sta antigua ganadería se llevaba a cabo en base a los denominados camélidos sudamericanos: llamas y alpacas fundamentalmente. En el presente, paradójicamente, se denomina a la explotación de estas especies como ganadería no convencional.
En el actual territorio argentino se detectan cuatro especies de camélidos sudamericanos, dos silvestres, vicuña y guanaco, y dos domesticados, llamas y alpacas. Las dos primeras son aprovechadas bajo parámetros especiales, constituyendo un tipo específico de explotación de los recursos naturales, actividad conceptual y operativamente distinta de la ganadería. Por ende, en estas páginas nos ocuparemos de la cría y utilización productiva de llamas y alpacas. Dado que en la Argentina el número de alpacas registradas es muy reducido, con una producción acotada a unos pocos establecimientos (mayormente asentados en la provincia de Catamarca), el eje estará puesto en la ganadería de llamas.
Como en tantas otras áreas productivas, la ganadería de camélidos también carece de estadísticas precisas y actualizadas. El último censo data de inicios de siglo y, de acuerdo a varios analistas, lo relevado adolece de muchas deficiencias, por lo cual sus datos deben ser tomados con cautela y cotejados con otros provenientes de otras fuentes y estimaciones. Grosso modo, se estima que en Argentina hay un stock de alrededor de 330.000 cabezas de llamas, ocupando el tercer lugar en el ranking de existencias mundiales, detrás pero lejos de Bolivia y Perú.
La mayor parte de las existencias de llamas en Argentina se concentran en la provincia de Jujuy (el 65%), seguidas en importancia por Catamarca (16%), Salta (11%).
De acuerdo a datos de la FAO, se considera que alrededor del 20% de las explotaciones ganaderas que trabajan con llamas tienen una orientación al mercado, estimándose que el resto se conforma con una estructura centralmente de auto-subsistencia. La llama brinda fibra, cuero, carne y excrementos, todo lo cual es aprovechado por las unidades familiares que poseen un pequeño hato para subsistir en los parajes más aislados de la Puna.
El sistema productivo predominante en esta ganadería es el tradicional de las regiones andinas, con producción estacional y manejo cíclico y trashumante. Los pastores (la mayor parte de las veces, las mujeres de la familia) acompañan el desplazamiento de sus animales hacia las alturas durante la época estival, aprovechando los pastos nuevos y tiernos, y descienden durante el invierno hacia los valles donde aún pueden encontrar pastos de cierta calidad. Las principales actividades relacionadas con el manejo se concentran en primavera-verano, coincidiendo con la época de servicio, la esquila (que se extiende unos meses más allá del verano) y la parición (si bien no hay estacionamiento del servicio y por ende las pariciones pueden darse en cualquier época del año, es en el verano donde se concentra la mayoría).
Las llamas asentadas en nuestro país se corresponden con un denominado morfotipo argentino, que conlleva características que la hacen un animal muy adaptado a las condiciones agroecológicas de la zona de distribución, implicando así mejores rendimientos de fibra y carne.
El tiempo de gestación de las llamas es de casi un año y se obtiene una cría por hembra, en razón de lo cual el manejo reproductivo adquiere importancia para el mantenimiento del stock en cada hato. Del mismo modo, el manejo de la sanidad es considerado un punto crítico, específicamente por los problemas de parásitos externos e internos que afectan a las llamas, provocando pérdidas en la producción de fibra y de carne. Algunas estimaciones señalan que más del 20% de la producción de ambos subproductos se pierden por la presencia de esos parásitos.
La producción de fibra es la principal actividad de esta ganadería, y en particular, en el estrato de productores que tienen una orientación en mayor o menor medida hacia el mercado. La esquila se realiza, en general, cada dos años, si bien en las unidades más especializadas se llega a la esquila anual. Esta se realiza a tijera y al aire libre; el vellón recolectado se acumula en cestos o sobre un paño y posteriormente transita por tres instancias:
Dada la heterogeneidad en la composición de los hatos, los parámetros de rindes de fibra y carne son muy disímiles. Grosso modo, se considera que cada llama puede entregar por esquila anual entre 1,5 y 2,5 kg. Considerando que los animales doble propósito (fibra y carne) son faenados a los 20-22 meses, se estima que en su vida productiva entregaron entre 3 y 5 kg de fibra en vellón. A su vez, cada cabeza faenada lo es con un peso de carcasa de entre 35 y 50 kg, con un rinde limpio del 54%. Como producto de la faena se debe contabilizar también el cuero, si bien, inicialmente, no es un producto objetivo de esta crianza.
La carne de llama que no se consume en el hogar recorre dos carriles diferentes. Por un lado, el más transitado, implica la venta local del producto de la faena, con los controles bromatológicos mínimos. Los animales son sacrificados y faenados en el mismo establecimiento o, más recientemente, en el matadero provincial inaugurado pocos meses atrás en la localidad de Yabi.
El otro canal, de mucha menor significancia en cuanto a volumen, pero que apareja un mayor valor monetario, es que lleva la carne de llama a los circuitos gourmet, donde se la considera una carne exótica, de alto valor nutricional y elevada potencialidad culinaria. Estimaciones de distintos analistas consignan que el consumo argentino total anual es de alrededor de 210 tn. de carne de llama (equivaliendo a una faena de aproximadamente el 4-5% del stock).
