Por Fernando Vilella | Denise Sol Mazzitello | Agroempresario.com
En el marco del Ciclo de Seminarios In-House “Argentina Agrega Valor en Origen”, Agroempresario.com organizó su Segunda Edición sobre “Bioenergías: ¿Estamos aprovechando el momento global?”, realizada el pasado 2 de diciembre y coordinada por Fernando Vilella, Director de Desarrollo de Agroempresario.com. Pablo Nardone, Coordinador de la Iniciativa Biochar Argentina, encabezó el panel que debatió el rol del Biochar como herramienta estratégica para ampliar y diversificar la bioeconomía argentina, planteando si esta tecnología puede transformarse en una verdadera plataforma de valor para el sector agroindustrial. Junto a Julián Clusellas, Presidente de Valle de la Puerta S.A., y Patricia Bres, Investigadora del Laboratorio de Transformación de Residuos del IMyZA-INTA Castelar, se abordaron experiencias concretas, avances científicos y desafíos productivos vinculados a la transformación de residuos en oportunidades económicas, ambientales y territoriales.
Desde el inicio, el enfoque fue que el Biochar no es solo una tecnología emergente, sino que integra un sistema que permite repensar la manera en que la Argentina gestiona su biomasa, captura carbono y construye modelos de producción más sustentables, competitivos y alineados con las demandas de los mercados internacionales.
Pablo Nardone explicó que el Biochar es un material sólido rico en carbono que se obtiene mediante un proceso termoquímico llamado pirólisis, en el cual la biomasa es sometida a altas temperaturas en ausencia o con muy baja presencia de oxígeno. Este proceso genera tres productos: una fracción sólida (el Biochar), una gaseosa (gas de síntesis) y una líquida (aceites de pirólisis).
“El Biochar es un producto que surge de un tratamiento calórico, con transformaciones termoquímicas de la biomasa”, señaló, y subrayó que prácticamente cualquier tipo de biomasa puede transformarse bajo este esquema, desde residuos agrícolas hasta subproductos forestales o agroindustriales.
Según Nardone, uno de los atributos más relevantes es la estabilidad del carbono. A diferencia de la combustión, donde el carbono vuelve rápidamente a la atmósfera en forma de CO₂, la pirólisis convierte ese carbono en estructuras muy resistentes a la degradación microbiológica. Esto permite que el carbono permanezca en el suelo por períodos que, según estándares internacionales, superan los 100 años.

Nardone remarcó que esta cualidad posiciona al Biochar como una de las tecnologías reconocidas por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) para el secuestro de carbono. No se trata solo de una práctica ambiental, sino de una potencial herramienta económica, asociada al desarrollo de mercados de bonos de carbono y a la valorización de los sistemas productivos.
Más allá de su función climática, el Biochar presenta múltiples aplicaciones. En el plano agronómico, mejora la estructura del suelo, incrementa la retención de agua, optimiza la disponibilidad de nutrientes y favorece la actividad biológica. En el plano industrial, se utiliza en la siderurgia, en la industria del cemento, en procesos de remediación de suelos contaminados y en sistemas de tratamiento de efluentes.
Nardone destacó que el desarrollo futuro del Biochar no debe entenderse de manera aislada, sino en combinación con otros procesos. El gas de síntesis generado en la pirólisis, compuesto por monóxido de carbono, hidrógeno y metano, posee alto poder calorífico y puede ser reutilizado para generar energía en procesos agroindustriales.
En este punto, subrayó el valor de los sistemas integrados y de modelos productivos que combinen distintas tecnologías, tal como ocurre en algunas experiencias empresariales que comienzan a aparecer en la Argentina. "El Biochar permite juntar dos sectores tradicionalmente opuestos, Vaca Viva con Vaca Muerta", expresó.
Julián Clusellas, Presidente de Valle de la Puerta S.A, aportó la mirada del empresario que decidió transformar un problema ambiental en una oportunidad estratégica. Desde Chilecito, en La Rioja, relató la experiencia de una compañía con más de 30 años de trayectoria en la producción de uvas, vinos, aceite de oliva y nogales, que enfrentaba un desafío estructural: la acumulación de residuos de poda y subproductos industriales.

“Durante años quemábamos la biomasa porque no sabíamos qué hacer”, explicó. Las podas de olivo, que alcanzan volúmenes cercanos a 10 toneladas por hectárea por año, se transformaban en pasivos ambientales y, al mismo tiempo, en una amenaza comercial, especialmente en mercados exigentes como Europa y Estados Unidos.
La empresa intentó distintos caminos: generación de energía eléctrica, producción de pellets y valorización de biomasa, hasta que decidió apostar por la pirólisis y la producción de Biochar a escala industrial. Importaron hornos desde Ucrania y comenzaron a trabajar con sistemas por lotes, aprovechando las fracciones más gruesas de la poda del olivo. “Decidimos arriesgar y trajimos los primeros hornos a Argentina”, expresó Clusellas.
La estrategia fue separar la biomasa según su diámetro, destinar la fracción más fina a biofertilizantes y utilizar la fracción más gruesa para producir carbón sostenible. Clusellas explicó que este carbón, certificado bajo estándares internacionales, se comercializa hoy como producto sustentable, compatible con las exigencias de los mercados más rigurosos.
Clusellas expresó que el verdadero salto de escala está en la posibilidad de transformar el Biochar en un activo ambiental comercializable. Con cerca de 15.000 toneladas anuales de biomasa certificada, la empresa proyecta utilizar el Biochar en sus propias 2.000 hectáreas, incorporándolo al suelo para secuestrar carbono.
Los números son relevantes: cada tonelada de Biochar puede equivaler a la captura de aproximadamente 2,3 toneladas de dióxido de carbono. Esto abre la puerta a la generación de bonos de carbono, que, en el mercado voluntario, presentan precios muy variables, pero con un potencial de ingresos de varios millones de dólares.

