La implantación de cultivos sin roturar los suelos trasciende fronteras y, aunque lentamente, va ganando hectáreas en el mundo. Dos agricultores españoles relatan su experiencia con la siembra directa, las adaptaciones que tuvieron que hacer, y tratan de explicar por qué esta técnica no se implementa más en zonas en las que habría réditos económicos y ambientales a partir de la reducción de la erosión, además de que las maquinarias tendrían una vida útil más larga debido a que se utilizarían menos.
Francisco Jaso Murillo es un productor de 53 años que hace 17 practica la siembra directa en Aragón, en el norte español. “Todo empezó porque necesitaba más tiempo y ese fue el primer beneficio que me dio la siembra directa”, explicó. Murillo se nutrió sobre esta técnica a partir de textos de Carlos Crovetto hasta que tomó contacto con Aapresid en un congreso Iberoamericano. Con respecto a su zona de producción, el clima es árido o semidesértico: llueven por año 350 milímetros mal distribuidos a partir de tormentas fuertes que generan mucha erosión y mayoritariamente durante el invierno. Los suelos son 60% franco-arenosos y 40% franco-arcillo-limosos, con muy poca materia orgánica. Estas condiciones agroecológicas obligan a los agricultores convencionales a sembrar cada dos años, mientras que con la siembra directa puede sembrarse todos los años.
“Fue un cambio radical para el suelo porque paró la erosión que era tremenda, mejoró materia orgánica que tenía niveles de vergüenza y se pudo regularizar las cosechas y sembrar todos los años porque acá, en convencional, se siembra año por medio”, enfatizó Murillo. De las 800 hectáreas que trabaja, ya tiene 500 bajo sistema de siembra directa, más que nada cultivos de invierno, guisantes y cereales, trigo blando y duro, y cebada.
Luis Miguel Arregui, 160 kilómetros más al norte, es profesor de la Universidad de Navarra y productor, también pisando las dos décadas con la siembra directa. Ubicado a 90 kilómetros del límite con Francia y a 100 de San Sebastián, costa norte española, el clima le provee 600 milímetros por año, mayormente precipitados en invierno, por lo que Arregui siembra básicamente cereales de invierno: trigo, cebada y avena.
Según los agricultores españoles, la diferencia de costos es radical entre laboreo convencional y siembra directa. “De arranque tengo 182 euros por hectárea para una siembra convencional y 63 euros para siembra directa, pero además el desgaste del tractor que por horas de trabajo hay que cambiar cada diez años, más las piezas desgastadas cuando están en un planteo convencional. En siembra directa podés tenerlo 35 años, sin contar las horas/hombre que también son muchas menos”, detalló Murillo, quien además alegó que la siembra convencional cuantifica una pasada de arado y como mínimo dos de cultivador, mientras que en siembra directa solo se hace una aplicación de herbicida pre-emergente.
Por otro lado, Arregui mencionó que lo primero que mira es lo económico, batalla ganada para la siembra directa. “Si usas menos las máquinas podés amortizarla con más tiempo, y el gasto de combustible en mi caso bajó un 40%, así como mi tiempo dedicado al campo, lo que me permitió combinarlo con otra actividad”.
“Creo que solo un 10% del total de la superficie cultivada en España está en siembra directa, pero la realidad es que apenas el 5% te diría que hace el sistema completo. Acá la cultura es la del laboreo y existe un miedo al cambio. Creo que sobre todo se debe a la falta de información, la tradición; el qué dirán pesa mucho y hay pocos agricultores que hagan siembra directa a conciencia”, opinó Arregui.
En la misma línea, Murillo señaló: “Todavía no se entiende bien para qué es y para qué sirve la siembra directa y los ingenieros agrónomos poco ayudan, terminan siendo vendedores de insumos. Es cierto que algunos han visto malas experiencias en algún momento inicial, pero yo he visto muchas buenas experiencias y eso tratamos de transmitir desde nuestro lugar”. En este sentido, lo que faltaría en España es mayor divulgación, tanto científica como de transmisión de experiencias: que más productores vean que otros pueden hacerlo, para que sea más fácil comparar y animarse.
Para Arregui, el desafío es asentar el sistema, entender mejor los circuitos, rotaciones, manejo de residuos y de plagas. “La agricultura va hacia un menor uso de químicos, entonces el poder contrarrestar las plagas y enfermedades de una manera más holística, con rotaciones, sabiendo qué hay que hacer para ir acomodándola es un reto”, indicó. “El objetivo es que el suelo esté siempre vivo, las raíces, pero nos falta tecnología en Europa, pues no se pueden implantar GMO, entonces todo es más difícil; hacemos mucho en base a agronomía, pero nos ayudaría un impulso tecnológico”, finalizó Murillo.
En conclusión, la siembra directa cambió la forma de producir de Arregui y Murillo, pero también sus vidas: les dio tiempo que antes no tenían. Mientras que muchos todavía prefieren la tradición y los subsidios, ellos apuestan por la sustentabilidad y por romper mitos.