Claves para realizar una buena siembra de pasturas

Las pasturas son un recurso indispensable para evaluar los sistemas de producción, ya que le aportan al forraje una buena cantidad de nutrientes

Claves para realizar una buena siembra de pasturas

En la actualidad, la siembra de pasturas puras de alfalfa y alfalfa base tiene un costo aproximado de entre $10.000 y $14.000 por hectárea, según el manejo agronómico que se ejecute. Esto quiere decir que, si bien el costo por kilogramo de materia seca es bajo, precisa de una alta inversión al momento mismo de la siembra. Para lograr sistemas productivos eficientes, es indispensable llevar adelante prácticas que posibiliten una buena implantación.

A la hora de definir la densidad de siembra, lo más recomendable es establecer el número de semillas viables a sembrar por metro cuadrado (m2), que variará de acuerdo a la especie y ambiente donde actuemos. Para pasturas de alfalfa pura, se aconseja sembrar cerca de 400 semillas viables por m2. En cambio, en ambientes donde es más conveniente la consolidación de alfalfa con forrajeras gramíneas, se pueden elegir especies como cebadilla criolla y festuca alta.

La cebadilla, que presenta un comportamiento bianual y tiene una alta capacidad de resiembra, es la gramínea que más se emplea en las cuencas centrales lecheras, ya que brinda forrajes tanto en otoño como en primavera. La densidad para pasturas de alfalfa y cebadilla es de 320 a 350 semillas viables por m2 y 80 a 100 semillas viables por m2, respectivamente.

La festuca, que se adapta mejor en la región pampeana central, es una gramínea perenne que aporta grandes volúmenes de forraje en complementariedad con la alfalfa. Cuando se emplean cultivares modernos y es pastoreada de manera adecuada, mantiene valores nutritivos de intermedios a altos, pero en menor medida que la alfalfa.

Según su origen, se divide en dos biotipos: continentales (o del norte de Europa) y mediterráneos. Los continentales son los que más resisten al frío, producen forraje durante todo el año y presentan hojas anchas; mientras que los mediterráneos son menos tolerantes a las bajas temperaturas, aunque crecen en invierno en zonas tembladas. Estos últimos también entran en latencia en épocas estivales y poseen hojas más finas. En caso de incluir una festuca mediterránea, su aporte de forraje se concentrará más en otoño o primavera, de forma menos competitiva que la alfalfa. A su vez, cuando la alfalfa se combina con festuca, conviene disminuir la intensidad de la primera a 300 o 320 semillas viables por m2 y la festuca entre 200 a 250 semillas viables por m2 para el biotipo continental y mediterráneo, respectivamente.

Es posible elaborar una mezcla con festuca alta, trébol rojo y trébol planco para los ambientes heterogéneos con perfiles de suelo degradados o problemas de encharcamiento donde la alfalfa no prospera. De ser así, el aporte del trébol rojo se concentrará en los primeros dos años, en tanto que el del blanco dependerá de las condiciones de humedad y del manejo del pastoreo. Cabe mencionar que condiciones húmedas y pastoreos intensos son los más propicios para la especie. La densidad de semillas viables por m2 recomendada es de 400 para la festuca; 150 para el trébol rojo y 100 para el trébol blanco.

Entre los factores que influyen sobre la cantidad de semillas viables por kilogramo de semilla están: el valor cultural de la semilla determinado por el poder germinativo y la pureza; y el peso de mil semillas, que varía en función de las especies y el cultivar. Otra variable a considerar es si la semilla está desnuda o peleteada, ya que en el último caso el peso de mil semillas aumenta entre un 30% y un 50%.

La práctica del peleteado o el incrustado de la semilla consiste en adicionar bacterias y/o elementos y ha demostrado ser muy efectiva sobre la implantación y la producción de pasturas; sin embargo, lo ideal es que el incremento en el peso de las semillas no sea mayor al 40%. De lo contrario, se encarecerán los costos, ya que serán grandes las densidades a sembrar. El uso de semillas certificadas evita problemas relacionados con la contaminación por malezas y hongos endófitos que deriven en toxicidad.

Se considera al otoño como la época más favorable para la implantación de especies tembladas. Aun así, la posibilidad de anegamiento y saturación del suelo hacen poco previsible el momento exacto para sembrar. Por eso, es preciso estar preparado y con todo a punto para cuando se den las mejores condiciones.

Durante el otoño, las semillas germinan más rápido y en un intervalo de tiempo más corto, con menor riesgo de ataque de insectos y hongos del suelo, que hace que la estructura de la pastura sea más adecuada y, además, anticipa nuevos aprovechamientos y logra un mayor desarrollo de la radícula. Dentro de esta estación, marzo y abril son los mejores meses para la siembra de pastura. A medida que disminuye la latitud, es decir que se acerca a la región pampeana, la fecha de siembra puede prolongarse.

En la implantación de la pastura, es preferible usar fertilizantes que favorezcan el desarrollo del sistema radicular y foliar, a los que comúnmente se los denomina arrancadores. Estos poseen una baja proporción de nitrógeno (N) y una alta dosis de fósforo (P). Por lo general, en suelos deficientes, la cantidad de P debería ser de 20 a 30 kilos por hectárea, disminuyendo progresivamente cuando aumenta su disponibilidad en el suelo.

En el caso de pasturas base alfalfa, el principal limitante dentro de la región pampeana es el P, seguido por el azufre (S). No obstante, las eficiencias van a depender de la región y la historia de cada lote. Por debajo de 25 partes por millón (ppm) de P disponible, comienza a haber una respuesta a la fertilización fosforada. Por su parte, en suelos pobres en materia orgánica –con texturas gruesas– es frecuente encontrar respuesta a la aplicación de S. Los suelos ácidos también presentan obstáculos para el crecimiento de la alfalfa, debido a que perjudican la fijación biológica de N y reducen la disponibilidad de F del suelo. En caso de otras luminosas, como lotus y tréboles, los requerimientos de P son mucho menores.

Al analizar el impacto económico de la fertilización con P, se puede observar que en experiencias realizadas por la Estación Experimental Agropecuaria (EEA) del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) Pergamino en una pastura de alfalfa, con grado de reposo intermedio, aplicando cien kilos por hectárea de fosfato diamónico en un suelo con nivel de P disponible cercano a diez ppm durante el otoño, se registra un incremento de la producción de forraje en los dos primeros años de aproximadamente 2.500 kilogramos de materia seca por hectárea.

Tener en cuenta esta clase de factores –junto con otros aspectos, como el manejo de adversidades– ayuda a conseguir pasturas más productivas.

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