iclo sin Fin es un emprendimiento de utensilios de cocina elaborados con caña castilla, una gramínea de la familia del bambú que crece en zonas semiáridas. Micaela Pontoriero descubrió las características de este material mientras estudiaba diseño industrial y trabajaba en una empresa de tecnología láser en su provincia, San Juan.
“La caña castilla es considerada maleza, y salvo en algunas construcciones rurales, no tiene uso. Sin embargo, tiene muy buenas características de maleabilidad y resistencia”, cuenta Pontoriero. “Es ideal para un utensilio que se puede lavar y reutilizar, y al final de su vida útil vuelve a la naturaleza, ya que se puede quemar o compostar”. También el packaging de los utensilios de Ciclo sin Fin es ecológico: está elaborado en base a almidón por Biotránsito, una pyme de Córdoba.
Novedosos materiales y nuevos usos para materias primas naturales están ganando terreno con la premisa de cuidar el medio ambiente. Se trata de "bioproductos", elaborados en base a materiales de origen agroindustrial, renovables y biodegradables: una vez cumplido su ciclo de vida, pueden volver a la tierra y convertirse en abono.
Para impulsar su desarrollo, a fines del 2019 el ministerio de Agricultura lanzó un "Plan de Acción para Biomateriales y Bioproductos" y la obtención de un sello que los identifica. El plan creó el sello "Bioproducto Argentino", dirigido a todas las empresas que elaboren productos fabricados con materia prima agroindustrial renovable, que abarca desde bioplásticos, pellets y láminas a productos de limpieza, textiles, vajilla y rodados.
En 2015, con una inversión de Capital Semilla de $ 70.000, Pontoriero comenzó a producir cubiertos y pinchos que, asegura, se pueden reutilizar 300 veces. "Hoy somos una empresa B, que busca un beneficio social y ambiental además del económico, y empleamos en forma indirecta a unas 20 personas, a las que capacitamos en este oficio. Nuestros proveedores, los cañeros, obtienen un precio justo por un material que antes no tenía valor comercial", explica la emprendedora.
Uno de los hitos de este emprendimiento fue su participación en el concurso Mayma para proyectos sustentables. “Esto nos permitió visibilizar la marca, y contactarnos con otros emprendedores de triple impacto”.
Actualmente, los eco-utensilios de Ciclo Sin Fin se comercializan en 70 tiendas naturistas y de diseño en todo el país, además de su venta a comedores de empresas, parques nacionales, escuelas, y para regalos corporativos. “También pensamos exportarlo. Para esto pasé de ser monotributista a conformar una Sociedad Anónima Simplificada (SAS)”, comenta Pontoriero.
Daniel Stella es licenciado en Tecnología de Alimentos y trabajó varios años capacitando en temas de higiene al personal gastronómico. "Suele pensarse que con enjuagar las frutas y verduras es suficiente. Sin embargo, solo con agua no se eliminan los agroquímicos y microorganismos presentes en los alimentos crudos, pero invisibles al ojo humano", sostiene.
Así, al no haber en el país un producto adecuado para lavar frutas y verduras, decidió desarrollar uno. Y lo denominó Natwash.
“Es un concentrado de ácidos orgánicos que elimina bacterias y restos químicos, sin dañar el ambiente y no altera el olor ni el sabor de los alimentos. Y además de proteger la salud, alarga la vida útil de frutas y verduras”, comenta.
El producto se comercializa por internet y en restaurantes y comedores escolares, a través de una red propia de distribución. Pero la idea de Stella es que empiece a usarse también en los hogares, y para esto está empezando a exhibirlo en dietéticas y farmacias.
“Al ser un producto nuevo, es preciso concientizar y educar a las personas en su uso”, destaca.
El desarrollo de la fórmula y la obtención de autorizaciones le llevó dos años, y la elaboración se realiza en una planta tercerizada. Si bien tiene mucho por crecer en el mercado local, donde aún no cuenta con competidores, también está en sus planes salir a exportarlo. “El sello de Bioproducto es un respaldo a la hora de buscar clientes en el exterior”, dice Stella.
En el mundo, hay cerca de 1.600 especies de bambú. Se trata de una planta que tiene tantos usos (desde viviendas hasta alimentación, textiles, papel, cestería o bicicletas), que en Argentina se hizo un simposio sobre la Bioeconomía del Bambú.
Entre las empresas que exhibieron sus productos en el encuentro, realizado en agosto 2019 en el Centro Cultural de la Ciencia, estuvo Möve, una firma de lencería y ropa deportiva hecha con fibras de bambú.
La marca fue creada en 2004 por el empresario textil Ángel Ferrari, para lanzar una línea de indumentaria con materiales y diseños de avanzada. Más adelante, en 2010, incorporó los primeros textiles de bambú para ropa interior.
