Desde que en 1556, a casi seis décadas de la llegada de los primeros conquistadores españoles a territorio americano, el religioso Juan Cedrón llevó a Santiago del Estero unas variedades de uva moscatel provenientes de Europa y dio inicio a la historia del vino argentino, la vinicultura local nunca ha dejado de crecer.
Luego de establecerse en distintas provincias, el vino nacional se convirtió en uno de los más prestigiosos del mundo, con alrededor de 220 mil hectáreas de viñedos, que producen cerca de 1.200 millones de litros anuales de alta calidad, a partir de uvas tintas entre las que sobresale el Malbec. Cabe destacar, además, que la Argentina es en la actualidad el noveno país exportador del planeta.
De esas 220 hectáreas, más de tres cuartas partes se concentran en Mendoza y San Juan. De hecho, hace ya más de una década, Mendoza es considerada por expertos como una de las capitales mundiales del vino. “Aquí, tenemos algo más de 1.200 bodegas y una industria enoturística que nos coloca entre los destinos más prestigiosos del mundo”, asegura Gabriela Testa, presidenta del Ente Mendoza Turismo.
De todas maneras, más allá de Mendoza y San Juan, el vino fue transformándose en parte del ADN de otras regiones, como Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, Córdoba, Río Negro, Neuquén, La Pampa y Buenos Aires.
“En el país, hay muchas regiones que se están convirtiendo en clásicos para la vitivinicultura, como el noroeste. En esa zona, se producen vinos con mucho carácter y una gran carga de aromas para la boca y la nariz. Asimismo, también vienen creciendo los vinos patagónicos, de zonas más desérticas, cuya amplitud térmica permite una madurez prolongada y equilibrada de las uvas. Por otra parte, aunque no sean áreas tradicionales para la producción, Buenos Aires y Entre Ríos empiezan a sobresalir por la elaboración de sabores suaves y frutados”, ratifica el enólogo bonaerense Raúl Hernández.
A continuación, te presentamos ocho rutas del vino menos explotadas, pero llenas de aromas, sabores e historia:
1) Salta: una de las rutas enoturísticas más importantes es aquella que recorre los Valles Calchaquíes, atravesando buena parte de la geografía de Salta, Tucumán y Catamarca. Con cielos despejados y una buena amplitud térmica, estas tres provincias producen vinos de alta gama, en fincas ubicadas a una latitud que oscila entre los 1.500 y 3.100 metros sobre el nivel del mar.
“Muchas bodegas de nuestros valles abren sus puertas para que el turismo deguste sus vinos, mientras que hay otras que ofrecen recorridos por viñedos y alojamiento en sus fincas. En esta región, nuestra marca registrada es el torrontés, un blanco muy delicado que es muy bien recibido por los turistas”, indica Juan Goytía, ingeniero responsable de la producción en Arcas de Tolombón, una de las bodegas más importantes de la zona.
Salta, tiene muy bien desarrollada su Ruta del Vino, que recorre 200 kilómetros del sur provincial, a través de los departamentos de Cafayate, San Carlos, Angastaco y Molinos. Aquí, numerosas bodegas, como Quara, Tukma, San Pedro de Yacochuya, Colomé, El Porvenir de Cafayate y El Esteco, abren sus puertas al público. De hecho, en El Esteco, está el exclusivo hotel Patios de Cafayate, cuya propuesta es disfrutar de una estadía única en un entorno de viñedos y parrales, y un paisaje de montañas y quebradas.
“Tenemos varios programas especiales para los visitantes, entre ellos la Vendimia de Lujo, que incluye tres días de alojamiento durante el tiempo de la vendimia y se extiende de febrero a marzo. Además, se ofrecen degustaciones especiales, recorridos por la bodega con enólogos y cabalgatas”, precisa Diego Coll Benegas, gerente de Patios de Cafayate.
2) Tucumán: menos extensa que la salteña, pero sumamente interesante, la Ruta del Vino tucumana sigue el eje de la Ruta 40, que recorre casi 5.100 desde los confines australes de la Argentina, hasta su extremo más septentrional, en el límite con Bolivia. Aquí, las bodegas más importantes son Altos La Ciénaga, Arcas de Tolombón, Pose y Las Mojarras.
“Nuestras fincas están ingresando poco a poco en el mundo del turismo, recibiendo cada vez más visitantes. Todavía no tenemos el desarrollo de Mendoza, San Juan o Salta, pero nuestro crecimiento es sostenido”, expresa Luis Rolando Díaz, propietario de Altos La Ciénaga, quien produce unos vinos tintos caseros, que suele ofrecer a los turistas con una buena picada de quesos frescos y aceitunas.
3) Catamarca: la zona de cultivo de vid de los Valles Calchaquíes más importante se localiza al noreste provincial, donde las principales bodegas están en Santa María y Hualfin, localidades de la Ruta 40.
“Los padres agustinos son quienes mejor desarrollaron la actividad vinícola en la zona de Santa María y a partir de allí, la producción de tintos y blancos ha venido creciendo, favorecida por la luminosidad de la zona y un régimen de lluvias que no supera los 200 milímetros anuales. Poco a poco, el turismo empieza a contar con sus vinos, como carta principal de presentación”, detalla Pablo Losada Moreno, responsable del área de Prensa de la Secretaría de Turismo provincial.
