En la costa atlántica de Río Negro, a pocos kilómetros de San Antonio Este, dos playas poco difundidas concentran un atractivo singular por su geografía, su valor ambiental y la experiencia sensorial que proponen: La Conchilla y Punta Perdices. Ubicadas antes de llegar a la aldea pesquera y accesibles desde caminos costeros señalizados, estas áreas se destacan por reemplazar la arena tradicional por extensos mantos de valvas de moluscos y por ofrecer un mar de tonalidades inesperadas. El interés creciente responde a la búsqueda de destinos tranquilos, de bajo impacto y con identidad propia, en un contexto de expansión del turismo de naturaleza en la Patagonia.
La Conchilla impacta desde lejos por su color. La arena dorada desaparece bajo miles de caracoles blanqueados por el sol que forman una alfombra continua, espesa y crujiente. No se trata de un fenómeno artificial: gran parte del manto está compuesto por caparazones de almejas púrpuras (amiantis purpurata), una especie típica del litoral rionegrino que nace de color violeta intenso y, con el paso del tiempo y la erosión del viento y el sol, muta hacia tonos rosados y blancos. Ese proceso natural explica el efecto visual que encandila y define la identidad del lugar.
El recorrido a pie suma una dimensión sonora. Cada paso produce un crujido delicado, similar al de cristales finos al romperse, que se intensifica cerca del agua. La playa es amplia y su extensión garantiza espacio incluso durante la pleamar, lo que la convierte en un sitio elegido para pasar el día en familia, caminar sin apuro o simplemente observar el paisaje. El ambiente es calmo y la consigna principal es clara: disfrutar sin alterar. Para preservar este manto único, no está permitido circular con vehículos sobre la costa, una medida clave para evitar la fragmentación de las valvas y proteger el ecosistema.

A pocos kilómetros, el camino continúa hacia Punta Perdices, una de las playas más fotografiadas de la región. Desde el Mirador Norte de la aldea pesquera, la vista anticipa el contraste que define al lugar: una costa blanca, tapizada de conchillas, frente a un mar que adopta tonos turquesa intensos. La comparación con destinos tropicales dio origen al apodo de “Caribe Patagónico”, aunque el viento, la amplitud del horizonte y la vegetación baja recuerdan que se trata del sur argentino.
En Punta Perdices, el paisaje se transforma dos veces por día. Con la marea alta, el mar cubre gran parte de la costa; cuando se retira, deja al descubierto una playa extensa que invita a caminar sin rumbo fijo. La variación de colores y texturas convierte a la observación de las mareas en una experiencia en sí misma. La brisa constante arrastra aromas de arena caliente, salitre y vegetación costera, reforzando la sensación de amplitud y silencio.

Ambas playas comparten una característica central: la ausencia de urbanización intensiva. No hay grandes paradores ni infraestructura invasiva, lo que preserva el carácter natural del entorno. Esa condición explica, en parte, el creciente interés de visitantes que priorizan experiencias auténticas, lejos del turismo masivo y de las playas tradicionales del verano. También exige un compromiso mayor por parte de quienes llegan: llevarse los residuos, respetar las restricciones de circulación y mantener distancia de las áreas más frágiles.
El acceso a este circuito suele realizarse desde Las Grutas, principal centro turístico de la zona. Desde allí se toma la Ruta Nacional 3 en dirección a San Antonio Oeste y luego se continúa hacia San Antonio Este, en un recorrido de aproximadamente 65 kilómetros. El trayecto atraviesa paisajes áridos, de vegetación baja, que anticipan el cambio de escenario al llegar a la costa. Antes de alcanzar la aldea pesquera, aparecen los desvíos señalizados que conducen a La Conchilla y, más adelante, a Punta Perdices.

La combinación de geología singular, mareas dinámicas y cuidado ambiental posiciona a estas playas como un complemento estratégico de la oferta turística rionegrina. No reemplazan a los destinos consolidados, sino que amplían el abanico de propuestas para quienes buscan calma, contacto directo con el entorno y paisajes poco habituales. En temporada alta, su gran extensión permite evitar la saturación y conservar la sensación de espacio abierto.
Desde el punto de vista ambiental, el valor de estos sitios radica en la fragilidad de sus componentes. Las conchillas que cubren la costa son el resultado de procesos naturales de larga data y su alteración puede ser irreversible. Por eso, las restricciones vigentes —especialmente la prohibición de circular con vehículos— no responden a una lógica turística, sino a la necesidad de preservación a largo plazo.

La Conchilla y Punta Perdices sintetizan una postal que combina color inesperado, sonido, textura y silencio. Son playas donde el atractivo no depende de servicios ni de actividades programadas, sino de la observación y el tiempo disponible. En esa simpleza radica su fuerza: mostrar una Patagonia costera distinta, que sorprende sin imponerse y que invita a volver con una mirada más atenta sobre el paisaje.