orena Nicolás Creide recibe a los comensales que llegan a la estancia Chochoy Mallin que hoy funciona como lodge de pesca. A principios del siglo XIX, esas mismas paredes de adobe albergaron al célebre oficial chileno Luis de la Cruz y Goyeneche, vital para la independencia sudamericana y ladero de José de San Martín en su expedición transandina.
La propiedad llegó a manos de los Creide hace 52 años gracias a la audacia de Alfonso, el abuelo de Lorena. Hombre influyente en la Patagonia, antes de comprarla impulsó el Movimiento Popular Neuquino y, en 1955, participó de las audiencias para que Juan Domingo Perón firmara la provincialización de Neuquén.
“Descendiente de libaneses, mi abuelo se crió en un campo de cordillera que quedaba en La Lipera, sobre la confluencia del río Traful y el Limay”, cuenta Lorena, al tiempo que detalla que Alfonso nació en la localidad neuquina de Zapala en 1917, después de que su madre viajara una semana en carreta para llegar a la ciudad.
Creide llegó a ser intendente de la localidad, primer presidente de Corfone –una empresa forestal del Estado– y expresidente del Banco Provincia de Neuquén.
“Fue personaje importante de la ciudad, pero siempre amó el campo. Compró un par de establecimientos y, finalmente, adquirió Chochoy Mallin en 1968. Eligió la propiedad después de recorrerla en avioneta con Carlos Campos, un famoso piloto sanmartiniano”, cuenta Lorena.
“Los Temi eran los dueños árabes, como nosotros, además de grandes amigos e históricos en Neuquén. El campo tenía un almacén de ramos generales de adobe que, entre otras cosas, vendía y trocaba cueros, lanas y semillas; todo a 25 km del paso internacional Pichachen –que se habilita solo de noviembre a mayo– y sobre la precordillera del Viento”, relata.
“Era un tipo muy laburador. Con empeño alambró la estancia y trajo la hacienda en camiones desde San Martín de los Andes. Las rutas no eran las de ahora e incluso no había puentes. Después, convirtió la pulpería en una casa de familia. Y, como todos en la zona, se hizo trashumante: movía la hacienda de lo alto de la montaña en verano a lo más bajo en invierno, cosa que seguimos haciendo en la actualidad”, continúa.
“Durante muchos años tuvo como encargado del campo a Jorge Aquin, el hermano de mi abuela Isabel”, rememora Lorena, que nació en 1977, pasó todos los veranos de su vida en el campo y disfrutó de su abuelo hasta los 13 años.
Cuando Alfonso Creide murió, en 1990, sus hijos heredaron la estancia. Mabel Sofía, la mamá de Lorena, les cedió su parte a sus hijos, que después terminaron comprándoles el resto a sus tíos. Horacio Nicolás, el papá de Lorena y yerno de Creide, estuvo al frente al principio, pero les pasó la posta.
“Nos dedicamos al turismo, pero sigue siendo una estancia ganadera. Criamos vacas, es decir, tenemos madres que hacen terneros y los vendemos. Fuimos mejorando la raza y, actualmente, contamos con puros Hereford registrados. Además, tenemos corderos y chivos”, detalla Lorena.
La visita a Chochoy Mallin empieza mucho antes de atravesar la primera tranquera. El camino de ripio es escarpado, vertiginoso e impactante. En plena estepa del norte neuquino, primero hay que bordear el río La Primavera, pasar por El Cholar y cruzar el arroyo Ñireco.
Chochoy Mallin funciona como hospedaje de pesca desde hace dos años y es el primero del norte neuquino. La propuesta es practicar fly fishing de truchas arcoíris, fontinalis y marrones –con devolución– en los ríos Reñi Leuvú y Trocomán. La temporada se extiende de noviembre a mayo, cuando Lorena y su marido, Carlos Mabellin, que viene de familia de hoteleros, se instalan en el campo y atienden personalmente a sus pasajeros. Los hermanos de Lorena, Diego y Horacio Fernando, también administran.
La casa –que alguna vez fue pulpería– cuenta con tres habitaciones en suite enteramente reacondicionadas, una cocina amigable, un living comedor acogedor y una barra que invita a la tertulia.
La estadía mínima es de tres días y en versión all inclusive. Por la mañana, se sirve un desayuno buffet. El almuerzo es durante las excursiones o en la casa, y todas las tardes ofrecen un aperitivo en el bar. La cena, de impronta patagónica, es acompañada por selectos vinos.
Además de la pesca, es posible andar a caballo o hacer caminatas para disfrutar de lo mejor que tiene la estancia: la buena vida en lo más recóndito y agreste del norte neuquino.