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El argentino Manuel Otero concluirá el 15 de enero de 2026 su mandato de ocho años como director general del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), un ciclo que marcó un cambio profundo en el perfil, la visibilidad y el rol político-técnico del organismo en el escenario regional y global. La salida de Otero, quien será reemplazado por el guyanés Muhammad Ibrahim, cierra una etapa caracterizada por la diplomacia activa, la modernización institucional y la construcción de una narrativa que buscó posicionar a la agricultura como parte de la solución frente a los desafíos ambientales, productivos y sociales. La información fue publicada por Clarín.
Durante su gestión, el IICA dejó atrás un perfil predominantemente técnico y de bajo impacto público para convertirse en un actor con mayor presencia en foros internacionales, debates climáticos y espacios de negociación donde la agricultura solía aparecer más como un problema que como un aliado estratégico. Otero asumió en 2018 con el objetivo explícito de sacar al organismo de lo que definía como una “zona de confort institucional” y dotarlo de una voz propia en un contexto global cada vez más atravesado por tensiones geopolíticas y discusiones ambientales extremas.
El Instituto, creado en 1942 y conformado por 34 países de las Américas, es la agencia especializada del sistema interamericano para la agricultura y el desarrollo rural. A lo largo de décadas fue reconocido por su capacidad técnica, aunque con un bajo perfil político. Bajo el liderazgo de Otero, esa lógica cambió: la cooperación técnica se volvió más visible, la comunicación pasó a ocupar un lugar central y la institución amplió su interlocución más allá de gobiernos y ministerios.
Uno de los ejes centrales de la gestión fue el vínculo directo con los productores. La consigna “no hay agricultura sin agricultores” se transformó en una guía transversal. El IICA comenzó a dialogar de manera sistemática con jóvenes rurales, cooperativas, emprendedores, escuelas, periodistas y organizaciones territoriales, en un intento por acercar la agenda agropecuaria a la sociedad en su conjunto. Iniciativas como el reconocimiento a los Líderes de la Ruralidad de las Américas reflejaron ese enfoque, al visibilizar historias concretas de productores que combinan seguridad alimentaria con cuidado ambiental.
Ese giro también implicó un cambio cultural dentro del organismo. La institución se abrió al territorio, ganó presencia mediática y desarrolló una agenda propia en eventos internacionales como la COP sobre cambio climático, donde instaló la idea de que el agro americano es indispensable para alimentar, descarbonizar y estabilizar al planeta. En palabras que Otero repitió a lo largo de su mandato, la prioridad fue construir una organización “más solucionática y menos problemática”.
En el plano político, uno de los principales activos de la gestión fue la capacidad de construir consensos operativos entre países con realidades, ideologías y contextos muy distintos. En un escenario regional atravesado por la polarización, el IICA logró sostener una línea de trabajo basada en la evidencia científica y el pragmatismo, lo que le permitió mantener la confianza de gobiernos de distintos signos y de actores del sector privado.
La diplomacia agrícola fue otro de los sellos distintivos. El organismo pasó a participar activamente en discusiones globales vinculadas a comercio, ambiente, innovación tecnológica y seguridad alimentaria. Conceptos como agricultura regenerativa, suelos vivos, bioeconomía, agricultura digital y resiliencia climática dejaron de ser ideas circunscriptas al ámbito académico y comenzaron a traducirse en programas regionales con aplicación concreta en los territorios.
En paralelo, Otero impulsó una agenda de alianzas público-privadas como eje para escalar soluciones. Desde su perspectiva, la política pública sin sector privado carece de capacidad de expansión, mientras que la iniciativa privada sin Estado pierde legitimidad social. Esa lógica se plasmó en proyectos conjuntos entre empresas, universidades, gobiernos y organismos multilaterales, orientados a la innovación productiva y al desarrollo territorial.
La gestión también estuvo marcada por un fuerte énfasis en la eficiencia administrativa. Otero destacó en reiteradas ocasiones que el IICA atravesó siete auditorías externas consecutivas sin observaciones, un dato poco habitual en organismos multilaterales. La simplificación de procesos, la reducción de costos y la conformación de reservas financieras estratégicas fortalecieron la posición del instituto frente a donantes internacionales y le otorgaron mayor margen de acción política.
En términos conceptuales, uno de los legados más relevantes fue la construcción de una “nueva narrativa de la agricultura”. El enfoque buscó ampliar el discurso tradicional centrado en la productividad para incorporar dimensiones como bienestar social, biodiversidad, agua, carbono, inclusión, juventud y género. La idea de fondo fue disputar el sentido del debate público: si el agro no cuenta su propia historia, otros lo harán por él.
El recambio en la conducción se producirá el 15 de enero, cuando asuma Muhammad Ibrahim, un técnico con más de 30 años de trayectoria en el IICA y estrecho colaborador de Otero. Su perfil, más orientado a la gestión y la metodología, anticipa una etapa de continuidad conceptual con énfasis en gobernanza, cooperación técnica y financiamiento sostenible. La cercanía entre ambos garantiza, según fuentes del organismo, una transición ordenada y sin tensiones internas.
El contexto en el que se produce el cambio de mando no es menor. El tablero internacional está marcado por la tensión entre Estados Unidos y China, el creciente peso de Brasil en biotecnología y proteína animal, y el rol de América Latina como proveedor global de alimentos y energía verde. En ese escenario, Otero sostuvo que la agricultura sigue siendo uno de los pocos paradigmas capaces de unir países enfrentados políticamente, al funcionar como un espacio de coincidencia en temas clave como seguridad alimentaria, comercio e innovación.
En su despedida, el dirigente argentino insistió en la necesidad de desideologizar el debate agrícola y actuar con pragmatismo. Para el IICA que deja, el desafío no es solo generar proyectos técnicos, sino también producir encuentros, tender puentes y sostener la presencia del agro en los principales espacios de decisión global.
Con la salida de Manuel Otero, el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura cierra una etapa de fuerte reposicionamiento internacional y abre otra, en la que deberá consolidar lo construido y adaptar su agenda a un mundo cada vez más fragmentado. El legado, según coinciden distintos actores del sector, es haber transformado a un organismo técnico en una institución con voz propia, capaz de disputar narrativas y colocar a la agricultura americana en el centro de la conversación global.
