Durante los últimos años, el kale –una hortaliza de hoja rica en beneficios para la salud– empezó a ser muy utilizado por chefs en restaurantes de cocina gourmet, debido a sus propiedades nutricionales. Como no se conoce mucho acerca de su manejo agronómico –lo que dificulta su producción y masificación–, investigadores de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA) vienen realizando desde 2017 estudios para mejorar su empleo y desarrollo.
La planta –también conocida como col rizado– es proveniente del este de Turquía. Según se sabe, llegó a Europa durante el primer milenio, expandiéndose a lo largo de diferentes países, y arribó a América en 1980, popularizándose en Estados Unidos.
Si bien su implementación en la Argentina es reciente, crece a pasos agigantados: figura en la carta de prestigiosos restaurantes y es nombrada en portales y revistas de alimentación como un producto súper saludable. Al respecto, cabe mencionar que es rico en glocosinatos, vitaminas A y C, calcio, caroteno y fibra, y posee un alto contenido de minerales y capacidades antioxidantes.
Para llenar el vacío de información sobre su cultivo, desde la FAUBA se está trabajando para determinar qué aspectos podrían ser tomados en cuenta para que su llegada al público sea más difundida. El análisis se inició visitando a varios productores, siguió relevando los productos que se venden a las semilleras y continuó con exámenes en campo.
“Para comenzar a visualizar el comportamiento del cultivo, tomamos dos variedades: morada y verde, cuyas semillas fueron aportadas por la empresa Bejo Argentina. Se utilizaron dos densidades de siembra, una recomendada por la semillera y otra elegida por nosotros”, comentó Dianza Frezza, docente e investigador de la Cátedra de Horticultura, quien dirige los estudios junto con Verónica Lorgegaray.
Asimismo, cuatro estudiantes desarrollaron un análisis donde se investigó acerca de sus variables químicas y físicas, teniendo en cuenta su peso fresco y seco, porcentaje de materia seca, área foliar, tasa de crecimiento relativo, número de hojas, color e índice de cosecha y comportamiento poscosecha.
“La cosecha comenzó luego de 183 días de siembra y se realizó en forma escalonada durante 73 días. Los resultados mostraron que el rendimiento fue afectado por la densidad de las plantas y el genotipo implementado. La variedad verde logró mayor productividad, según la mayor y menor densidad”, ratificaron.
Por su parte, las hojas en atmósfera modificada, es decir, envasadas en bolsas de poliolefina, tuvieron buen comportamiento en poscosecha a una temperatura de entre cinco y diez grados, por un período de 14 días aproximadamente. “Encontramos diferencias entre las variedades a simple vista. Por ejemplo, la morada floreció en bajas temperaturas en distintas localidades de la provincia de Buenos Aires”, advirtió Frezza.
Gracias a un examen de mercado a nivel minorista, los investigadores determinaron pautas aplicables para ampliar su cultivo. Además, el trabajo estableció un convenio con el Comité Argentino de Plásticos para la Producción Agropecuaria (CAPPA), con el fin de continuar los estudios y llegar a nuevas conclusiones. “El interés de las universidades y ciertos sectores empresarios permitió fijar acuerdos en los que nos aseguramos ensayos más grandes, que dispondrán de los materiales necesarios para generar mayor conocimiento”, señalaron.
El equipo estuvo integrado por los estudiantes de Agronomía Juan Alonso, Marcelo Moretti, Leonela Olivares y Juan Gálvez, quienes se encargaron de las tareas de campo y las respectivas mediciones. Según Alonso, el kale es un cultivo resistente, aunque requiere de un cuidadoso manejo sanitario, sobre todo ante la amenaza de insectos.