nas 36 familias de la puna catamarqueña formaron la cooperativa Mesa Local Laguna Blanca, ubicada en el área protegida entre Belén y Antofagasta, para crear piezas excepcionales con lana de vicuña.
En julio de 2018, Ramón Gutiérrez, presidente de esta cooperativa, tomó un avión por primera vez en su vida y se trasladó desde Catamarca a Buenos Aires para dirigirse a los Estados Unidos. Fue el único argentino invitado a participar del International Folk Art Market (IFAM). Llevó consigo el valor de las artesanías hechas por todos sus compañeros: ponchos, guantes, chales, gorros y corbatines.
Esas piezas resultaron maravillosas para la diseñadora Donna Karan, quien visitó el mercado en busca de productos para Urban Zen, el proyecto que lidera desde hace once años.
Las artesanías hechas por la cooperativa no solo fueron elegidas para ser parte de la colección, sino que además fueron exhibidas y vendidas en el pop up store que la fundación montó en Nueva York.
“Es una muy buena oportunidad porque tienen el control de toda la cadena de valor de los tejidos de vicuña en telar criollo y eso les puede permitir seguir viviendo en su comunidad, en su cultura, de sus artesanías dignamente”, dice Roxana Amarilla, vicepresidenta del World Craft Council Latinoamérica (WCC AL), experta del Mercado Nacional de Artesanías Tradicionales de la Argentina (MATRA).
La cooperativa Mesa Local Laguna Blanca, fundada en 2007, está situada a 3.200 metros sobre el nivel del mar. Los hombres y las mujeres que la conforman extraen la materia prima, la lana de las vicuñas, y realizan las artesanías. Lo hacen a través de un método ancestral denominado chaku. “Entre octubre y noviembre capturamos al animal, le sacamos la lana y después lo devolvemos a su hábitat natural”, explica Gutiérrez.
El siguiente paso es la división de la materia prima: cada uno de los artesanos recibe una cantidad de lana acorde al trabajo que realizó y con eso genera los tejidos. Antes, la caza de vicuña estaba prohibida porque justamente existían los que atrapaban al animal y no lo dejaban ir o lo mataban. Todo cambió en 1982, cuando la zona fue declarada Reserva de la Biósfera por la UNESCO y se empezó a preservar la vicuña. Tiempo después, ya entrada la década del 2000, comenzaron las capturas.
Desde que volvieron a estar permitidas, se hacen tres por año durante la primavera y los artesanos ya están pensando en darle más magnitud a ese encuentro, creando el Festival de la Vicuña.
En este sentido, Keith Recker, director creativo del IFAM, también reconoce un fenómeno muy interesante que se da en los últimos 20 años. “Los más jóvenes, con gran creatividad, están adaptando las antiguas técnicas artesanales de manera que sean relevantes en el siglo XXI. De este modo, las formas antiguas reciben una nueva vida”, enfatiza.
“Los colores naturales de la fibra de vicuña se utilizan de manera hermosa, con tonos de beige y blanco yuxtapuestos en rayas y cuadros, o entremezclados en el propio hilado. Hay profundidad visual en el trabajo. Y al tocar los textiles, el tratamiento de la fibra hecho a mano conserva su flexibilidad, suavidad y movimiento”, señala Recker.
Lo cierto es que estos diseños se hicieron más visibles en 2013. Ese fue el año en el que por primera vez asistieron a la emblemática Fiesta del Poncho, presentaron tejidos hechos en vicuña y ganaron el primer premio textil por el chal, además del premio al mejor poncho por su calidad.
“Si a eso le sumamos la recuperación de la técnica ancestral de esquila por captura, y la conciencia de organización y control de sus propios recursos, vamos a encontrar que belleza, calidad y buen vivir confluyen en la misma casa. Para mí, eso es la Cooperativa Mesa Local de Laguna Blanca”, explica Amarilla.