Además, en Hualfín hay una bodega que surgió de un emprendimiento comunitario desarrollado para ayudar a los pequeños productores de la región, que se creó con el dinero que salió de las regalías de las empresas mineras que operan en Catamarca. “La bodega de Hualfín es muy especial, casi única en el mundo, por su estructura. Hay unos treinta productores que llevan sus uvas a la localidad para la elaboración de los vinos y desde hace ya algunos años, su visita es un clásico para aquellos que recorren la Ruta 40”, cuenta Losada.
4) La Rioja: la provincia cuenta con bodegas que forman parte de una incipiente ruta enoturística, con Valle de La Puerta, Aminga y Chañarmuyo, como fincas principales.
“El torrontés, el malbec y el bonarda son sellos distintivos de la vinicultura riojana. Los vinos locales son muy expresivos, no solo por sus sabores, sino por sus tonos intensos que se asemejan a los de una pintura”, asegura Andrew Noble, gerente comercial de Valle de la Puerta, bodega en el corazón de Valle de Famatina.
Recientemente, Valle de la Puerta lanzó su colección “Quinquela Martín”, que lleva en su etiqueta algunas de las obras del pintor de mismo nombre, cuyos trazos se pueden observar a lo largo del barrio de La Boca. “Lanzar un vino con su nombre es un homenaje a esos tonos intensos de los vinos riojanos”, agrega Noble.
5) Córdoba: la capital del vino cordobesa es Colonia Caroya, una pequeña localidad de algo más de 15 mil habitantes, donde la industria del vino es producto de la inmigración italiana que se produjo a fines del siglo XIX. La Caroyense, una cooperativa vitivinícola que nació hace más de ochenta años y llegó a producir 20 millones de litros anuales en la década de los setenta, es el símbolo de la vitivinicultura de la provincia, con una producción que en los últimos tiempos llegó a dos millones de botellas anuales.
Debido a las precipitaciones que tiene esta zona, que se contrapone con los climas secos que presentan la mayoría de los lugares donde se elaboran vinos en el país, se ve favorecida la producción de blancos con aromas intensos y una concentración de alcohol que no excede los trece grados.
Una visita a La Caroyense, posibilita saborear vinos diferentes, donde se destaca el “Lagrimilla”, una variedad de aroma avainillado que recuerda a aquella bebida que los jesuitas elaboraban durante las épocas coloniales en la provincia.
6) Buenos Aires: la bodega más tradicional es Saldungaray, ubicada cerca de Sierra de la Ventana, que ofrece degustaciones de Malbec y Merlot. Fundada hace alrededor de una década, posee veinte hectáreas de viñedos y anualmente produce más de 200 mil litros de vinos de alta gama.
A solo unos kilómetros, en la localidad de Chapadmalal, en 2014 se inauguró Trapiche Costa & Pampa, una bodega cuyos dueños la definen como “experimental”, ya que la crearon para revolucionar el mercado. Durante la temporada, brindan degustaciones acompañadas con fiambres caseros y tours en bicicleta. Como una buena alternativa para probar vinos producidos en ambientes con influencia del mar, se recomiendan sus Sauvignon Blanc y Pinot Noir.
7) La Pampa: emplazada en la zona de altos valles del Río Colorado, la Bodega del Desierto produce un Cabernet Fran que fue galardonado internacionalmente en más de una oportunidad. Aquí, los viñedos están orientados de norte a sur, sembrados sobre suelos arenosos, formando parte de un alucinante paisaje. Además de recorridos por la finca, se ofrecen degustaciones de Chardonnay, Pinot Noir, Syrah y Sauvignon Blanc, para que todos disfruten el sabor único pampeano.
8) Patagonia: la elaboración de vinos se centra principalmente en las zonas desérticas del norte, ya que presentan suelos más arenosos y pedregosos. Aquí, Río Negro y Neuquén, son los mayores productores, con vinos Sauvignon Blanc, Chardonnay, Malbec, Merloy y Pinot Negro de excelencia. De hecho, este último es un verdadero ícono de la región, debido a su color intenso y maduración temprana.
Como tanto en Río Negro como en Neuquén hay muchas bodegas que brindan degustaciones como parte de la ruta enoturística, se recomiendan las fincas Humberto Canale, Río Elorza, Agrestis, Aniello, Fin del Mundo y Familia Schroeder.
Para dar comienzo al recorrido, la mejor opción es Humberto Canale (Río Negro), una bodega cuyos primeros viñedos se instalaron en 1912. Con una antigua casona de estilo colonial como eje central, ofrece tours que incluyen visitas al lugar donde se ubican las viejas cubas de madera, que solían ser usadas para producir vinos en los inicios de la bodega.
En Neuquén, en la localidad de San Patricio del Chanar, la bodega del Fin del Mundo es el emblema de la región. Durante un tour por aquí, se puede contemplar el interior desde las pasarelas que se ubican en la altura y obtener una visión completa del proceso de elaboración y producción del vino.