“El bambú tiene múltiples ventajas -cuenta Federico Ferrari, a cargo de la compañía fundada por su padre-. Por ejemplo, filtra en un 94% los rayos UV, es antibacterial natural (ayuda a eliminar malos olores), regula la temperatura corporal, microniza la humedad y la expulsa más rápido. Por esos motivos mantiene el cuerpo más seco que otras fibras y es ultra suave y sedosa”, describe.
Además, es un material sustentable, ya que el cultivo de bambú no requiere el uso de pesticidas, insecticidas ni fertilizantes. “Tiene un rápido crecimiento y en cuatro años llega a su etapa productiva. Por estos beneficios, las prendas de bambú son preferidas por las personas interesadas en el ambiente y la sustentabilidad, quienes padecen trastornos de la piel (dermatitis, psoriasis) y aquellas que buscan prendas térmicas para actividades deportivas o turísticas”, detalla.
La firma utiliza materias primas locales, e importa la fibra de bambú cruda para procesarla (tejido y teñido) hasta llegar a la tela para confecciones. “Hoy no contamos con proveedores de fibra de bambú en el país, pero nos gustaría ayudar a desarrollarlos, ya que aquí hay condiciones para hacerlo”, dice Ferrari.
Las prendas de Möve se comercializan online y en locales multimarca, casas de deporte y lencerías de todo el país. Y están evaluando la posibilidad de exportar a Uruguay y Brasil.
Hace diez años, en las afueras de Rosario, Nicolás Masuelli y Leonardo Pelegrin comenzaron a fabricar cuadros de bicicletas de bambú. Pronto, por su diseño y singularidad, las bambucicletas fueron ganando adeptos y fanáticos en todo el país. Juan José Zambón era uno de ellos y decidió unirse al emprendimiento en 2014 para darle un nuevo giro al negocio.
Durante dos años, los socios realizaron inversiones en maquinaria e investigación y desarrollo de nuevos productos. Y bajo la marca Malón Bikes, se conformó una SRL que pasó de producir tres modelos a 12 (incluyendo una eléctrica), siempre bajo encargo y con terminaciones “a medida”.
Producen unas 20 bicis por mes y están buscando capitalización para llegar a 80 unidades mensuales. Son bicicletas caras para el mercado interno (a partir de los $ 45.000) ya que, si bien la caña de bambú y la mano de obra son locales, otro 50% de los componentes son importados, explica Zambón.
Una de las alternativas para crecer en el negocio es “deslocalizarlo”. “Tuvimos propuestas de Paraguay, Chile y España para llevar nuestro know how y producirlas y re-exportarlas desde allí”, comenta el emprendedor.
El problema de la contaminación por plásticos crece en el mundo. Y en uno de sus viajes, el empresario turístico Darío Rodríguez vio algunas soluciones que se implementan en otros países, como las bolsas de bioplástico en base a almidón. ¿Por qué no fabricarlas en Argentina, si aquí contamos con la materia prima?, se preguntó.
Así, junto a un socio que viene de la actividad agropecuaria, crearon en 2017 en la localidad cordobesa de Tránsito, una fábrica de bolsas y utensilios descartables y compostables hechas a partir de almidón de maíz.
"Nos llevó un año desarrollar el material, y hoy confeccionamos bolsas de distintos tamaños que se degradan en 12 a 24 semanas. Vendemos a clientes en todo el país, desde panaderías y hoteles hasta municipios y emprendimientos de productos sustentables, que colocan su logo en estos empaques", comenta Rodríguez.
El emprendedor destaca que las bolsas de BioTránsito están hechas 100% con materiales orgánicos que se pueden compostar y convertir en abono para el suelo. En cambio, hay otras bolsas que se llaman bio, pero contienen partículas de plástico mezcladas con polímeros naturales, y al degradarse desprenden microplásticos que van al suelo, al agua, al aire y son ingeridas o respiradas.
"Estas bolsas no se pueden acumular y son más caras que las convencionales, en una relación de cuatro a uno -admite el emprendedor- Por eso el mercado es aún pequeño. Pero hay grandes empresas alimenticias que están interesadas en usarlas para sus productos. Nuestra decisión estratégica es ir de a poco, creciendo junto a otros emprendedores, y no tomar clientes tan grandes", comenta.
La firma comenzó a exportar a Paraguay, Chile, Uruguay y próximamente a Suiza. Y su producción se diversifica al reciclado de silobolsas, que son lavadas, molidas y convertidas en materia prima para hacer caños de agua y espirales de cuadernos, y también una pequeña producción de cepillos de dientes de caña de bambú.
En un mundo en que crece la conciencia sobre la crisis climática y la necesidad de cambiar formas de producción y hábitos de consumo por otros más amigables con el Planeta, los bio-productos ofrecen la posibilidad de diferenciarse y agregar valor, generando un impacto positivo. Una oportunidad que las pymes no deberían dejar pasar.
Los Andes