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Los ‘desafíos eco’ son un conjunto de acciones propuestas con el fin de ayudar a pensar qué puede hacer cada persona para modificar sus hábitos cotidianos que resultan negativos en términos ambientales.
Mirar cuántos objetos de plástico hay en las alacenas para identificar cuáles de ellos aún son útiles y cuáles pueden ser reemplazados por materiales más amigables, como el cartón reciclado o el corcho. Recuperar los frascos de vidrio convirtiéndolos en contenedores de alimentos. Además, cambiar los filmes para tapar la comida por telas y dejar en el olvido el uso de bandejas o cajas de material no biodegradable y de un solo uso.
En cuanto a los desperdicios orgánicos, como las cáscaras de huevo y de frutas, los restos de verduras, la borra de café, los saquitos de té y la yerba usada, se pueden utilizar para abonar la tierra de las plantas. Preservar la comida en el freezer en envases de tetra brik. Lavar la vajilla en un recipiente con jabón; después, enjuagar y evitar el derroche de agua. También, limpiar la casa con productos hechos a base de limón, vinagre y bicarbonato.
Una regla de oro en este punto es pensar por qué compramos: ¿cuán necesario es adquirir ropa nueva? Fabricar ropa genera mucha contaminación, por lo que arreglar lo que tenemos, recuperar telas usadas y artículos de segunda mano es el primer desafío a la hora de ser amigables con el planeta. También es importante leer las etiquetas que indican el origen de nuestra ropa, un dato que permite saber en qué condiciones trabaja la gente. Hay informes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que describen las condiciones laborales en cada país; además, existen campañas globales como “Quién hizo mi ropa” y “Yo hago tu ropa”, que exigen incluir en las etiquetas esta información. Lo mismo empieza a notarse en los alimentos con los códigos QR, que permiten conocer la procedencia del producto desde el celular.
A los ‘instantes eco’ –que se podrían dar en cualquier momento del día–, se le suma la energía que se puede emplear al priorizar el transporte público para mermar la emisión de gases de efecto invernadero, al preferir los productos con menos envoltorios y más materiales sostenibles –por ejemplo, maderas de bosques certificadas– y segmentar los desperdicios.
La consigna es no acumular, menos es más, también para la salud de la Tierra.
