Un refugio acuático a un paso de la Ciudad: Laguna del Burro, la escapada bonaerense que gana terreno entre quienes buscan naturaleza y deportes náuticos

A solo una hora de viaje desde la Ciudad de Buenos Aires, la Laguna del Burro, ubicada en la localidad de Adela, partido de Chascomús, se posiciona como un destino elegido para pasar el día, practicar deportes náuticos o simplemente desconectarse del ritmo urbano. El lugar reúne condiciones naturales que lo vuelven atractivo y accesible para visitantes que buscan una alternativa cercana y distinta, combinando tranquilidad, aire libre y la posibilidad de disfrutar actividades sobre el agua.

Con una extensión aproximada de 400 hectáreas y una profundidad que ronda los dos metros en promedio, este espejo de agua se transformó en una opción que crece temporada tras temporada. Su carácter sereno y predecible ofrece condiciones seguras tanto para deportistas experimentados como para quienes se inician en disciplinas que en otros ambientes resultan más complejas. La baja profundidad y el comportamiento estable del viento habilitan sesiones continuas sin sobresaltos, lo que permite practicar y progresar en actividades como wingfoil, kitesurf, wakefoil y parawing, entre otras.

Quienes frecuentan la zona destacan un rasgo que, pese a su simpleza, explica por qué el lugar se vuelve memorable: el agua plana. En este tipo de lagunas sin oleaje significativo, el deslizamiento adquiere otra dimensión y permite maniobras limpias, chequeo de técnica y mayor tiempo de navegación. Esto convierte a la Laguna del Burro en un espacio propicio para escuelas de enseñanza, encuentros entre aficionados o entrenamientos individuales. Para muchos, es una alternativa que combina cercanía con condiciones casi diseñadas para el aprendizaje.

No obstante, la experiencia no se limita a lo deportivo. El entorno rural, rodeado de campo abierto, ofrece un ambiente donde el silencio y los ritmos pausados toman el protagonismo. Las jornadas suelen comenzar con el movimiento de los primeros navegantes y continúan con familias instaladas al reparo de la sombra, fogones encendidos y el ritual del asado como punto de reunión. Quien no se interese por las actividades acuáticas encuentra igualmente una propuesta válida: caminar en la costa, observar aves, leer con vista al horizonte o cerrar el día con un atardecer que tiñe el agua de tonos cálidos.

Esa convivencia entre acción y pausa es parte de la identidad del lugar. Mientras algunos visitantes buscan la descarga física y el desafío que propone el viento, otros se acercan para lo contrario: bajar el ritmo, respirar aire puro y descansar sin itinerarios ni multitudes. La laguna permite que ambas experiencias transcurran en simultáneo sin fricciones, dado que su extensión habilita espacios diferenciados y no concentra a las personas en un mismo segmento.

Otro aspecto central es la accesibilidad. Desde Buenos Aires, el trayecto se realiza principalmente por la Autovía 2, con un desvío claro en el kilómetro 135 hacia Adela y la zona de lagunas. En menos de dos horas promedio —y con condiciones normales de tránsito— es posible llegar, instalarse y comenzar la actividad planificada. Este factor convierte a la Laguna del Burro en una escapada viable incluso para visitas de medio día o salidas improvisadas ante un fin de semana con buen clima.

El crecimiento del turismo de cercanía reconfiguró la manera de viajar de muchos bonaerenses. Frente a destinos masivos como Lobos o Chivilcoy, la Laguna del Burro aparece como un punto intermedio: menos concurrido, pero con la infraestructura necesaria para pasar una jornada completa. La oferta gastronómica, los espacios recreativos y la posibilidad de acampar o alquilar equipamiento náutico amplían el abanico para distintos tipos de visitante.

Más allá de los picos de actividad en verano, el movimiento se extiende durante buena parte del año, sobre todo en días ventosos que atraen a quienes practican kitesurf o wingfoil. La estabilidad del clima en la zona, sumada a las condiciones del espejo de agua, genera un calendario activo y favorece la presencia de grupos que viajan exclusivamente para entrenar.

Las escapadas breves ganan relevancia en el contexto actual de viajes, y la Laguna del Burro encaja con esa tendencia. Para familias que buscan un espacio seguro, para grupos de amigos que planean fogón y navegación o para deportistas que necesitan viento constante, se configura un destino con identidad propia. La geografía, el acceso directo por ruta y la amplitud para distribuir actividades sostienen un perfil que evita la saturación y mantiene un equilibrio natural.

Quienes visitaron el lugar suelen coincidir en una percepción: la laguna transmite calma. Incluso los días con mayor concurrencia no muestran el ritmo vertiginoso de otros destinos turísticos cercanos. El sonido dominante es el del viento, el roce del agua contra la tabla y el murmullo de las aves que circulan entre juncos. Para muchos, esa simpleza es el diferencial.

La experiencia puede extenderse más allá de la jornada diurna, dado que existen sectores donde es posible pasar la noche en carpa o alojarse en espacios puestos a disposición por prestadores locales. En esos casos, el amanecer se vuelve parte fundamental del atractivo: el espejo de agua, inmóvil en las primeras horas, refleja el cielo con una nitidez que sorprende incluso a quienes conocen de memoria el lugar.

Así, la Laguna del Burro continúa ganando presencia en la agenda de escapadas cortas dentro de la provincia de Buenos Aires. Según destacó TN en uno de sus últimos informes, la combinación de deporte, descanso y naturaleza cercana se vuelve una invitación difícil de ignorar para quienes buscan un paisaje distinto sin emprender un viaje largo. Una hora de ruta, un fogón y una laguna abierta marcarán el ritmo del día. Y para muchos, eso es suficiente.