Por Agroempresario.com
A orillas del Río Paraná, entre riachos, humedales e historia viva, se levanta Victoria, una ciudad entrerriana que algunos llaman “La Roma de Argentina”. Sus colinas, su casco histórico señorial, el legado vasco, la producción vitivinícola renacida y una gastronomía pujante confluyen en un paisaje único del litoral argentino. Su desarrollo turístico y productivo se potenció definitivamente en 2003, con la inauguración del puente Rosario-Victoria, una obra de infraestructura vial que acercó a Santa Fe con Entre Ríos y posicionó a Victoria como un destino clave del corredor Mesopotámico.
Desde la plaza San Martín, el corazón histórico de la ciudad, el guía Juan Biscaldi da la bienvenida a los visitantes. La fundación de Victoria se remonta a mayo de 1810, aunque sus orígenes como poblado se inician con un oratorio de paja y barro. En el lugar donde se levantaba aquel templo inicial, hoy se erige la imponente Basílica Menor Nuestra Señora de Aránzazu, construida en 1875 y decorada con frescos de Augusto Fusilier.
La herencia vasca es parte fundamental de la identidad de Victoria: trajeron consigo su religiosidad, su tenacidad y su destreza en el trabajo del hierro, dejando como legado las rejas que ornamentan viviendas y edificios públicos, y que le valieron el título de "Ciudad de las Rejas". También trabajaron la piedra caliza extraída de los cerros de las caleras, que fue utilizada en grandes obras nacionales como la ciudad de La Plata.
A pocos pasos de la basílica, el Edificio Municipal (1902), el Club Social y el kiosco de la banda completan la postal de una ciudad prolija, con ritmo de pueblo y orgullo patrimonial. En este contexto, la gastronomía comienza a tomar protagonismo con bodegones tradicionales, restaurantes modernos y la presencia destacada de la bodega BordeRío, ubicada sobre la RP11. Fundada por Guillermo Tornatori y Verónica Irazoqui, esta viña produce 30.000 botellas anuales de variedades como Malbec, Merlot y Cabernet Franc. La etiqueta "Injusto" recuerda la ley de 1934 que prohibió la elaboración de vinos fuera de Cuyo y Salta, afectando gravemente a Entre Ríos.
Alojarse en el Hotel Sol Victoria permite apreciar de cerca la vida costera sobre el riacho Victoria. En la costanera, una feria artesanal, carritos de comida y restaurantes son el punto de encuentro de turistas y locales. Desde aquí se vislumbra la dimensión del delta y del conjunto vial RP174, que conecta a Rosario con Victoria a través de 60 kilómetros de puentes, viaductos y terraplenes. Esta megaobra no solo transformó la conectividad, sino también la economía local: acercó turistas, facilitó la logística productiva y permitió un crecimiento sostenido de la ciudad.
Allí también opera Chulengo Safaris, una propuesta de turismo aventura que lleva a recorrer el delta entrerriano en lancha. Walter Núñez, hijo del pionero Ricardo "Chulengo" Núñez, propone paseos que incluyen pesca, avistaje de aves y visitas a campos isleños donde se cría ganado y se produce miel artesanal. En estas islas, alimentadas por las aguas del Paraná, las vacas producen carne de exportación y las abejas elaboran miel pura, libre de agroquímicos.
Con 376.000 hectáreas de islas entre Diamante, Victoria, Gualeguay e Islas del Ibicuy, el delta del Paraná es un ecosistema formidable, biodiverso y estratégico.
En una de sus colinas, la Abadía del Niño Dios guarda una historia de fe, arquitectura y dulzura. Fundada por monjes benedictinos en 1899, la abadía mantiene hoy una comunidad de 13 religiosos que viven en semiclausura, dedicados a la oración, la educación y la producción de licores y del reconocido dulce de leche Monacal. La iglesia neorrománica, sus vitrales y el silencioso cementerio de monjes hacen del recorrido una experiencia espiritual y cultural.
A una hora de viaje hacia el norte, la ciudad de Diamante extiende la propuesta turística de la región. Situada entre los arroyos La Ensenada y La Azotea, esta localidad entrerriana fue rebautizada en el siglo XIX por el brillo de sus arenas silíceas. Allí, la guía Patricia Taborda reconstruye la historia de un pueblo habitado por chanás, guaraníes, colonos alemanes del Volga y comunidades sirio-libanesas.
En la plaza San Martín de Diamante se alzan la iglesia Nuestra Señora de la Merced, el antiguo templo de San Cipriano y el Palacio Municipal, con su reloj francés. También está el Colegio Santa María, donde enseñaron misioneras holandesas. Pero uno de los grandes tesoros de la ciudad está en sus miradores sobre el río, como el Pujato, desde donde se contempla la inmensidad del Paraná.
Desde Diamante se accede además al Parque Nacional Pre-Delta, un reservorio de 2.600 hectáreas creado en 1991 para proteger la biodiversidad del delta medio. Es hogar de más de 200 especies de aves, reptiles, anfibios y peces. El martín pescador grande es su emblema. El parque ha sido declarado Sitio Ramsar y Área de Importancia para la Conservación de Aves, y su riqueza ecológica lo convierte en un sitio clave para el turismo de naturaleza y la educación ambiental.