l hombre existe desde hace 2,5 millones de años y la agricultura más antigua hace unos 10.000 años, un plazo muy corto desde el punto de vista evolutivo, donde nuestra fisiología pudo cambiar muy poco, mucho menos aún en el último siglo, a pesar de tantos cambios en conductas, actividades y acceso a alimentos. Aún tenemos la carga genética de cazadores recolectores omnívoros poco modificada”, expresa Fernando Vilella, profesor titular de la Cátedra de Agronegocios y director del Programa de Bioeconomía de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba).
De acuerdo con Vilella, las mujeres fueron las primeras agricultoras, quienes observaron que algunas semillas que recolectaban generaban nuevas plantas cerca de su residencia y aprendieron a reproducir el proceso sembrando.
En frutales, el proceso es igual, salvo que más largo y complejo, ya que deben pasar varios años hasta ver los frutos. Algunos, además, requieren ser injertados; el almendro es un ejemplo de ello. Según el profesor, almendro en idioma hebreo significa “el despertar” o “estar despierto”, lo que hace alusión a que es el árbol frutal que primero florece en la primavera en ambientes templados.
“El cultivo se inició en Persia, Siria e Israel, y los griegos lo diseminaron por todo el Mediterráneo. Es el fruto seco más consumido del mundo, concentrada su producción en EE.UU. y España. Son más de dos millones de hectáreas en todo el mundo”, explicó Vilella.
Pertenece a las Rosáceas y al género Prunus junto a otras delicias como los duraznos, las ciruelas, las cerezas y los damascos. “Los frutos botánicamente son drupas y de todos estos comemos la pulpa carnosa, el mesocarpio, que envuelve al carozo dentro del que se encuentra la semilla; son los que llamamos frutos de carozo. Sin embargo, el almendro es un caso especial, ya que nos importa solo la semilla”, puntualizó.
Tal como contó Vilella, hace miles de años las almendras silvestres no eran dulces y saludables, sino que contenían toxinas mortales como los glucósidos cianogénicos que liberan cianuro.
“El uso es posible a partir del cambio en un solo gen –tiene 28.000– que impide la producción de amigdalina. Esta mutación puntual ocurrió hace unos 10.000 años en el Cercano Oriente. Alguien debió probar y salvarse en el intento”, remarcó.
“Si nuestros ancestros no hubieran descubierto y seleccionado almendras dulces para el cultivo, las actuales serían amargas y tóxicas. Nuestra investigación demuestra que es un cambio pequeño pero esencial en el ADN el que hizo que la almendra tóxica fuera comestible”, informa Birger Lindberg Møller, investigador de la Universidad de Copenhague (Dinamarca).
“Hoy saber qué gen hace que las almendras sean dulces o amargas permite diseñar una sencilla prueba de ADN que, a su vez, posibilita conocer si una planta en estado joven va a dar lugar a un árbol de semillas dulces o amargas”, explican los investigadores.
“En la Argentina hay unas 2.700 hectáreas implantadas, de las cuales el 75% se encuentra en Mendoza. Le siguen, en orden de importancia, San Juan y Río Negro. Pero el consumo es equivalente a 7.000 hectáreas y falta bastante para solo cubrir el mercado interno”, comentó Vilella.
En la misma línea, señaló que, en los últimos años, llegaron variedades provenientes de España, con cáscara dura y floración más tardía, como alternativa a las tradicionales californianas, de cáscara blanda, que florecen más temprano, lo que hace que sean más riesgosas por heladas tempranas. “Para los productores resulta atractivo que al tercer año de implantado alcanza entre el 30% y el 40% de su potencial productivo, y al quinto entra en producción plena”, remarcó.
“Aquellos arriesgados que, sin ser biotecnólogos, identificaron semillas sin un gen, que probaron y encontraron semillas agradables sin cianuro, nos legaron un producto exquisito”, finalizó.