coordina proyectos con la iniciativa rePlanet, que promueve la restauración ecológica mediante bonos de carbono. Las empresas compran estos créditos para compensar sus emisiones, y esos fondos se destinan a crear bosques, recuperar cuencas hídricas y capacitar comunidades.
Además, algunos gobiernos —como el de Costa Rica— ofrecen incentivos a través de pagos por servicios ambientales, estimulando prácticas sostenibles.
“El nuevo paradigma económico es claro: quien no regenere, quedará fuera del negocio. No importa cuántos millones tengas si no hay comida o agua”, afirma con tono crítico hacia sectores empresariales que aún no toman conciencia.
En su visión, no basta con estudios o diagnósticos. Hace falta acción concreta, formación práctica y replicabilidad. Por eso, Kosmos planea construir un centro educativo vinculado a la UCI, que ya formó más de 5.500 profesionales de 54 países.
“Nos hemos olvidado de aplicar el conocimiento con sentido común. La ciencia debe ser útil, debe transformarse en sabiduría aplicada”, plantea.
En sus recorridas por más de 100 países, comprobó que la regeneración es viable en cualquier lugar, siempre que se estudien las características de cada biorregión. “Los indígenas lacandones en México organizan su bosque así desde hace siglos. Ellos me enseñaron a hacerlo”, recuerda.
Müller propone que la reforestación no se base en monocultivos sino en estrategias naturales escalonadas: primero hierbas que protejan el suelo, luego especies de rápido crecimiento que den sombra, y finalmente árboles grandes que consoliden el ecosistema.
También promueve la hidrología regenerativa, con cauces de río sinuosos y troncos estratégicamente ubicados para ralentizar el flujo del agua, evitar erosión y facilitar la recarga de acuíferos.
“La regeneración empieza con algo tan simple como una hoja seca en el suelo”, dice mientras muestra cómo una rama protege una capa de tierra húmeda repleta de micelio, la red fúngica que conecta y nutre todo el ecosistema subterráneo.
A pesar de que los cambios estructurales deben impulsarse desde gobiernos y empresas, Müller subraya que la sociedad civil tiene un rol decisivo. “El consumidor debe exigir productos regenerativos, nutritivos, locales. Esa demanda fuerza a las empresas a cambiar”, insiste.
La transformación —asegura— no requiere grandes inversiones, pero sí un cambio de mentalidad. “La transición puede implicar pérdidas al principio, pero a largo plazo se gana en soberanía alimentaria, salud, empleo y estabilidad climática”.
Eduard Müller lo resume con claridad: “Estamos a tiempo de revertir el daño, pero solo si actuamos ahora. No podemos seguir esperando que alguien lo resuelva por nosotros. El suelo es la clave para el futuro, y está en nuestras manos regenerarlo”.