l origen de la emblemática panadería Artiaga, ubicada en el barrio porteño de Saavedra, se remonta a casi 90 años atrás. Antonio Rodríguez, su fundador, dejó atrás una España en guerra con tan solo 12 años de edad para venir a vivir a Buenos Aires, donde desde muy temprano descubrió su pasión por la gastronomía.
En la actualidad, la panadería sigue siendo de la familia y es gestionada por los hijos y nietos de Antonio, quienes siguen a cabalidad su legado y el de su señora, Alba.
Para 1931, el local aún tenía rastros de lo fuera una caballería, paredes de barro y postes con argollas para amarrar a los caballos. Sin embargo, a pesar de lo particular del lugar, el protagonismo era del horno, que lo conservan en la actualidad y se ha mantenido en perfecto funcionamiento desde hace casi un siglo.
En un principio, ofrecían pan, bizcochos y medialunas. Tiempo después, agrandaron la oferta con masitas, alfajores de maicena o de chocolate, arrollados, tortas y pan dulce. A esto se sumaron los bombones, que causaron tanta sensación que eran comunes las colas de los clientes durante los fines de semana.
Desde entonces, en Artiaga continúan creando productos propios, algunos basados en sugerencias de sus clientes. Su exquisito pan dulce se puede disfrutar todo el año, tanto en la versión clásica con frutas secas, como en sus versiones de frutas almibaradas, naranjas y limones confitados.
A toda esta gama de opciones dulces, desde hace varios se le sumaron platos caseros desde empanadas hasta guisos de lentejas, mondongos y arroz con pollo.
Sin lugar a dudas, Artiaga es parte de la identidad del barrio. Más allá de sus excelentes productos que se han mantenido entre los favoritos de los bonaerenses, la panadería es parte de la historia de Saavedra.