n un contexto en el que muchas personas se quedaron sin empleo, debieron cerrar su negocio o registraron una drástica caída en sus ingresos debido a la pandemia del Covid-19, se vieron obligadas a reinventarse. En este marco, una gran cantidad optó por hacer algún emprendimiento que le demandara una baja inversión, y encontró en el rubro de la verdulería una alternativa, que además requiere poca estructura para comenzar a trabajar: un garage, un espacio libre dentro de la vivienda, o algún local pequeño sirven para comenzar. Uno de los que apostaron a este camino es César Weber, de General Ramírez, quien tiene un servicio gastronómico desde hace más de 30 años.
Con unos ahorros y la ayuda de su hijo Ezequiel, hace dos meses alquiló un local y empezó a viajar al mercado concentrador El Charrúa, en Paraná, para abastecerse. Sin embargo, ante el avance de coronavirus en la capital entrerriana, le compra actualmente a un proveedor de Crespo. “Si voy a Paraná después tengo que quedarme 14 días en cuarentena”, aclaró.
Sobre su flamante comercio, explicó: “Me había quedado desocupado y no se puede vivir sin una entrada. Como el servicio gastronómico está parado, quisimos empezar algo nuevo. Elegí poner una verdulería porque es un rubro económico, se puede empezar con poca inversión, y no se precisa mucha estructura”.
Ya tiene una clientela importante, que se sigue incrementando, y comentó: “Hay movimiento, varios negocios me compran y les hago precio. Publicamos las promociones y hacemos delivery”. De a poco se va adaptando a su nueva actividad y confió: “Trabajé antes en comercio y algún conocimiento tenía, pero hay cosas que estoy aprendiendo todavía y no es fácil. Cuando hace calor es impresionante lo que hay que tirar, por ejemplo”.
Según dijo, lo que más se vende hoy es papa, tomate, cebolla, banana de Ecuador, naranja ombligo y mandarina. “Me pasa que por ahí traigo acelga y no se vende y tengo que tirarla, o la lechuga también se me arruina cuando no tiene salida. Cuando no tengo me piden y cuando tengo no llevan”, aseguró entre risas, dando cuenta de algunas de las particularidades del oficio, y afirmó: “Cuando pueda volver a trabajar con el servicio gastronómico igual quiero seguir con esto, porque aparte me sirve para el servicio traer la verdura fresca de Paraná”.
Gaby, quien prefirió no mencionar su apellido, confió que puso su negocio en su casa en calle Tibiletti, en Paraná, ni bien comenzó el aislamiento. Es docente, tiene una hija de 16 años, y su marido trabaja en una metalúrgica que estuvo parada un mes y medio y los ingresos del hogar se redujeron drásticamente. “No puedo gestionar la habilitación ahora porque apenas nos queda algo, ya que estamos reinvirtiendo. Yo siempre quise poner una librería o mercería, porque el salario docente no alcanza para sostener los gastos de una casa, pero necesitaba más inversión para eso y a la verdulería la abrí con un crédito de 20.000 pesos que saqué”, afirmó.
“Hace tres meses empezamos. Fue difícil al principio y perdimos un montón, incluso estuvimos a punto de cerrar por eso. Pero después tuvimos suerte de encontrar gente en el camino que nos ayudó, nos aconsejó, nos enseñó sobre el rubro”, señaló, y reflexionó: “Ahora estamos un poco mejor, gracias a Dios, pero igual se nota la escasez de dinero. La semana pasada, que era fin de mes, fue terrible y son cosas perecederas, que si no se venden se pierden para la venta. Las terminamos consumiendo nosotros o las repartimos entre la familia”.
Por otra parte, mencionó que se turnan para atender, porque su marido ya volvió a trabajar. Entra a las 6, así que ella hace el pedido a un fletero que le lleva todo de El Charrúa. “Cuando pase la pandemia quiero seguir, porque ahora está funcionando y marchando este negocio. Cuando salimos a dar una vuelta en auto en familia hemos visto que muchas otras personas abrieron también una verdulería en su casa”, refirió.
