icen que para llegar a una meta hay que tener un objetivo claro de hacia dónde se va y lo que se quiere lograr. Pasaron solo dos años desde que Mariana Arduino y Alejandro Marchena creyeron en su idea de negocio, en un modelo de producción sustentable que no solo serviría para su alimentación y la economía familiar, sino también para aportar a una alimentación saludable. El emprendimiento ya le vende sus productos a una gran cadena de supermercados, pero quieren ampliar su zona de comercialización.
La premisa de la finca “Sans Terre”, un nombre que traducido al idioma del amor significa “sin tierra”, es aportar a la sustentabilidad; también tiene la idea de que la forma de producción y cultivo va a sufrir un cambio drástico en los próximos años motivado por el cuidado del medioambiente. Así, los emprendimientos basados en la hidroponía ganarán cada vez más lugar en la sociedad.
Mariana tiene 47 años y Alejandro 49, se conocieron hace 11 años y desde entonces tienen un proyecto de vida juntos que traspasa lo comercial y lo hidropónico en Sierra de los Padres, provincia de Buenos Aires. Y como toda iniciativa que recién empieza hay sueños y aspiraciones; las de ellos es que sus productos se instalen en todos los rincones gastronómicos de esa región.
“El emprendimiento comenzó con un trabajo previo con mi marido un año y medio antes de plasmarlo. Con el correr del tiempo el proyecto del invernadero se empezó a perfeccionar y decidimos comenzar con una hectárea de campo y hacer lechugas hidropónicas”, relata Mariana. Sans Terre comenzó a tomar forma en septiembre de 2020, en plena pandemia y hoy apuntan a abastecer el mercado regional.
Para desarrollar el emprendimiento, Alejandro tuvo que renunciar a su cargo de Gerente de una empresa de agroquímicos, un rubro al que le dedicó 20 años de su vida y que finalmente terminó de hacerlo en el año más crítico que jamás haya visto la humanidad atravesada por la pandemia del coronavirus.
Ahora, en tanto, planea dejar atrás los agroquímicos y meterse de lleno a la agricultura sustentable desde su casa. Sabe que a su lado está Mariana, que en las tardes libres, después de terminar su jornada laboral como maestra en una escuela de Mar del Plata, cuelga el guardapolvo blanco para trabajar en el proyecto que decidieron encarar juntos.
“Con esto buscábamos una alternativa de producción que no pretende desplazar a la agricultura tradicional. Estamos orientados a hacer una lechuga y rúcula de calidad superior, por eso apuntamos a un segmento de un público que reconoce la calidad en función a lo que hay detrás”, aseguró Alejandro.
Aparte de la lechuga, los emprendedores incluyeron almácigo, rúcula y espinaca hidropónicas. También comenzaron a experimentar con otros cultivos sustentables que se irán conociendo con el transcurrir del tiempo. Por ahora, narra la pareja, el invernáculo está en un 40% de capacidad de producción y esperan que en los próximos meses empiece a despegar de lleno.
“Cuando empiece con todo esperamos tener 14.000 plantas mensuales de distintas especies. Hacia fines de marzo creemos que contaremos con 5.000 plantas. Ahora trabajamos con ciclos productivos, armamos un floating (balsa flotante) con 10 mesas de 25 metros de largo por 2,5 ancho y cada mesa soporta 1400 plantas. El plantinero lo hacemos nosotros desde la semilla; utilizamos genética de origen irlandés. La lechuga pasa entre 20 y 25 días en la fase de plantín y la rúcula entre 30 y 40 días”, describió Alejandro.
Si bien Alejandro venía de la agricultura, para empezar el proyecto sustentable tuvo que aprender nuevas fórmulas e intentarlo a prueba y error hasta conseguir los resultados esperados. Ahora, alejado de los insecticidas y fungicidas habla de formulaciones y soluciones nutritivas diseñadas a propósito de los cultivos, riego por goteo y fertilizantes solubles.
“En este tipo de productos no usamos químicos ni nutrientes, a lo que se conoce como agroquímicos, insecticidas o fungicidas, todo se hace de manera natural. Se usan fertilizantes de alto grado técnico de calidad, de riego por goteo. Aunque aún no hay fertilizantes que permitan hacer los trabajos 100% naturales”, observó el agrónomo y reconoció que éstos suelen ser más caros que los cultivados en una plantación común.
“No son valores prohibitivos, una planta de lechuga de 300 gramos está entre 60 y 70 pesos. No es mucho más caro de cuando lo llevas al valor del kilo de la verdulería común”, explicó Mariana. Uno de los métodos de venta y distribución para atraer al público es entregar la planta con las raíces, de esta forma, quienes las compran pueden conservarla en perfecto estado por un largo período.
“Si las plantas salen con la raíz, en una bolsita, es una planta que pones en agua y dura cerca de siete días. Hay quienes las usan hasta como decoración. En el caso de la rúcula común no podés usar una hoja porque siempre vas a encontrar pasto, por eso nos pasa que la gente con gusto paga esa poca diferencia que hay entre una hidropónica y la del cultivo común”, añade Mariana.
En el corto tiempo que tiene el emprendimiento y, gracias a la famosa publicidad de boca en boca, consiguieron posicionar la mercadería en la cadena de supermercados Toledo de la localidad, además, canalizan las ventas a través de las redes sociales de la marca.
Infobae