Entre lagunas donde habitan flamencos rosados, salares y volcanes, se alza la puna catamarqueña, tierra de paisajes tan inmaculados como desolados. La mayoría de sus habitantes viven en Antofagasta de la Sierra, un pueblo situado a 3.340 metros sobre el nivel del mar, al que se llega a través de la Ruta Provincial 43, la única vía de conexión entre la puna y el resto de la provincia.
Desde el complejo de cabañas Rumi Huasi, situado sobre la calle San Martín, la principal de ese pueblo catamarqueño donde habitan unas 1.500 personas, se pueden observar los paredones de procedencia volcánica que protegen a Antofagasta de la Sierra del viento fuerte que azota en la región, que en invierno es tan fuerte y seco que daña la vista.
Además de las cabañas Rumi Huasi, en Antofagasta existen varias hosterías chicas con pocas habitaciones, como Pueblo del Sol e Incahuasi. En cada una de ellas, el ritual matutino es parecido: las camionetas acuden muy temprano en busca de los turistas para comenzar el recorrido por la zona. Iniciar la travesía con tiempo es fundamental, no solo porque se debe transitar por caminos complejos y subir varias montañas, sino también para evitar que afecte demasiado el apunamiento o mal de altura. Para ello, lo más importante es no exigirse mucho físicamente, tomarse el tiempo para adecuarse a la altura y tomar al menos cuatro litros de agua por día.
Situada a cinco kilómetros de Antofagasta de la Sierra, en esta laguna habitan flamencos rosados, que al atardecer vuelan de una punta de la orilla a la otra, un espectáculo de la naturaleza digno de admirar. Sin embargo, llegar allí al amanecer y quedarse entre quince y treinta minutos contemplando el paisaje antes de adentrarse en la puna profunda es una excelente opción.
Continuando hacia el norte por alrededor de ochenta kilómetros, donde el camino se hace lento porque es en subida –la laguna se encuentra a 4.200 metros de altura–, se llega a este espejo de agua ubicado a orillas del volcán Galán, de 35 kilómetros de diámetro.
En sus aguas se hallan grandes concentraciones de arsénico y salinidad, lo que les sirvió a científicos de todas partes del mundo para representar las condiciones extremas de vida en la tierra hace más de 3.000 millones de años: esta laguna es hogar de algas y hongos, que sobreviven pese al poco oxígeno y a la alta radiación ultravioleta.
Desde el volcán Galán circulan aguas termales que conforman después el río Los Patos, un sitio ideal para la pesca de truchas arco iris. Ese río desemboca en el Salar del Hombre Muerto, que se extiende a lo largo de seiscientos kilómetros cuadrados entre las provincias de Catamarca y Salta.
El color blanco del salar contrasta con los tonos oscuros de la tierra que lo envuelve. En sus alrededores se vislumbran algunas viviendas que pertenecen a trabajadores en las minas de litio del salar.
En este pueblo de tan solo cuarenta habitantes se vive del cultivo de maíz, papa y quinoa, así como de la ganadería caprina. Entre varias casas bajas se destaca una pequeña capilla blanca que tiene más de cincuenta años. Esa capilla es el orgullo del Antofalla, junto a los restos de un molino viejo y a un manzano de doscientos años.
Este sitio, que fue transformado en área protegida hace ocho años, está compuesto por grandes cantidades de piedra pómez, que se ha ido moldeando con el paso de los años por distintos procesos erosivos. Estos últimos le han dado en la actualidad un aspecto similar al de la superficie lunar.