Por Agroempresario.com
Nicolás Pino tomó la palabra en el escenario del III Congreso Federal “Argentina Agrega Valor en Origen / Cumbre Mundial de la Bioeconomía”, organizado por Agroempresario.com y realizado el 25 de agosto en el Hilton Hotel de Puerto Madero, para abrir un panel que condensó, en una hora de conversación, una síntesis difícil de ignorar: el sector agropecuario argentino no solo sostiene la competitividad histórica del país, sino que es —y seguirá siendo— el principal motor de agregado de valor, innovación y desarrollo territorial.
Acompañado por Andrea Sarnari, Carlos Castagnani y Lucas Magnano, los cuatro referentes de las entidades que conforman la Mesa de Enlace dialogaron sobre el origen del sector, su presente desafiante y las oportunidades estratégicas para reposicionar a la Argentina en el tablero global de la bioeconomía. El testimonio colectivo fue contundente: el país enfrenta uno de los momentos más exigentes, pero también más prometedores de su historia productiva. Y la clave, afirman, será potenciar el federalismo, la infraestructura, el crédito y las condiciones macroeconómicas.
Andrea Sarnari tomó la posta tras Pino para plantear una idea medular: la potencia del agro argentino se explica también por su diversidad. Territorios, escalas, producciones, climas, infraestructuras y desafíos configuran un paisaje más profundo que la mirada centralista que suele dominar las discusiones económicas.
“Representamos productores desde la Patagonia hasta el Norte argentino, desde la cordillera hasta el **océano. Esa diversidad es absoluta, territorial y productiva”, remarcó. Y agregó que ese mosaico heterogéneo exige consensos periódicos, diálogo institucional y planificación estratégica.
Sarnari enfatizó que el interior productivo es un ecosistema formado no solo por productores agropecuarios, sino también por comercios, industrias, servicios, cooperativas y múltiples actores que confluyen en la construcción de valor agregado. La Mesa de Enlace —coincidieron todos los oradores— se constituyó como un espacio que escucha, articula y representa esa complejidad productiva.
En línea con Sarnari, Carlos Castagnani subrayó que la Mesa de Enlace trabaja sobre dos tipos de demandas: las transversales —que afectan por igual a todo el país— y las regionales, vinculadas con las economías locales.
“Visitamos casi todo el país, hablamos con productores y con gobernadores. Somos un nexo entre la producción y las autoridades”, señaló. Y admitió que si bien existen matices entre las cuatro entidades, la coincidencia supera el 90% de los temas estructurales.
Para Castagnani, la unidad del sector es una condición necesaria para sostener legitimidad y capacidad de interlocución política. Y aseguró que “no debe haber productor que no quiera que la Mesa de Enlace esté unida”.
El presidente de Coninagro, Lucas Magnano, aportó una lectura que vinculó el historia del cooperativismo argentino con el concepto de captura de valor. Con enfoque institucional, explicó que las cooperativas cumplen un rol decisivo en el agregado de valor en origen y en la organización de cadenas que hoy representan desde puertos hasta marcas de consumo masivo.
Coninagro, afirmó, reúne más de 150 cooperativas, federaciones y alrededor de 100.000 productores en todo el país. Ese entramado productivo —que combina industrialización, comercialización, servicios logísticos y expansión territorial— permite que el agregado de valor esté enraizado en cientos de pueblos del interior.
Magnano señaló uno de los puntos más críticos del presente: la falta de crédito. “Sin crédito no puede haber crecimiento. Y sin ahorro no puede haber crédito. Es un círculo virtuoso que el país debe reconstruir”, sostuvo.
Asimismo, analizó la falta de una macroeconomía ordenada, una condición que países competidores como Brasil consolidaron hace décadas. Según Magnano, la inestabilidad macro provocó que “el productor argentino trabaje muchas veces a la defensiva”, limitando inversiones y frenando el desarrollo de cadenas de alto impacto territorial.
El dirigente cooperativista utilizó el caso del maíz para explicar cómo el agregado de valor podría transformar la matriz productiva nacional. Argentina exporta hoy cerca del 66% del maíz en grano, un ejemplo claro de producto con bajo valor incorporado y con altos costos logísticos.
Magnano sostuvo que un aumento del corte de biocombustibles —por ejemplo del 12% actual a un 15% o más— podría estimular inversiones industriales y reducir drásticamente el volumen de granos transportados por rutas. Esto impactaría positivamente en:
El agregado de valor en origen —coincidieron los cuatro oradores— no solo mejora la competitividad nacional, sino que aumenta la equidad territorial y reduce la distancia histórica entre el interior y las grandes ciudades.
Una de las frases más resonantes del panel la pronunció Nicolás Pino, al afirmar que los productores son los principales interesados en sostener un sistema ambiental sano.
“Créame, señora: los primeros que vamos a cuidar el medio ambiente somos los productores mismos, porque en eso va nuestro futuro”, expresó ante el auditorio.
Pino dio un repaso histórico para demostrar que el agregado de valor en la Argentina no es un fenómeno reciente, sino un proceso que empezó en el siglo XIX: desde la importación de razas bovinas en 1830 hasta la incorporación de genética, biotecnología, semillas mejoradas y siembra directa.
Para él, el debate sobre el aporte del campo a la economía es erróneo cuando se lo mira solo por la exportación de granos. El proceso productivo argentino es, desde su origen, un motor constante de valor agregado, innovación y tecnología aplicada en cada hectárea trabajada.
Pino también introdujo una visión geopolítica que no pasó desapercibida: el mundo atraviesa más de 50 conflictos armados, crisis climáticas y restricciones crecientes de recursos naturales. Esa inestabilidad global genera para la Argentina una oportunidad que no puede volver a desaprovechar.
“El mundo demanda lo que Argentina tiene: alimentos, energía, minerales, biotecnología. No podemos ignorar este desafío”, afirmó.
El país —coincidieron los cuatro referentes— ya perdió múltiples oportunidades anteriores por decisiones inoportunas, inestabilidad política o falta de coordinación estratégica. Pero hoy, dada la crisis global, la relevancia del país en la oferta de alimentos y biomateriales volvió a crecer de forma significativa.
La condición indispensable, remarcaron, es generar un marco previsible, estable y alineado con las necesidades productivas de largo plazo.
Sarnari volvió sobre un punto estructural: la infraestructura rural es desigual, insuficiente y, en algunos casos, inexistente. Puso ejemplos concretos: un productor caprino en La Rioja puede no tener acceso a electricidad, conectividad o caminos transitables. Eso condena a muchas economías regionales a operar con costos elevados y poca competitividad.
Los dirigentes insistieron en:
La infraestructura, sostuvieron, es la base para que el agregado de valor no se concentre solo en los polos más cercanos a puertos y áreas urbanas.
El panel de la Mesa de Enlace en el III Congreso Federal “Argentina Agrega Valor en Origen / Cumbre Mundial de la Bioeconomía” dejó un mensaje unificado:
La Argentina tiene todo para liderar la bioeconomía global. Pero para hacerlo necesita:
Los productores —como afirmaron los cuatro referentes— ya están listos para asumir el desafío. Lo demostraron durante más de un siglo de innovación silenciosa y valor agregado constante. Solo falta que el Estado y el sistema político acompañen ese impulso.
El tren, como dijo Pino, vuelve a pasar. Y quizá esta vez, con una estrategia común, la Argentina finalmente pueda subirse.