Por Agroempresario.com
En medio de tensiones comerciales con Estados Unidos y una dependencia creciente de las importaciones, China ha decidido tomar el control de parte de su cadena de suministro alimentaria. La estrategia, en este caso, no pasa por reforzar su producción interna sino por internacionalizarla: el gigante asiático comenzará a producir soja y maíz en gran escala en territorio africano, específicamente en Angola, con el objetivo de abastecerse directamente y reducir su vulnerabilidad externa.
Una filial del conglomerado estatal chino Citic Ltd. invertirá 250 millones de dólares en cinco años para desarrollar hasta 100.000 hectáreas en Angola. De esa superficie, buena parte estará destinada al cultivo de soja, una de las materias primas más codiciadas por el gobierno de Beijing, que busca garantizar el suministro de proteínas vegetales a sus más de 1.400 millones de habitantes. El 60% de la producción se exportará a China; el resto quedará para consumo local.
La elección de Angola no es casual. El país africano ofrece disponibilidad de tierras, condiciones climáticas favorables y un gobierno dispuesto a atraer inversores extranjeros. En las provincias de Cuanza Norte y Malanje, ya comenzaron las tareas de desmonte en 8.000 hectáreas, y se espera que entre 10.000 y 20.000 hectáreas sean sembradas para el próximo año. El proyecto incluye la aplicación de tecnología de alto rendimiento para lograr rendimientos de hasta 5 toneladas de soja y 8 de maíz por hectárea.
La movida de Citic no es un hecho aislado. Otras compañías estatales chinas, como SinoHydro Group, también están avanzando en acuerdos con Angola. Esta última invertirá más de USD 100 millones para instalar una base de producción de cereales en seis provincias orientales, mediante una concesión libre de impuestos por 25 años. De esta manera, China diversifica sus fuentes de abastecimiento y consolida una presencia económica clave en el continente africano.
El telón de fondo es la guerra comercial con Estados Unidos iniciada por Donald Trump en 2018, que expuso la vulnerabilidad de China al depender de proveedores externos. Desde entonces, Beijing ha desplegado una estrategia de autonomía alimentaria que incluye apoyo a la producción interna, promoción de la tecnología agropecuaria y, como en este caso, internacionalización de cultivos estratégicos.
El gobierno chino está movilizando instrumentos financieros y políticas de incentivo para reducir su dependencia de la soja estadounidense y brasileña. Se promueve la emisión de bonos especiales para el desarrollo rural, se impulsa el acceso al crédito para pequeñas empresas agropecuarias y se fomenta la inversión en investigación y tecnología.
En paralelo, se busca disminuir el uso de harina de soja en la alimentación animal. El objetivo oficial es reducir su participación del 13% actual al 10% en 2030. Esta medida podría traducirse en una caída de hasta 10 millones de toneladas en las importaciones anuales de soja. Sin embargo, expertos creen que la meta es difícil de alcanzar debido al crecimiento del sector porcino y a la demanda sostenida de harinas proteicas.
Según el USDA, China importó más de 100 millones de toneladas de soja en 2024, una cifra que refleja su papel central en el mercado mundial. No obstante, en la campaña 2025/26, el país aún no registró compras de soja estadounidense, lo que genera incertidumbre en el mercado y presiona a la baja los precios en Chicago.
Algunos analistas sugieren que China está acumulando soja para fortalecer sus reservas estatales, priorizando la de origen estadounidense por su menor humedad y mejor conservación frente a la brasileña. Esta estrategia podría darle mayor margen de maniobra frente a eventuales crisis o rupturas en el comercio global.
La expansión de China en Angola y su estrategia de reducir la dependencia externa podría afectar a países exportadores como Brasil y Argentina, que hoy ocupan un lugar estratégico como proveedores del gigante asiático. Si bien a corto plazo la demanda se mantiene firme, a largo plazo podría reducirse si los planes chinos se concretan.
También en Estados Unidos el escenario es desafiante. La caída de compras por parte de China, sumada a la falta de un acuerdo comercial firme, presiona al gobierno a buscar mercados alternativos y potenciar el uso interno de soja en biocombustibles como el dísel renovable.
La movida de China en Angola representa mucho más que una inversión agrícola: es una jugada estratégica en el tablero geopolítico global. Al garantizar su seguridad alimentaria, Beijing también afianza su influencia en África, desafía la hegemonía comercial estadounidense y plantea nuevos escenarios para los exportadores tradicionales de Sudamérica.
En este contexto, el desarrollo de una agricultura globalizada, con alianzas de largo plazo, tecnología y capital estatal, se consolida como herramienta clave en la disputa por los recursos estratégicos del siglo XXI.