Según informó Ámbito Financiero, el acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y el Mercosur atraviesa una nueva fase de tensión política y diplomática luego de que Francia manifestara su intención de retrasar la firma del tratado hasta 2026 y exigiera modificaciones en el capítulo agrícola, a pocos días de la cumbre entre ambos bloques prevista para el 20 de diciembre. La postura francesa reabre un conflicto histórico dentro de la UE y amenaza con dilatar un pacto que lleva más de dos décadas de negociaciones.
El planteo fue impulsado por el gobierno del presidente Emmanuel Macron, que considera que el texto actual del acuerdo no brinda suficientes garantías para proteger al agro europeo, un sector altamente sensible en términos económicos, sociales y políticos. Desde París sostienen que la apertura comercial podría dejar en desventaja a los productores locales frente al ingreso de alimentos provenientes de América del Sur, especialmente de países con menores costos de producción.

La posición francesa contrasta con la de otros países del bloque europeo, como Alemania, que en los últimos días ratificaron su respaldo al acuerdo y manifestaron su voluntad de avanzar hacia la firma. En paralelo, desde el Mercosur —con Brasil al frente y el apoyo explícito de Argentina y Paraguay— se intensificaron las gestiones para cerrar el tratado antes de fin de año, luego de más de 25 años de negociaciones intermitentes.
En este contexto, un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia afirmó que el acuerdo, en su forma actual, “no es aceptable”, al tiempo que remarcó la necesidad de introducir salvaguardias agrícolas más estrictas. El tratado apunta a conformar un mercado integrado de alrededor de 780 millones de consumidores, con impacto directo sobre el comercio, la industria y el sector agroalimentario de ambas regiones.
Desde Brasil, las críticas fueron directas. El vicepresidente y ministro de Desarrollo, Industria, Comercio y Servicios, Geraldo Alckmin, señaló que Francia es hoy el principal obstáculo para la firma del acuerdo. Durante un Seminario Internacional de Líderes realizado en San Pablo, el funcionario sostuvo que desde París “intentan empujar la firma para más adelante”, aunque advirtió que, de no concretarse ahora, el acuerdo “se firmará enseguida”. En ese marco, destacó que la cercanía entre los bloques es clave para promover un desarrollo más sostenible y equilibrado.

El capítulo agrícola vuelve a ocupar el centro del debate. Francia, junto con Polonia, ha expresado durante años su preocupación por el impacto del acuerdo sobre su producción agropecuaria. Agricultores y organizaciones rurales europeas temen que una mayor apertura facilite el ingreso de carne, granos y otros alimentos sudamericanos, afectando precios y rentabilidad en el mercado interno. Estas resistencias explican, en buena medida, las demoras que históricamente enfrentó el tratado.
En un intento por destrabar el conflicto, la Comisión Europea presentó recientemente un paquete de garantías adicionales para proteger el mercado agroalimentario del bloque. Las medidas incluyen mecanismos de defensa comercial y cláusulas de salvaguardia que permitirían reaccionar ante eventuales distorsiones provocadas por un aumento repentino de importaciones. El objetivo es sumar apoyos entre los países reticentes y evitar un bloqueo político en la instancia final.
Uno de los puntos clave será la votación de la Comisión de Comercio Internacional (INTA) del Parlamento Europeo, que deberá pronunciarse sobre la incorporación de estas salvaguardias agrícolas al texto del acuerdo. De acuerdo con información citada por Ámbito Financiero a partir de fuentes europeas y del medio brasileño O Globo, la aprobación de estos mecanismos “podría llevar a Francia a atenuar su resistencia” o incluso a abstenerse en el Consejo Europeo, cuya reunión está prevista para el 18 de diciembre.
El trasfondo del debate también está atravesado por el contexto internacional. Tanto la UE como el Mercosur buscan diversificar sus relaciones comerciales en un escenario global marcado por tensiones geopolíticas, disputas arancelarias y una creciente competencia entre potencias. En ese marco, el acuerdo UE-Mercosur aparece como una herramienta estratégica para reducir la dependencia de otros mercados y reforzar la presencia europea en América del Sur, una región donde China consolidó en los últimos años un rol central como proveedor industrial y principal comprador de materias primas.
Para los países del Mercosur, el tratado representa una oportunidad clave para ampliar el acceso a uno de los mercados más grandes y exigentes del mundo. En el caso de Argentina y Brasil, la reducción progresiva de aranceles permitiría potenciar exportaciones agroindustriales, fortalecer cadenas de valor y mejorar la competitividad externa. También se espera que el acuerdo funcione como un incentivo para atraer inversiones y promover estándares comunes en materia ambiental, laboral y sanitaria.

El texto del acuerdo, cuya negociación comenzó hace más de un cuarto de siglo, prevé la eliminación gradual de aranceles, la creación de una zona de libre comercio entre ambos bloques y la definición de reglas de origen que garanticen que los beneficios queden dentro de la UE y el Mercosur. Además, incluye capítulos sobre compras públicas, propiedad intelectual, desarrollo sostenible y cooperación regulatoria, aunque el agrícola sigue siendo el más sensible desde el punto de vista político.
En las últimas semanas, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, confirmó que el objetivo es firmar el acuerdo en diciembre, aprovechando el impulso político y el consenso alcanzado con varios países europeos. Desde el Gobierno argentino también se expresó apoyo a la firma, al considerar que el tratado puede abrir nuevas oportunidades para el comercio exterior y mejorar la inserción internacional del país.
Sin embargo, la postura de Francia introduce un escenario de incertidumbre en la recta final del proceso. La posibilidad de postergar la firma hasta 2026 vuelve a exponer las tensiones internas dentro de la Unión Europea y la dificultad de conciliar intereses productivos, políticos y sociales entre sus Estados miembros.
A pocos días de la cumbre del Mercosur, el desenlace aún no está asegurado. La definición dependerá de las negociaciones de último momento, del resultado de las votaciones en el Parlamento Europeo y de la capacidad de la Comisión Europea para ofrecer garantías que destraben el respaldo de los países más reticentes. Lo que está en juego no es solo la firma de un acuerdo comercial, sino el rumbo de la relación estratégica entre Europa y América del Sur en un escenario global cada vez más competitivo y fragmentado.