Laura Scotti y Walter Farías también incursionaron en este rubro. Ella se dedica a hacer ambientaciones y a alquilar mobiliario para eventos, y él ambientaciones y entelado. Según contó Laura, tenían “una agenda enorme” con fechas reservadas para este año, pero en marzo se cortó el trabajo. “Estábamos sin rumbo, sin saber qué iba a pasar. Pensamos que iba a ser dos o tres meses la cuarentena pero se extendió muchísimo. En abril recibí una seña de 13.000 pesos para un evento de 2021 y lo fui a ver a Walter, que estaba muy bajón, ya había gastado los últimos ahorros y no le quedaba ni para comer ni para pagar el alquiler. Así que le dije que a esa plata la íbamos a invertir para poner una verdulería”, relató, y aclaró que le costó convencerlo, porque es una actividad que no conocían.
“El siguiente lunes nos levantamos a las 4.30 con mucha ilusión, ansiedad y un miedo terrible, y fuimos al mercado El Charrúa. Hicimos una fila de dos horas y entramos. Yo temblaba porque no sabía ni lo que era. Teníamos unos conocidos que trabajan ahí en la parte de cítricos y más o menos nos fueron contando cómo había que comprar, donde sí y dónde no. Esos 13.000 pesos nos alcanzaron para comprar poquito, lo básico: papa, cebolla, zanahoria, morrón”, recordó con entusiasmo.
En un garage y con una balanza que les prestó su mamá, arrancaron. Y lo hicieron sorprendidos: “Lo compartimos por redes sociales y el primer día teníamos 34 pedidos por WhatsApp. Sinceramente era un sueño, una locura, un volver a empezar. Vendíamos todos los días un montón, íbamos al mercado y después hicimos contacto directamente con la gente que desde las quintas nos traían directo lo que era de hoja, todo fresco. La gente se iba enterando y llevábamos a todas partes de la ciudad los pedidos. A esa tarea la hacía un mozo de un salón de eventos que también había quedado sin trabajo por la pandemia”, indicó.
Estuvieron dos meses y les iba “cada vez mejor”, según manifestó, y añadió: “Cuando se levantó un poco la primera vez la cuarentena y la gente pudo empezar a salir, aflojó mucho la demanda”.
Ya con menos ventas, comenzó a sobrarles mucha mercadería y a estropearse, así que tomaron otro rumbo: “Ahora hacemos desayunos, tablas de picadas y para el Día de la Madre estamos ofreciendo ambientación”, contó Laura, remarcando que hoy sigue recibiendo mensajes de personas que les piden que vuelvan a vender verduras. “Fue una experiencia satisfactoria y re linda en un momento difícil. La gente colabora mucho con los emprendedores”, destacó.
Por su parte, Daniel Brandolín, un productor hortícola que tiene un puesto en El Charrúa, sostuvo: “Se nota un poco más de demanda de clientes nuevos que van llegando al mercado y nos dicen que recién empiezan. Incluso nos piden consejos sobre qué y cuánto comprar. Son personas que se vieron afectadas por la pandemia, que han tenido que cerrar su negocio porque era de un rubro no esencial y como la situación se extendía optaron por poner una verdulería; hay otros que han quedado sin trabajo y también hay chicos jóvenes que recién empiezan su vida laboral”.
Según evaluó, eligen este rubro porque se trabaja igual a pesar de la crisis y por la baja inversión que requiere, pero advirtió: “Les aconsejamos que empiecen de a poco, que vayan viendo, porque es una mercadería perecedera y no es cuestión largarse y después tener que tirar y quemarse de entrada”.
Andrés Vago, otro de los operadores de El Charrúa, coincidió: “Se nota que hay muchísima gente nueva que va a comprar mercadería, hay muchas consultas y son personas que quedaron sin trabajo o que cerraron su negocio, y es terrible”.
Asimismo, mencionó: “Nos piden consejos. Y así como abren, el 50% cierra pronto, porque se dan cuenta de que no es tan fácil, ya que es muy perecedero lo que venden. Después de tres días de humedad se termina tirando el 80% y se desaniman”.
Por último, recalcó: “Hace tres meses que venimos continuamente con una rotación de ese tipo de clientes, que abren en su casa, en el garage. El 99% lo hace de manera informal, por lo menos hasta que ven que les va bien. Son muchas verdulerías que van surgiendo así, no solo en Paraná, sino en todo Entre Ríos”.
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