El desierto de Atacama, en el norte de Chile, fue destacado esta semana por el medio Economía Sustentable como el lugar más seco del planeta, un entorno extremo donde algunas estaciones meteorológicas pueden pasar décadas sin registrar precipitaciones. La singular aridez de esta región —que también abarca sectores de Perú, Bolivia y Argentina— la convierte en un área de interés global por su valor científico, astronómico y geológico, así como por su impacto en el turismo del altiplano andino.
La información publicada por Economía Sustentable indica que la combinación de la sombra pluviométrica de los Andes, la influencia de la corriente fría de Humboldt y la presencia del anticiclón del Pacífico Sur genera un sistema atmosférico que bloquea la formación de nubes, creando un paisaje de apariencia casi extraterrestre. En algunas zonas, esta conjunción climática resulta tan eficiente que la lluvia es un fenómeno excepcional. “Mientras algunas áreas desérticas conocen lluvias esporádicas, algunas zonas de Atacama registran períodos de años sin precipitaciones”, señaló el medio.
Atacama se extiende a lo largo de 1.600 kilómetros y cubre más de 105.000 kilómetros cuadrados, superficie que puede ampliarse a 128.000 kilómetros cuadrados si se incluyen las laderas áridas de la Cordillera de los Andes. Este corredor desértico presenta paisajes formados por costras salinas, dunas fósiles, rocas erosionadas y suelos tan secos que incluso los microorganismos encuentran dificultades para sobrevivir.
La NASA ha utilizado sectores de este desierto como campo de pruebas para misiones espaciales, aprovechando la similitud entre la superficie atacameña y la del planeta Marte. La textura del suelo, la presencia de sales minerales y la ausencia casi total de humedad convierten al lugar en un escenario ideal para ensayar vehículos robóticos, sensores y tecnologías vinculadas a futuras exploraciones planetarias.

La particular ausencia de nubosidad en buena parte del año posiciona a Atacama como uno de los destinos más destacados del mundo para la observación del cielo nocturno. En la meseta de Chajnantor, ubicada a 5.000 metros de altitud, se encuentra ALMA (Atacama Large Millimeter/submillimeter Array), uno de los observatorios astronómicos más avanzados del planeta, operado por un consorcio internacional.
Este complejo científico aprovecha la pureza atmosférica para estudiar la formación de estrellas, galaxias y fenómenos cósmicos a través de un conjunto de antenas de alta precisión. La visibilidad es tan excepcional que la Vía Láctea se observa con una claridad que sorprende incluso a astrónomos profesionales. Las constelaciones, nebulosas y cúmulos estelares aparecen definidas con nitidez, ofreciendo un espectáculo único para investigadores y visitantes.
El reconocimiento como destino “starlight” —una certificación que identifica lugares con cielos de calidad óptima— ha convertido a la región en un imán para el turismo astronómico. Viajeros de todo el mundo llegan hasta el altiplano chileno para participar de observaciones nocturnas, recorridos guiados y experiencias que explican la relación entre la cosmovisión local y el firmamento.
Aunque domina la imagen de desierto extremo, Atacama presenta una notable variedad de paisajes. Entre sus atractivos más conocidos se encuentran el Valle de la Luna, un escenario de formas rocosas y arenosas que evocan la superficie lunar, y el Valle de la Muerte, famoso por sus imponentes dunas y sus circuitos de sandboard. Estas áreas, accesibles desde la localidad de San Pedro de Atacama, figuran entre los puntos más visitados del turismo andino.
La superficie, marcada por la erosión de millones de años, combina planicies rojizas, salares brillantes y montañas que se elevan entre vapores geotérmicos. En los géiseres del Tatio, por ejemplo, columnas de vapor surgen desde el subsuelo a temperaturas superiores a los 80 grados, un fenómeno que atrae a miles de visitantes cada año.
Pese a la aridez extrema, la vida encuentra maneras sorprendentes de adaptarse. Es posible encontrar llamas, vicuñas, zorros culpeos y aves que sobreviven en zonas de altura. También existen pueblos oasis, como San Pedro, donde comunidades indígenas mantienen tradiciones ligadas al desierto, la astronomía ancestral y el uso eficiente del agua.
Expertos en climatología destacan que Atacama es el resultado de una “triple coincidencia atmosférica”. La sombra pluviométrica generada por la Cordillera de los Andes impide que la humedad proveniente de la Amazonia atravesada llegue al Pacífico. Al mismo tiempo, la corriente de Humboldt, una masa de agua fría que asciende desde la Antártida, enfría el aire y limita la formación de nubes sobre la costa. Finalmente, el anticiclón del Pacífico Sur actúa como un sistema de alta presión persistente que estabiliza la atmósfera e impide la circulación de tormentas.
Esta combinación explica por qué hay sectores que acumulan registros sin lluvia durante décadas. En algunas estaciones, las precipitaciones anuales no superan los 2 milímetros, y en los puntos más extremos, directamente no existen registros recientes.
Las investigaciones internacionales señalan que estas condiciones se mantienen desde hace millones de años, lo que convierte al desierto en una evidencia geológica excepcional del clima terrestre. En sedimentos de la zona, por ejemplo, se han encontrado vestigios que ayudan a reconstruir la historia climática del continente.

Quienes viajan hacia Atacama suelen hacerlo desde San Pedro, localidad ubicada a más de 2.400 metros sobre el nivel del mar. Este pueblo es la puerta de entrada para excursiones hacia lagunas altiplánicas, salares, valles y sitios arqueológicos. También funciona como un centro cultural donde se puede conocer la herencia de la comunidad Lican-Antay, que habita la región desde tiempos precolombinos.
Para recorrer el desierto, los especialistas recomiendan una preparación básica: hidratación adecuada, protección solar y una adaptación lenta a la altura. Las temperaturas fluctúan de forma marcada, con jornadas cálidas y noches frías que pueden descender por debajo de cero.
A pesar de las exigencias, quienes visitan el altiplano coinciden en que Atacama ofrece un tipo de experiencia que transforma la manera de percibir los paisajes terrestres. La inmensidad del horizonte, la textura de sus suelos y la magnitud del cielo nocturno generan un impacto difícil de olvidar.
El reconocimiento del desierto de Atacama como uno de los entornos más áridos del planeta no solo tiene relevancia geográfica, sino también científica y cultural. La región funciona como un laboratorio natural para estudios de astrobiología, geología, astronomía y cambio climático. Sus condiciones extremas ofrecen claves para comprender cómo se comporta la vida en ambientes límite y qué analogías pueden establecerse con otros planetas.
Al mismo tiempo, la popularidad creciente de su turismo astronómico y su diversidad de paisajes han convertido a Atacama en un destino estratégico para Chile y para los países de la región que comparten su borde altiplánico. Las investigaciones de la NASA, los proyectos de observación en Chajnantor y la conservación de sus ecosistemas completan un cuadro donde conviven ciencia, naturaleza y cultura.
La aridez de Atacama no solo es un rasgo climático excepcional: es también un escenario que invita a repensar la relación entre el planeta, el ambiente y nuestra forma de explorarlo.