n la última campaña productiva en Córdoba, el garbanzo sufrió su propia pandemia: la sequía que comenzó en el otoño y el mal resultado del ciclo anterior, también afectado por inconvenientes climáticos, hicieron caer la siembra a solo 18 mil hectáreas, el área más baja en cinco años, según datos de la Bolsa de Cereales provincial.
A la cosecha no le fue mejor: fueron menos de 20 mil toneladas, el peor registro desde que la entidad bursátil comenzó a relevar este cultivo, en 2011.
Sin embargo, es apenas una foto negativa de una película que tuvo buena acción en la última década, con el garbanzo como un nuevo actor con un importante rol protagónico en el centro-norte de Córdoba, donde movilizó inversiones por más de 30 millones de dólares en plantas de selección y procesamiento.
Y también motorizó un fuerte trabajo de mejoramiento genético, para desarrollar variedades que se adapten a las condiciones climáticas, geográficas y sanitarias de esta región del país.
Esta tarea está encabezada por la empresa Granaria de Vitulo Agro SA, oriunda de Jesús María, que se ha transformado en la principal “fábrica” de semillas fiscalizadas de garbanzo de la Argentina.
“Tenemos tres líneas de trabajo en mejoramiento genético: la más antigua lleva 11 años y es en conjunto con el equipo de investigación que lidera la ingeniera Julia Carreras, de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la Universidad Nacional de Córdoba. Las otras dos son junto a instituciones públicas y privadas del extranjero”, explica Gastón López, gerente comercial de Granaria.
El trabajo junto a la FCA-UNC es liderado por la responsable técnica del semillero, Julieta Reginatto, y ya ha dado sus primeros frutos: están próximas a lanzarse las primeras variedades tolerantes a la “rabia del garbanzo”, una enfermedad causada por el hongo Ascochyta Rabiei, que causa graves pérdidas en este cultivo.
La vinculación comenzó una década atrás, cuando la FCA-UNC le otorgó a Granaria la licencia del cultivar Chañaritos S-156, el más antiguo dentro de la oferta tecnológica de semillas de garbanzo.
Luego, la firma jesusmariense también obtuvo las licencias o sublicencias de las otras variedades que se utilizan en Argentina: Norteño, Felipe UNC Inta y Kiara UNC Inta.
Desde 2013, los investigadores de Granaria y de la Universidad avanzan en la búsqueda de genotipos que aporten resistencia a Ascochyta Rabiei y a Fusariosis.
“Evaluamos un total de 180 líneas y nos quedamos con 10 después de años de selección y análisis, que vamos a ir inscribiendo en una secuencia ordenada, para sacar al mercado entre una y dos por año, dependiendo del tiempo que nos lleve el incremento de volumen de cada línea”, explica Reginatto.
Y agrega: “Nos lleva alrededor de ocho años llevar a una variedad al mercado”.
En concreto, se realizan análisis de inoculación de hongos en los laboratorios y se utiliza la herramienta de los marcadores moleculares para poder detectar los genes que codifican la resistencia que estamos buscando, “un método que nos permite avanzar mucho más rápido en la selección y la mejora genética”, añade Reginatto.
Otra innovación tecnológica es que las líneas más promisorias se sometieron a un estudio de identificación varietal mediante marcadores microsatélites: consiste en la detección de un set de 11 marcadores moleculares distribuidos por los grupos de ligamiento del mapa de garbanzo.
“Estos permiten realizar la identificación o distinción varietal de cada genotipo, utilizándose este análisis para resguardo y protección con un fin similar a la huella digital en humanos”, continúa Reginatto.
“Así hoy hay un programa de mejoramiento genético en Argentina líder en Sudamérica. Y es un plan que vino para quedarse”, completa López.
El objetivo es generar cultivares que permitan extender la frontera productiva, a través de la incorporación de materiales que no solo aporten una mejora en términos de productividad sino también en el perfil sanitario, comercial y en el ciclo del cultivo.
Según el ejecutivo, la apuesta es salir a ofrecer semilla fiscalizada de una o dos de las nuevas variedades para la siembra de la campaña 2022/23. Además de las mencionadas tolerantes a la rabia, otra novedad es que está en proceso de inscripción el primer cultivar del tipo Desi (en Argentina se siembra fundamentalmente el Kabuli), que es un garbanzo de menor tamaño y de color (con tegumento pigmentado), y es el más consumido a nivel mundial.
“Lo más importante es que vamos a tener un refuerzo importante en la genética a corto plazo: a los cuatro cultivares disponibles, pronto vamos a sumar uno o dos más con la tolerancia a la rabia, el primero del tipo Desi y desde 2022 vamos a ir incorporando un material por año gracias a este plan de vinculación tecnológica con la Facultad”, resume López.
Granaria este año sembrará aproximadamente 1.400 hectáreas para obtener semillas fiscalizadas que tendrán destino comercial. Y a eso se sumarán unas 500 hectáreas tranqueras adentro para incrementar el volumen de cultivares para seguir con el plan de mejoramiento.
“Es semilla hecha en Argentina, con tecnología propia, para nuestros productores y adaptada a distintas zonas productivas de Argentina, que además tiene calidad de exportación”, destaca López.
A largo plazo, a medida que los programas de vinculación con instituciones del extranjero también comiencen a dar sus frutos, el objetivo es seguir reforzando la paleta tecnológica.
El plan es incorporar variedades que permitan, por ejemplo, incursionar hacia el sur y sudeste de las zonas productivas actuales, que son áreas en las que la presión de enfermedades es más grande, debido a la mayor cantidad de precipitaciones durante el invierno.
Agrovoz