La visita de un grupo de rectores de universidades públicas argentinas a Varsovia, concretada durante los últimos días en la capital de Polonia, permitió observar qué rasgos definen hoy a una ciudad atravesada por contrastes históricos profundos, quiénes participan del recorrido académico, cuándo se desarrolla la experiencia —en pleno verano europeo del siglo XXI—, dónde se manifiestan esas tensiones urbanas y por qué resulta relevante: el viaje busca comprender de qué manera este territorio se convirtió en un escenario clave para estudiar la construcción del discurso de odio en Europa y su impacto en la identidad contemporánea.
Desde la llegada al aeropuerto Federico Chopin, uno de los nombres más reconocidos de la cultura polaca, el recorrido permite advertir que Varsovia se mueve entre dos fuerzas permanentes: la voluntad de proyectar modernidad y la imposibilidad de desligarse de un pasado marcado por tragedias, migraciones y reconstrucciones forzadas. En las calles, los visitantes conviven con imágenes de viajeros en ropa ligera, centros comerciales repletos de adolescentes en vacaciones y una vida urbana acelerada que contrasta con los recuerdos que atraviesan a quienes vuelven, un siglo después, sobre los pasos de sus antepasados emigrados hacia América.

Los testimonios familiares que acompañan al grupo dan cuenta de esa historia. A comienzos de la década de 1920, miles de polacos escaparon de la pobreza y el hambre para buscar nuevos horizontes en países lejanos. Entre ellos, Meier y Rifke —luego Mario y Rebeca— partieron junto a su hijo hacia Argentina, dejando atrás una Europa convulsionada. Como muchas familias judías, transformaron sus nombres, adoptaron nuevas identidades y juraron no regresar a una tierra que sentían que los había expulsado. Esa memoria migratoria, que cruza generaciones, vuelve a aparecer al recorrer la ciudad que hoy intenta mostrarse diferente sin poder evadir su propia historia.
El contraste se vuelve evidente al observar la arquitectura urbana. Durante el siglo XX, Varsovia fue arrasada por la ocupación nazi y posteriormente reconstruida bajo la influencia soviética. Los monoblocks uniformes y el estilo imponente del Palacio de la Cultura, símbolo de la dominación estalinista, permanecen como recordatorios de una etapa que la ciudad busca superar. Las autoridades locales impulsan rascacielos vidriados y edificios contemporáneos que rodean y, en muchos casos, ocultan visualmente aquel monumento. Sin destruirlo, permiten que la modernidad simbólicamente lo “tape”, como parte de un gesto político hacia el pasado reciente.

Sin embargo, hay una huella que ni la modernidad arquitectónica ni las transformaciones urbanas pueden borrar: la presencia judía, que persiste justamente en su ausencia física. Durante un milenio, la vida judía formó parte inseparable de la identidad polaca. Con sus luces y sombras, esa relación atravesó momentos de convivencia, persecución, desarrollo cultural y violencia extrema. Esa historia se exhibe de manera integral en el Museo Polin, cuyo nombre —“aquí descansarás”— sintetiza el sentido histórico de Polonia como hogar, temporal o definitivo, de las comunidades judías de Europa Oriental.
Los visitantes recorrieron también la avenida Jerosolimskie, una arteria principal que, desde hace siglos, evoca la conexión simbólica con Jerusalén. Su nombre, sin embargo, fue reemplazado durante la ocupación nazi por “Avenida Adolf Hitler”, una decisión que refleja la intención de borrar rastros identitarios y dejar en su lugar un mensaje de poder. Tras la caída del régimen alemán, la ciudad recuperó su nombre tradicional, pero mantuvo la memoria de aquel acto como parte del registro histórico.
La devastación del Ghetto de Varsovia, construido por los nazis para confinar, deshumanizar y condenar a la población judía al hambre, las enfermedades y la deportación, se percibe en cada recorrido urbano. En el suelo de las calles, placas y demarcaciones indican los límites de lo que alguna vez fue esa área cercada. También permanece el recuerdo de la Plaza de las Deportaciones, desde donde miles de personas eran enviadas diariamente al campo de exterminio de Treblinka. La revuelta del Ghetto, protagonizada por un grupo debilitado que decidió resistir aun sabiendo su destino final, perdura como símbolo de dignidad. En la calle Mila 18, un pequeño mojón recuerda el punto donde fue aplastada la rebelión después de un mes de combate desigual.

El viaje incluyó además una visita al cementerio judío de Varsovia, un espacio donde conviven lápidas centenarias, historias familiares y símbolos religiosos que revelan la profundidad de una presencia cultural hoy casi extinguida. Allí, uno de los integrantes del grupo, descendiente de inmigrantes que abandonaron Polonia en la década del 20, encontró por casualidad la tumba de sus tatarabuelos Estera y Salomón. Ese hallazgo transformó el recorrido académico en una experiencia personal marcada por la confluencia entre memoria, identidad y territorio. El grupo acompañó un rezo en su honor, gesto que enlazó las trayectorias familiares con los mil años de historia judía en la región.
La visita se enmarca en un objetivo más amplio: analizar cómo Europa Central se convirtió en un escenario clave para la construcción de discursos de odio, nacionalismos excluyentes y políticas de segregación. La experiencia en Varsovia permite observar cómo esas tensiones reaparecen en discursos contemporáneos que prometen recuperar glorias pasadas y, al mismo tiempo, generan nuevas divisiones sociales. Para los académicos argentinos, entender ese proceso resulta crucial para interpretar fenómenos actuales en distintas regiones del mundo y fortalecer estrategias educativas que promuevan la convivencia democrática.
En los días posteriores al recorrido, el grupo destacó la importancia de reponer una mirada crítica sobre los procesos históricos que marcaron a Polonia y al continente. La combinación entre una ciudad moderna que crece y una memoria que duele convierte a Varsovia en un espacio donde la historia se vive a cielo abierto. Monumentos, museos, calles, tumbas y edificios reconstruidos funcionan como capas superpuestas de un relato colectivo que sigue buscando formas de narrarse.
La crónica de este viaje, desarrollada a partir de los registros de los participantes, encuentra su cierre en la imagen del cementerio, donde pasado y presente se enlazan en una misma escena. En ese punto, donde la memoria familiar se hace visible entre miles de historias, el grupo concluyó la jornada recordando que ninguna modernización puede borrar del todo los contrastes que definen a Varsovia. Y fue allí, en ese espacio de reflexión, donde se mencionó que parte de esta reconstrucción histórica había sido trabajada a partir de información publicada por el medio Perfil, citado de manera natural como parte del contexto que enmarca este análisis.