egún el Sistema de Información de Bolsa de Cereales de Entre Ríos (SIBER), en las primeras proyecciones se esperaba un incremento interanual del área sembrada con lino en torno al 6% (con unas 300 hectáreas adicionales), ya que el ciclo 2019/20 tuvo una superficie ocupada de 5.500 hectáreas.
Pero finalmente “el aumento detectado tanto en la cantidad de productores como en el área destinada a la oleaginosa obliga a recalcular la estimación y ubicar la cifra en un valor cercano a las 6.500 hectáreas, lo cual representaría un crecimiento con relación al año pasado del 18% (unas 1.000 hectáreas adicionales)”, según indicó el sistema de información en un reporte.
Estas 6.500 hectáreas son una marca de resistencia. Y es que, en algún momento, antes de la Segunda Guerra Mundial, la Argentina llegó a ser la principal exportadora mundial del cultivo, que por entonces tenía sobre todo destino textil. Luego, en las décadas del 70 y el 80, el lino llegó a sumar casi 1 millón de hectáreas sembradas en el país, y desde entonces no paró de caer y estuvo a punto de desaparecer.
Un informe de investigadores del Conicet define que “la planta de lino que se cultiva en la Argentina permite la extracción de dos productos: la semilla y la paja. De la primera se obtiene el aceite de linaza, importante para la fabricación de pinturas, barnices, tintas de impresión, jabones y hasta puede utilizarse en la fabricación de combustible para motores, pero también brinda utilizaciones médicas, dermatológicas y cosméticas”.
Añade que “otra alternativa de enorme interés potencial resulta la producción de linola que mediante mejoramiento genético convierte al aceite de lino, naturalmente no comestible, en un aceite muy semejante al de girasol. Como subproducto de la extracción de aceite se obtiene expeller, utilizado en la alimentación de animales, y harina, que además de utilizarse para consumo animal, se está empleando en productos alimenticios y de consumo humano”.
Bichos de Campo