Como se mencionó, el subproducto de la faena es el cuero, el cual generalmente es utilizado por las familias productoras para la realización de utensilios, y en otras ocasiones sufre algún proceso de curtido, vendiéndose posteriormente, por canales informales, a artesanos locales.
La fibra es, por lo tanto, el producto de mayor valor comercial y que posee, a la vez, una potencialidad expansiva muy elevada. Desde mediados de la década de 1990 comenzaron a constituirse centros de acopio en la zona productora, de modo de generar escala para la comercialización, buscando obtener mayor margen de negociación y mejores precios. Esos centros, organizados en forma cooperativa mayormente, intentan elevar la calidad de la fibra que reciben y venden, para lo cual con apoyo de organismos públicos (INTA e INTI) y de otros no gubernamentales (muchas veces con financiamiento del exterior) brindan capacitaciones y asistencias técnicas.
Sin embargo, del total de la producción anual de fibra (alrededor de 60 tn), los centros de acopio solo canalizan una sexta parte, comercializándose el resto por el tradicional sistema de al barrer, en el cual un comerciante acopiado por cuenta propia o por encargo de terceros, recorre la zona productiva y va adquiriendo toda la fibra que ofrece un productor individual o uno de los centros de acopio comunitario que no trabaja en red con el resto.
Esta modalidad hace hincapié en el volumen de la fibra y no tanto en su calidad, lo cual no contribuye a que se eleven los estándares nacionales de calidad de fibra, tal como sí ocurre en Bolivia, Perú o Chile. Y esto pese a que el diferencial de precio que obtiene el productor es sustancial: vendiendo por los centros de acopio agrupados llega a cobrar un 45% más que si vende al barrer.
La ganadería de camélidos posee un potencial de desarrollo muy grande. La fibra, al igual que la carne, son productos exóticos, tanto para el consumidor de los países centrales como para nichos de alto poder adquisitivo del propio mercado interno. Y su potencialidad se expresa en los intensos esfuerzos productivos que se desarrollan en Estados Unidos, Australia, Canadá, Gran Bretaña, entre otros países, que han comenzado a desarrollar esa producción empezando por la base: importando la genética para el mejoramiento de los planteles que tienen en stock desde hace unas décadas. Perú y Bolivia, y en menor medida Chile, están exportando esa genética proveniente de líneas animales principalmente productores de fibra.
Los planteos productivos más adecuados a la región están siendo ajustados y difundidos desde hace más de veinte años por la Estación de Experimentación Agropecuaria de Abra Pampa, del INTA. Desde la mejora en el manejo reproductivo hasta estrategias de alimentación suplementaria, pasando por el diseño de tácticas de manejo sanitario, los técnicos y profesionales del Instituto vienen buscando definir un modelo productivo adecuado al territorio y a los agentes económicos intervinientes.
Sin embargo, si en los aspectos técnicos duros la intervención (pública, en este caso) está claramente encaminada a la eficiencia y la eficacia, cuando se avanza hacia los aspectos organizativos de la cadena, en particular, hacia las fases de comercialización, las intervenciones, tanto públicas como privadas, comienzan a forzar situaciones, ideologizando la orientación de esas acciones en función de un imaginario socio-productivo que, en la práctica, no se halla presente.
La configuración sociocultural de la población asentada en las zonas productivas de llamas, con sus particularidades comunitarias, su arraigo a prácticas productivas ancestrales, y sus estrategias de supervivencia adecuadas a su disponibilidad de recursos (y que les impide acumular capital), constituye un punto de partida inadecuado para constituir un encadenamiento sólido, dinámico y orientado al mercado. Pese a esto, el Estado interviene a través de planes de competitividad sectorial.
En función de esto, distintos organismos, como los mencionados INTA e INTI, han desenvuelto iniciativas (algunas con apoyo financiero de organizaciones civiles extranjeras) buscando que las comunidades andinas alcancen aquella integración vertical, ligando la fase de la producción con la fase de la exportación, pasando por las instancias de hilado, tejido y confección, en el caso de la fibra. El trabajo conjunto con los centros de acopio, por ejemplo, son una de las instancias que vienen desarrollando, lo mismo que al intentar acercar a productores y artesanos para generar y retener valor en origen, tal como se postula reiteradamente.
Impulsar esquemas de integración vertical en el contexto andino de la ganadería de llamas es forzar las capacidades y posibilidades que tienen los productores involucrados, en pos de ideas preconcebidas en ámbitos académicos o técnicos sin conexión con la realidad circundante.
Muy distinto es diseñar e implementar un programa de desarrollo de la cadena ganadera de camélidos en base a una estrategia de coordinación entre agentes locales y agentes externos (a la región y/o al país), buscando administrar el conflicto inherente a todo intercambio económico, a través del establecimiento de reglas claras, acciones colectivas y acompañamiento público precompetitivo.
Hoy la coordinación es inexistente. No necesariamente agregar valor en origen implica tejer un poncho en el mismo lugar donde se cría la llama de la que se obtiene la fibra. El hacer que esa fibra sea de la mejor calidad, con un rinde por animal elevado, adecuadamente tipificada y presentada para su comercialización puede generar, proporcionalmente, mucho más valor en origen que tejer aquel poncho con una fibra de calidad mediocre.
La Prensa