l apio (Apium graveolens L.) es un cultivo muy antiguo que fue conocido por egipcios, romanos y griegos desde el año 1000 A.C. Lo utilizaban en ceremonias deportivas y religiosas (en coronas y trofeos) y también como medicinal. En el año 1623, en Francia, lo comenzaron a consumir como condimento, y recién en 1686, en fresco como hortaliza.
El apio posee múltiples propiedades culinarias, nutritivas y nutraceúticas (que protegen la salud): contiene vitamina A, C, K, B2 y B5, potasio, sodio (se elabora la “sal de apio”) y alto porcentaje de fibra.
Tiene muy bajas calorías (ideal para dietas adelgazantes) y contiene varios antioxidantes que protegen principalmente el tracto digestivo. Culturalmente, se lo conoce como diurético, depurativo, dilatador arterial, recomponedor y afrodisíaco. Además, es riquísimo, fresco, crujiente y de sabor y aroma a anís.
En la Argentina su consumo ha disminuido por la competencia con las diferentes variedades de lechuga y otros cultivos de hoja que son más fáciles de usar, y además su producción no es tan sencilla como la de una lechuga o una rúcula.
Sin embargo, es un cultivo de mejor conservación que las otras hojas, de mayor rendimiento y muy buscado en algunas épocas del año como en las fiestas de Navidad y Fin de Año para hacer las ensaladas Waldorf.
Para el cultivo en invernadero se utilizan los cultivares llamados amarillos, dorados o autoblanqueantes. Hay pocas variedades comerciales y no se pueden sembrar durante todo el año, ya que si el cultivo “toma frío” se va en flor tempranamente y no da una buena planta comestible (se torna fibrosa).
Es un planta erecta, con una raíz poderosa, que se extiende ampliamente en los alrededores, con hojas de pecíolos ensanchados acanalados con aceites esenciales (apiol y limoneno), que es la parte comestible.
Es muy aromática, y tiene folíolos partidos, verdes brillantes, parecidos al perejil. La altura de la planta puede variar según la época del año (crece mucho más alta en primavera, con días largos) y puede llegar a 80 cm de alto. En Buenos Aires actualmente se cultiva mucho más en invernadero, ya que la calidad es altamente superior.
El cultivo se inicia de semilla de origen importado. Hay poca producción nacional, y es en almácigo en multiceldas. Pocas empresas comercializan las variedades usadas.
La germinación es la más complicada de todas las especies, porque la semilla es muy chica, con bajo poder germinativo y con requerimientos muy estrictos: la temperatura óptima de germinación es 21°C, y por encima de 18ºC requiere luz para germinar, pero con más de 28ºC directamente no germina.
Para el cultivo, las temperaturas óptimas son de 15 a 21ºC. Se plantan en hileras dobles a distancias de 25 a 35 cm entre plantas, con riego permanente. Se puede iniciar en verano, pero la temporada ideal es el otoño temprano (hasta la mitad de abril) y la primavera, o después de pasado el invierno (después del 15 o 20 de julio). Con temperaturas de entre 9 y 15 grados, la planta chica acumulará frío y si llega a la primavera chica, en vez de terminar la planta, florecerá.
El ciclo en verano puede ser de 60-75 días, pero en los meses fríos se puede alargar a 130 días o más para poder completar un apio de buen tamaño. La cosecha se realiza desde que las plantas tienen 700 g y se corta la planta sin raíz.
Se debe evitar el encharcamiento, pero no debe faltarle agua. Es muy sensible al calor, que le provoca marchitamientos, amarillamientos en las hojas y ennegrecimiento de las hojas jóvenes (corazón). En verano, es indispensable ubicarlo en lugares muy ventilados.
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