uchos especialistas proponen un régimen especial que promueva las inversiones con reglas de juego permanentes en lo fiscal, normativo y gremial, generando áreas free trade para impulsar las exportaciones y las inversiones y salir definitivamente del endeudamiento externo. Sin embargo, según Fernando Vilella, presidente del Consejo Profesional de Ingeniería Agronómica (CPIA) y titular de la Cátedra de Agronegocios de la Facultad de Agronomía de la UBA, lo hacen solo poniendo el foco en el potencial energético de Vaca Muerta.
“Políticas de estado en energía, facilitación de inversiones y generación de empleo son relevantes e imprescindibles, aunque deben combinarse con otras estrategias de desarrollo territorial que tiene similares necesidades económicas y sociales para lograr generar trabajo genuino y arraigo, además de exportaciones realmente competitivas; esto es lo que enunciaremos como Vaca Viva, una figura que representa a toda la bioeconomía, no solo a la ganadería”, detalló Vilella. Vaca Muerta, como todo el petróleo y gas (también el carbón), es producto de la fotosíntesis antigua de hace millones de años acumulada en sedimentos de plantas y microorganismos sometidos a distintos procesos físicos y químicos.
“Uso la figura de Vaca Viva como un sinónimo de bioeconomía, que reúne a todas las cadenas agroindustriales productoras de alimentos de origen vegetal y animal, bioproductos, energía y fibras, todo a partir de la fotosíntesis actual, capturando CO2 atmosférico, principal causante del efecto invernadero”, aclara Vilella. Y prosigue: “Como la logística en muchos casos es cara, el agregado de valor a esa biomasa, fundamentalmente logrado por sumar conocimiento, debe ser in situ, generando entonces un desarrollo local y sostenible. Los inversores son mayoritariamente de origen nacional, muchas pymes, por lo que se supone que las ganancias en su mayoría quedan en el país”.
De acuerdo con el profesor, la Argentina comparte el podio de exportaciones de maíz y soja con los EE.UU. y Brasil. Sin embargo, exporta como grano más del 60% del maíz, mientras que Brasil despacha el 30% y los EE.UU., el 17%. “En el caso de la soja argentina, si bien hay una transformación del grano en harinas y aceite, exporta más del 94% de la harina producida contra el 46% y el 29% de Brasil y EE. UU. Ellos lo transforman en carnes, bioenergía y bioinsumos. Nuestras exportaciones son para que otros produzcan proteínas animales, ya que esos insumos mayoritariamente no son de consumo humano directo”, explica.
Sin embargo, “atravesamos el mejor momento histórico para exportar proteínas animales debido a las transformaciones dietarías, con un consumo global per cápita que desde 1960 creció de 29 a 55 kilos, mientras se más que duplicó la población (de 3.000 a 7.400 millones de personas) y la producción total pasó de 87 a 430 millones de toneladas de carnes”, remarca.
Tal como lo explica Vilella, centenares de millones de pobres rurales se transformaron en clases medias urbanas incorporando a sus dietas más carnes. A esto se suma la fiebre porcina africana en China y sus vecinos. “China tenía el 50% de los cerdos del mundo y hoy perdió casi la mitad de ellos. La Argentina produce hace 50 años unas 3 millones de toneladas de carne vacuna y actualmente 2,3 millones de toneladas de pollo y solo 700.000 toneladas de cerdo”, afirma.
Pero, ¿por qué no crece más la producción animal si el alimento (maíz más harina de soja) es el 70% del costo? Según el experto, “no se hacen las inversiones que se requiere. Según el plan de la Mesa de las Carnes, con inversiones del orden de los 6.000 millones de dólares podría exportarse por 10.000 millones anuales en solo 5 años, generando 200.000 puestos de trabajo”. Asimismo, sostiene que “solo en cerdos, duplicar en 3 años la actual producción requiere una inversión de 1.900 millones de dólares, generando exportaciones por 1.600 millones de dólares anuales y 15 mil empleos”.
Otro ejemplo al que hace alusión Vilella “para dar más vida a la Vaca Viva” es la actividad foresto-industrial, “donde la Argentina tiene un déficit en la balanza comercial de 700 millones de dólares anuales, a pesar de tener velocidades récords de crecimiento de los árboles implantados, una superficie apta muy importante y montes que ya esperan el corte; nuevamente, el problema es la falta de inversión. Con inversiones de 7.000 millones de dólares al 2030 que incluyan plantas industriales elaboradoras de papeles o de paneles de CLT aptos para construcciones ambientalmente amigables de última generación, se pasaría a un superávit comercial de al menos 2.500 millones anuales, generando 187.000 puestos de trabajo.
“En todos los casos, para exportar nos limita la oferta, no la demanda como fue históricamente. Revertirlo requiere conocimientos científicos y tecnológicos que los tenemos (lamentablemente muchas veces deben migrar) y un encuadre jurídico-institucional para estimular y asegurar las inversiones de mediano y largo plazo vinculadas a los mercados externos”, concluyó.