A la hora de planificar nuestra huerta, debemos hacernos tres preguntas básicas: qué, cómo y dónde. Cada cultivo tiene su época del año: por ejemplo, la espinaca se siembra en otoño-invierno; el poroto, en primavera-verano; mientras que la lechuga se siembra durante todo el año.
El zapallo, el zapallito, el melón, el maíz, el poroto y la sandía, que tienen semillas grandes, fáciles de manejar y fuertes para germinar, se siembran directamente en el cantero. Lo mismo ocurre en cultivos que no toleran el trasplante, como la zanahoria, el perejil, el rabanito, la radicheta, la espinaca y la remolacha, entre otros.
Algunas hortalizas tienen semillas chicas y son más delicadas, por lo que se les deben dar cuidados especiales. Por ese motivo, se siembran en un espacio llamado almácigo, que se puede preparar con cajones de madera, latas grandes o macetas. En el fondo se coloca una capa de piedras para facilitar un buen drenaje; luego, una capa de tierra; y en la superficie, una capa de tierra fina mezclada con abono compuesto bien fino. Para sembrar se marcan surcos paralelos a diez centímetros. Una de las ventajas de sembrar en almácigos es que pueden protegerse del frío o calor excesivos y recibir un riego más cuidadoso.
En verano, para protegerlos del sol del mediodía, se les puede construir un techito de cañas o paja para que los plantines reciban media sombra. En invierno, se pueden proteger de las heladas con un túnel de plástico o con vidrios, que se destaparán durante el día para que la almaciguera se ventile y no se formen hongos.
El trasplante se hace cuando las plantas tienen tres o cuatro hojas en el caso de la lechuga, el repollo, la acelga y el coliflor, y cuando el tallo llega al grosor de un lápiz, en el caso del tomate, la berenjena, el morrón, la cebolla y el puerro.
En cuanto a la profundidad del trasplante, se cubre con tierra a nivel del cuello de las plantas. En el caso del tomate, también puede enterrarse parte del tallo, ya que con el tiempo éste echa raíces.