os productores de alimentos y fibra de Nueva Zelanda se enfrentan al cambio climático. Un informe gubernamental sugiere diseñar estrategias a largo plazo para adaptarse a un clima cambiante. Si bien los sectores primarios están acostumbrados a hacer ajustes tácticos a un clima variable, los expertos recomiendan acciones más rápidas y agresivas ante el avance del cambio climático. Cómo transita este proceso el sector vitivinícola.
Los Desafíos Nacionales de la Ciencia “Nuestra Tierra y Agua” y “Sur Profundo: Cambiar con nuestro Clima” se establecieron en 2014 y tienen como objetivo abordar los mayores problemas y oportunidades basados en la ciencia que enfrenta Nueva Zelanda. Los programas reúnen a los mejores científicos del país y son financiados por el Gobierno, que estima destinar fondos por US$680 millones en los próximos diez años.
Lo cierto es que los neozelandeses rurales son los primeros en experimentar los efectos más desafiantes del cambio climático, con agricultores y productores bajo una extrema presión debido a las condiciones climáticas extremas como sequías e inundaciones.
La iniciativa pretende ayudar a los científicos, consejos regionales y organismos industriales a comprender los posibles impactos del cambio climático en los sistemas agrícolas pastorales, herbáceos y hortícolas. El fin último es identificar medidas de adaptación apropiadas y herramientas fáciles de utilizar para un uso de la tierra apropiado.
“Esperamos que esta investigación fomente aún más la adaptación estratégica a largo plazo, como la diversificación de cultivares, el cambio de fechas de siembra y la planificación de sombra y refugio adicionales”, dijo la investigadora principal Anne-Gaelle Ausseil, de Manaaki Whenua Landcare Research.
La investigación utilizó y comparó varios modelos biofísicos para proyectar cambios futuros en la producción e impactos sobre la pérdida de nutrientes y la demanda de agua en diferentes escenarios climáticos durante los próximos 80 años. El estudio se centró en Waikato, Hawkes Bay y Southland, dos regiones representantes de suelos contrastantes.
Los resultados de la investigación sugieren que, en los próximos años, los agricultores registrarán un pequeño aumento en la producción general de pasturas en muchas regiones del país, debido al aumento del dióxido de carbono que alienta el crecimiento de las plantas. Sumado a esto, las temperaturas más altas supondrán un mayor riesgo para la producción ganadera, con más días con estrés por calor.
Por otro lado, un mayor riesgo de escasez de agua, especialmente en regiones propensas a la sequía como Waikato y Hawkes Bay, ejercerá presión sobre los ecosistemas de agua dulce y requerirá una tendencia continua hacia un uso más eficiente del agua de riego.
Para pasturas y cultivos herbáceos, se evidenció una tendencia hacia mayores limitaciones de agua durante la primavera y el verano.
Para cultivos perennes, como las uvas para vino, el efecto del cambio climático podría requerir un modificación en el cultivar hacia variedades de uva adaptadas a climas más cálidos y secos. En este sentido, el clima más cálido también puede abrir nuevas áreas adecuadas para la vitivinicultura que anteriormente eran demasiado frías.
Es probable que las fechas de floración de la uva cambien y que la calidad del producto se vea afectada por los cambios en el contenido de azúcar de la fruta. “Todos los que trabajan en la naturaleza pueden ver los cambios que ocurren en nuestro clima. La gente tiene hambre de conocimiento”, expresa Tracy Benge, gerente del Instituto de Investigación Bragato de la industria del vino, que comenzó un programa de investigación de adaptación al cambio climático en 2018.
“Colaborar es crucial para acelerar el ritmo de adaptación. En el pasado, la industria del vino ha realizado investigaciones sobre el cambio climático, analizando cosas como la aparición de heladas, plagas y enfermedades. Lo que se necesita ahora es una investigación coordinada y colaborativa de adaptación al clima”, agrega. En este sentido, la colaboración entre sectores primarios, organizaciones de investigación y países resulta clave para acelerar el ritmo de adaptación.
Bragato trabajó con el Instituto Nacional de Investigación del Agua y la Atmósfera (NIWA) para modelar dos escenarios de cambio climático con 15 variables para las nueve regiones vitivinícolas. Al finalizar, organizó un roadshow a esas regiones para compartir los hallazgos. El proceso tomó 12 meses desde el modelado hasta la presentación de los resultados. “Hemos descubierto que la industria, desde los productores de uva hasta los enólogos, está realmente comprometida y ansiosa por obtener más conocimiento y más herramientas”, concluye Benge.