uenta la historia que cien primeras familias oriundas del Friuli (Italia) llegaron al puerto de Reconquista a fines de 1878, en una balsa para ganado. Varios días y penurias después, en enero de 1879, cruzaron el arroyo El Rey y tomaron posesión de las tierras donadas por el presidente Nicolás Avellaneda: 100 hectáreas para cada una, que los colonos pidieron reducir a 36 para poder defenderlas del probable ataque indígena. Traían con ellos su lengua furlan y varios oficios ancestrales: faenar cerdos, herrar caballos, buhoneros de a pie y vendedoras de hortalizas.
Ese espíritu se palpita recorriendo los siete parajes que componen Reconquista –El Timbó, Santa Ana, El Carmen, Avellaneda Oeste, La Vertiente, Moussy, La Colmena–, donde los descendientes de aquellos pioneros aún cultivan el amor por el terruño, el trabajo y la familia, y juegan a las moras cuando se presenta la ocasión.
El mayor atractivo turístico de la zona es el Jaaukanigás, un humedal de 492.000 hectáreas, primer sitio Ramsar en el río Paraná, donde convergen riachos, arroyos, lagunas, esteros, madrejones, bañados e islas. Jaaukanigás, que significa gente del agua, era el nombre de una de las tres parcialidades que, junto con los riikahé o gente del campo y los nakaigetergehé o gente del monte, componían la nación de los abipones, moradores de estas vastedades desde, al menos, dos mil años antes de la llegada de la huinca.
En el lugar hay aves de todo porte y plumaje, zorros, tacuaras, camalotales y una palmera de cuatro gajos, única en su especie que, según dicen, es un emblema de los cuatro hermanos Venica que echaron raíces en el Nuevo Mundo.
Las piraguas sobre el río hacen una travesía que promete descubrir el Jaauka de manera relajada. Por la Laguna de los Deseos hacia los bañados del San Jerónimo, se cruzan barcas de pescadores que esperan el pique amparados bajo la abigarrada selva, donde imperan ingás, timbós y curupíes. Los cazadores furtivos preparan con su savia el pega-pega, un adhesivo para atrapar bichos incautos. Mono carayá, curiyú, ñacaminá, tuyango, garza mora, jabirú, pato cuchara y pato marueco son las especies que integran la fauna silvestre. Además, el circuito de turismo rural Sabores de Mi Tierra permite conocer a los productores locales, ver cómo trabajan y saborear delicias de primera mano.
El territorio de la actual Reconquista fue anexado al incipiente Estado argentino por el teniente coronel Obligado, con el apoyo de los Lanceros del Sauce, abipones evangelizados que conformaron la vanguardia del Ejército del Norte. De ésta y otras cosas se enterará quien visite el Museo Histórico en la vieja estación de ferrocarril, cuya colección exhibe fonógrafos y armas del ejército donadas por un convento de monjas, junto a la epopeya del oro blanco (así llamaban al algodón) y el primer reloj de la catedral. También se recomienda conocer la Casa Roselli –la más antigua de la ciudad, jardín botánico incluido– y los museos de arqueología y de arte.
Por otro lado, La Isla es el preludio de la Reserva Provincial Virá Pitá, entre el riacho Correntoso al poniente y el brazo San Jerónimo al este. Formada por varias isletas de nombres sonoros, brinda refugio y alimento a carpinchos, coipos, lobitos de río, aningas, chiricotes, boyeros y miriquinás.
Romang, por su parte, es una ciudad costera con alma de pueblo que se puede recorrer en bicicleta. De impronta migratoria suiza, fue fundada en 1873 por Teófilo Romang, aunque las malas lenguas afirman que el susodicho se llamaba Peter Wingeyer y había escapado a América con dinero robado bajo el brazo. Por la plaza principal se encuentra la primera casa de material de la zona, hecha de 150.000 ladrillos y asentada sobre barro.
Sobre la margen escarpada del Paraná, atravesada por el sinuoso Río Negro, la capital chaqueña es refugio y usina de escritores y artistas. Desde la Bienal Internacional de Escultura hasta la Feria del Libro, pasando por el Festival de Milita de narrativa y poesía y los verborrágicos Patios de Idiomas del Centro Cultural Alternativo (CeCuAL), siempre hay algo para ver, escuchar y hacer en esta ciudad que literalmente no para. Los resistencianos están enamorados de su ciudad y su provincia y lo demuestran. Parlanchines y sonrientes, se les ilumina la cara cuando hablan de manifestaciones culturales o evocan el monte chaqueño y sus tesoros.
En Colonia Benítez, a diez kilómetros de la capital chaqueña, se encuentra el Museo Casa y Jardín Schulz. En la que fuera vivienda del botánico, entomólogo y maestro está expuesto su austero dormitorio con cama de hierro, su escritorio, sus escasas pertenencias y algunas herramientas de trabajo. Lo más impactante está afuera: en el jardín de casi una hectárea, donde Schulz plantó ejemplares de toda América, Europa, África y Asia, y una magnífica colección de orquídeas chaqueñas.
Cerca de allí, la Reserva Natural Los Chaguares es, para muchos, un proyecto ejemplar: una propiedad privada destinada a la conservación del monte chaqueño y abierta al público. En ese bosque, circundado por el río Tragadero, donde prospera el timbó colorado, el laurel y el algarrobo, hasta ahora se han avistado más de cien especies de aves –en Chaco hay más de 400, entre autóctonas y migratorias–.
Otro imperdible resistenciano es el Chalet Perrando, una maravilla arquitectónica de Bruno del Mónico recuperada hace unos años por la Asociación Italiana y abierta al público. Allí puede verse el instrumental, el mobiliario, los utensilios de cocina y hasta la ropa prolijamente colgada de quien fuera su propietario, Julio Cecilio Perrando (1879-1957), primer médico cirujano de Resistencia y, entre otras cosas, militante del Partido Socialista y productor agropecuario.
“En Villa Ángela tenemos los carnavales más concurridos de la región”, comenta Javier Roger, propietario de El Refugio, el hotel más moderno y glamoroso de la ciudad. Tanto es así que sus padres fundaron dos de las nueve comparsas que desfilan. Al costado de la estación de ferrocarril, donde funciona el Centro Cultural Gardel, cada fin de semana distribuyen sus mesas los artesanos locales: damas que tejen prendas para bebés mientras conversan y caballeros que trenzan llamadores de sueños. A unos siete kilómetros, en El Pastoril, los moqoit (descendientes de mocovíes) moldean y venden sus tradicionales alfarerías.
Por la ruta que atraviesa General Pinedo –más nueva y más corta– se llega a Gancedo, el pueblo más cercano al Campo del Cielo. En esta región del Chaco Austral, que en total abarca más de 20.000 km, impactó hace cuatro mil años una lluvia de meteoritos metálicos.
La Reserva Provincial Natural Cultural Piguem Nonaxa, inaugurada en los 2000, es un circuito autoguiado donde se exhiben seis metoritos de distintos tamaños que fueron retirados de sus cráteres.
Muchas historias rodean a estos enviados de la mesósfera. Se dice que los moqoit percibían la energía del metal enterrado y danzaban para obtener el poder que venía del cielo y se multiplicaba en la gente; se sabe que los españoles buscaron infructuosamente el Mesón de Fierro, mencionado por Mexia de Miraval en el siglo XVI y visto por última vez por Robin de Celis y 200 expedicionarios en 1783.