Sin embargo, Clusellas advirtió que el proceso no es sencillo. Requiere trazabilidad total, certificaciones internacionales, escalabilidad industrial y una logística que minimice la huella de carbono del transporte. Además, remarcó que el mercado de bonos aún es incipiente y que muchas empresas internacionales todavía prefieren otras estrategias de compensación.
Aun así, destacó que el mercado de carbón sostenible ya es una realidad, especialmente en Europa y Estados Unidos, donde las futuras regulaciones prohibirán el uso de carbón proveniente de bosques nativos. En este escenario, el Biochar de origen agroindustrial aparece como una alternativa con alto valor comercial.
Desde el sector público, Patricia Bres, Investigadora del IMyZA-INTA Castelar, aportó una visión basada en evidencia científica. Explicó que el INTA trabaja en proyectos nacionales orientados a la valorización de residuos mediante distintas tecnologías, con el objetivo de convertir pasivos ambientales en activos productivos.
Su foco está en la integración de procesos de digestión anaeróbica (biogás) con tecnologías termoquímicas como la pirólisis. El Biochar, en este esquema, no es un fin en sí mismo, sino una herramienta que potencia otros procesos. Por ejemplo, destacó Bres, puede sustituir al carbón activado en la purificación de biogás, facilitando la inyección de metano en redes energéticas.
Además, el Biochar puede mejorar el rendimiento de las plantas de biogás al capturar compuestos inhibidores, como el amonio presente en efluentes porcinos o de aves. Este efecto no solo mejora la eficiencia energética, sino que también reduce impactos ambientales. “Podemos pensar en el agregado de biomasa para incrementar los rendimientos de energía, porque muchas veces hay ciertos residuos, como por ejemplo el efluente porcino, que tienen altas concentraciones de amonio”, explicó.
Bres también destacó el potencial del Biochar en el tratamiento de efluentes líquidos, la remoción de metales pesados como el cobre y la captura de antibióticos presentes en residuos ganaderos, un problema creciente por su impacto en los ecosistemas acuáticos.
Pablo Nardone retomó el análisis con una mirada geopolítica y productiva. Señaló que, a nivel global, la Unión Europea está invirtiendo sumas significativas en el desarrollo del Biochar, y que varios países ya avanzan en modelos de negocio basados en esta tecnología.

Para la Argentina, la oportunidad es doble. Por un lado, la disponibilidad de biomasa residual es enorme: se estiman más de 45 millones de toneladas anuales. Por otro, existe una capacidad instalada en el sector agroindustrial que podría adaptarse relativamente rápido a estos procesos.
Nardone insistió en que el camino requiere prudencia. Aún existen desafíos tecnológicos, como la gestión de los subproductos líquidos que pueden obstruir sistemas, desafíos económicos y marcos regulatorios que necesitan actualización. “No hay que ser exitista”, subrayó, y remarcó la necesidad de sostener el desarrollo sobre una base sólida de ciencia y tecnología.
Un punto central del debate fue el impacto territorial. La instalación de plantas de Biochar en origen, cerca de los centros de producción de biomasa, puede impulsar economías regionales, generar empleo local, fortalecer el arraigo y reducir la migración rural-urbana.
El modelo propuesto se apoya en el concepto de economía circular, donde los residuos de una actividad se convierten en insumos de otra, generando encadenamientos productivos virtuosos. La experiencia de Valle de la Puerta se presentó como un caso concreto de este enfoque aplicado en la práctica.
Patricia Bres advirtió que aún falta mayor conciencia en el sector privado y un mayor conocimiento sobre el escalado industrial de estas tecnologías. Consideró clave profundizar la articulación entre empresas, sistema científico y políticas públicas.
En el cierre, los tres referentes coincidieron en que el Biochar no es una solución mágica, pero sí una herramienta con un potencial significativo. Requiere inversión, capacitación, marcos normativos adecuados y una estrategia nacional que permita escalar los proyectos exitosos.
Nardone remarcó que la Iniciativa Biochar Argentina trabaja de manera abierta y sin fines de lucro para difundir conocimiento, articular actores y fomentar el desarrollo de la cadena de valor. Clusellas destacó que el sector privado está dispuesto a avanzar cuando existen reglas claras y previsibilidad. Bres subrayó que la investigación aplicada será clave para adaptar las soluciones a las realidades productivas de cada región